Una palabra amiga

Evangelización en tiempo de pandemia

El autor hace una comparativa en este artículo sobre la propagación del Evangelio y la Buena Noticia en los primeros siglos del cristianismo y la expansión del coronavirus desde China a todo el mundo.

En el mes de junio vi en las redes sociales uno de esos famosos «tik tok», vídeos cortos con un mensaje preciso o chiste que alguien desea transmitir. Era de un sacerdote latinoamericano, que decía que predicar la Palabra era como una pandemia; que desde siempre hemos tenido pandemia en la Iglesia. Pues he querido hacer una pequeña recreación narrativa sobre el tema con relación a este mes de las misiones: “La Misión pandémica”

Todos recordamos, allá por el mes de enero, una “remota” noticia: ¿en una ciudad de China surgió una epidemia, un brote de un nuevo coronavirus? Y todos decíamos: ¡Ay! y tantos chinos que hay. Ojalá y no les vaya mal con este virus.

Decíamos, además: esa es una de esas tantas noticias que oímos de otros países, y pensamos que no nos van a afectar a nosotros un virus que anda a cientos o miles de kilómetros de distancia. Y ya ves: lanza para arriba la piedra, y viene a caer sobre nosotros. Pues lo que comenzó en ese pueblo empezó a cruzar fronteras: del pueblo de Wuhan pasa al pueblo vecino, y al otro, y al otro; cruzó fronteras, atravesó países, recorrió mares, surcó los aires y terminó desencadenándose como una pandemia para convertirse en un enorme problema mundial: nos coloca en alerta a todos,  satura hospitales, afecta a muchas instituciones sanitarias y no sanitarias, y finalmente, altera a todos, absolutamente a todos cambia la forma de vivir.

Hemos comprobado cómo en este fenómeno lo importante no ha sido su tamaño, sino la fuerza de propagación y contagio: la transmisión por contacto, ¡uno a uno! De este modo el microscópico virus ha infectado a todo el mundo…

Hagamos memoria y pensemos: ¿cuándo ocurrió algo similar? Hace poco más de dos mil años. Recorrió Galilea, Palestina. Predicada por un hombre sencillo, venido “casi que de la nada”, de origen judío y que se hacía llamar “el Hijo de Dios”. Este desconocido fue seguido inicialmente por una docena de hombres, sencillos como Él. Los llamó.  Alguno era pescador, otro recaudador de  impuestos, otro trabajaba seguramente en los negocios de su familia. Hubo alguno que, sin ser llamado, por el solo hecho de estar ahí, ¡zas! fue cautivado apasionadamente por su mensaje… Y lo seguían. Mas eso fue solo el comienzo.

Quizás en las regiones vecinas decían —posiblemente dijimos nosotros al inicio del año— que allá… por Galilea… en aquel pueblo… hay un profeta que está causando revuelo: que cura, que se enfrente a los sacerdotes, que provoca alboroto en el templo, que produce instabilidad e intranquilidad en algunos…, que esto, que lo otro… a ver cuándo termina de ir a esos con su historia!… Pues ese insignificante profeta de Palestina se ganó el martirio y con muerte de cruz. Pero al poco de su muerte se comenzó a escucharse: “dicen que resucitó”. Posiblemente en los pueblos vecinos pensaban: Ahorita los sacerdotes y romanos los silencian y “se acaba el rumor”.

Si nosotros hubiésemos vivido en ese tiempo, ¿creen ustedes que hubiésemos imaginado que lo que fue un rumor  —al igual que una semilla de mostaza— se iba a llegar a regiones vecinas, y cruzaría fronteras y mares? Pues así ha resultado: ese pequeño rumor local se hizo viral tomando forma de epidemia. El rumor “mutó”: pasó de rumor a proclamación de fe hasta llegar a cambiar vidas, a transformar mentalidades, a influir poderosamente en las culturas… ¿Qué enseñanza nos deja esto? ¡No subestimemos ni valor y la fuerza de las cosas pequeñas! Sobre eso queremos reflexionar hoy, la gran tarea: “Vayan por todo el mundo y proclamen el evangelio” (Mc 16, 15).

