El autor pide que la pandemia no descentre a los creyentes de lo verdaderamente importante en este tiempo: prepararse para la venida del Señor.
Iniciamos en la tradición cristiana el Adviento, que es una oportunidad para darle el verdadero sentido a este tiempo litúrgico, puesto que manifiesta un tono especial en medio de una pandemia. Los textos nos exhortan a estar vigilantes. Por otra parte, los medios de comunicación insisten en la esperanza de una nueva vacuna capaz de anular el virus. Ojalá que, así como estamos atentos para no contagiarnos y a la espera de la vacuna, podamos vivir el nuevo ciclo litúrgico con vigilancia y esperanzados. De ahí que deba ser no un año litúrgico más, sino que destaque ese toque especial de avivar en nosotros la vigilancia y la espera de nuestro Salvador.
Muy próximos a finalizar el año de la pandemia del COVID-19, y con enorme deseo de contar con la vacuna para recuperar la normalidad —en medio de esta incertidumbre se debilitan los ánimos—, no nos damos cuenta de que Dios es el Enmanuel, Dios-Con-Nosotros, que vino, viene cada día y vendrá mañana. Este es el sentido esperanzado de Adviento. No estamos abandonados en este momento de pandemia.
Ojalá que, en este tiempo de preparación y espera, la Palabra de Dios nos ayude a conocernos más, y ajustar nuestras vidas con los planes de Dios. En este momento de la historia, nos puede estar pasando lo que el pueblo de Israel sufría: sentir la ausencia de Dios, porque hemos estado pidiendo, semana tras semana, que nos ayude a librarnos de este virus; hemos pedido por nuestros enfermos, y para que haya pronto una vacuna que ataje el coronavirus. Los resultados no nos parecen los implorados con nuestras oraciones: la enfermedad sigue propagándose, miles personas fallecidas, familias angustiadas, pueblos y regiones confinados… Por todo ello se nos pueda escapar, quizás: Dios no escucha nuestra súplica, Dios se ha olvidado de nosotros, Dios está sordo; o sea, creemos que no nos escucha.
¿No será, tal vez, que nuestra forma de vivir la normalidad nos dificulta sentir la presencia del mismo? El Adviento, pues, ha de ofrecer oportunidad nueva para experimentar esa presencia de Dios, de un Dios que se hace semejante a nosotros y camina a nuestro lado en la persona de su Hijo: el Dios humanado, que ha venido, viene y está en medio de nuestra sociedad, está con virus o sin virus. Él está aquí entre nosotros, como dice el evangelio: Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación (Lc 21, 26). Son palabras de esperanza para que seamos capaces de compartir las semanas de Adviento, con esperanza enraizada en Dios, dentro las penalidades que nos afligen.
Sea, pues, el Adviento tiempo de dirigir, convencidos, nuestro corazón hacia Dios, y de dar un mejor sentido a nuestra vida desde la esperanza. Oportunidad para adherirnos a Dios, si quizás estamos apegados nos hemos aferrado a propuestas o deseos que nos distraen de lo esencial: propuestas menos espirituales como regalos, ofertas comerciales de todo tipo…; son “sugerencias” nos distraen. Así pues, vivamos el Adviento, especial por motivos añadidos, y acudamos a lo esencial de nuestra fe: la espera del Enmanuel, sin reparar en circunstancias más o menos sentidas; lo único que él anhela es entregarnos su amor: Dios siempre es fiel, y está presente en toda circunstancia, como nos lo recuerda san Pablo: “Dios es fiel y nos sigue llamando a participar en la vida de su Hijo”.
Que en este tiempo litúrgico, ni el anhelo de la normalidad, ni la esperanza de la nueva vacuna nos roben lo esencial de nuestra espera