El evangelio nos habla de pesca. La pesca ha sido símbolo del cristiano, de conversión, de misión. Hoy la misión no es exclusiva de sacerdotes y misioneros. Hoy los laicos también son llamados a misionar desde su metro cuadrado, desde su hogar. Hoy, en nuestra realidad, la pesca no es tanto acercar la buena noticia a los que no la conocen. Todavía más necesario es calentar a los tibios. Hoy todo mundo sabe algo de Jesús. Pero muchos no lo conocen, no lo sienten. Hoy la pesca supone atraer a la Iglesia al desanimado, al desilusionado, al que ha perdido referentes, El evangelio ponía en boca de Jesús: “Traed los peces que acabáis de pescar”. ¿Para qué evangelizar, si no damos testimonio o dejamos de darlo? Traer los peces que acabáis de pescar es la misión de hoy: la tuya y la mía. Testimoniemos a Cristo. Que el indiferente se pregunte: ¿Qué tendrán esos a los que les embarga un gozo todo el tiempo; que viven como hermanos, procurando uno el bien del otro? Ese es el reto para que, como en la pesca milagrosa, aun llena la red no se rompa. Porque el Espíritu Santo da a la Iglesia la capacidad de reunir a toda la humanidad. 

Seamos pandémicos en la misión, pandémicos en la pesca, difusores de la fe, de la Buena Nueva. Sin miedo, iniciemos el contagio hoy mismo; al regresar a casa comencemos la tarea.  Hoy todos tenemos miedo a dar positivo por Covid. Pues hoy yo les invito a que nos contagiemos del Espíritu Santo, para que demos positivo en la tarea de la fe exhalando el contagio a nuestros hijos, esposos, esposas, vecinos, sobrinos y nietos…

Y es que misionar puede ser hoy una actividad distinta a lo que conocimos y creímos. Aquellos grandes misioneros que se jugaron todo para que hoy tengamos la herencia de la fe son un tesoro pastoral histórico; mas la historia demanda hoy misioneros diferentes. La primera pandemia de hace 2000 años vino a desestabilizar estructuras. Y no hace mucho, san Juan Pablo II nos pidió ser actores de la “NUEVA EVANGELIZACIÓN”. Hagamos pandémico ese ardor, pandémicos los nuevos métodos. Dicen que, una vez, en un duro invierno, un hombre muy malhumorado salía todas las mañanas a quitar la nieve amontonada en las paredes exteriores de su casa. Su vecino, sin embargo, ni se malhumoraba ni veía en ello un problema. Inquieto por ello le preguntó aquel: ¿Cómo haces para que la nieve no enfríe tu casa? El hombre le respondió: Yo dentro enciendo el fuego de la chimenea, el fuego me calienta, calienta los muebles, las paredes, y estas derriten el hielo; desde dentro hacia afuera se expande el calor. No ocupa mucha explicación ¿Verdad?

Misionemos desde casa.  Evangelicemos en casa y desde casa. Hoy la tecnología bien puede ser uno de esos nuevos métodos. Hoy la pandemia también puede ser motivo y fuente de evangelización, especialmente con el testimonio de actuar como el buen samaritano y orando unos por otros. Que no nos dé vergüenza. Existe entre nosotros la tentación del miedo. En tiempos difíciles lo que más debemos de temer es al miedo: miedo a proclamar a Dios, miedo a vivir con plena coherencia de vida cristiana, miedo a vivir y florecer donde Dios nos ha plantado, sea en un desierto o en el bosque, con pandemia o sin pandemia, incluso “si vivimos con la nuera”, dirían algunas suegras de mi país…

La vida del cristiano no consiste en esperar a que pase la tormenta para comenzar a bailar, sino a bailar bajo la lluvia. Dicen que una vez una mula que vivía en el temor, se aisló de las demás; al irse, cayó en un hoyo. Nadie lo supo. Y ella esperó a que alguien pasara y la rescatara. Pero sucedió que un burro muy previsor, viendo el hoyo pensó: Alguien puede caer en él. Mejor traigo mucha tierra para rellenarlo. Así lo hizo. La mula sintió caer la tierra y tuvo mucho miedo; y en vez de gritar se tumbó. La tierra comenzó a cubrirle el cuello, y por ahogo se “sacudió” se levantó y con las patas asentó la tierra para echarse de nuevo esperando su fin. Dos o tres veces hizo lo mismo y se dio cuenta de que cada vez estaba más cerca de la superficie. Fue así como, ante la desesperación, lo que era su aparente tragedia (morir enterrada), fue su salvación. Que la pandemia no nos haga entrar en desesperación; que no se apodere de nosotros el miedo, sino que más bien, sea ocasión para confiar en Dios con más fuerza.

El evangelio nos recuerda esa primera pandemia. ¿Cómo comenzó? ¿Un rumor? Sin embargo, ¿quién transmitió el murmullo? Los testigos, los apóstoles. Ahí tuvo origen  el rumor. Pero sepamos distinguir que, si se propagó, no fue por empeño o heroísmos humanos. Jesús los llamó, mas la semilla germinó en la tierra fértil de la oración de Jesús. ¿Lo recuerdan? Jesús se retira a orar; tras la noche en oración, elige a sus primeros “misioneros”. La misión será obra de él, si su semilla cae en la tierra fértil por la oración.

Marco Matarrita OAR 

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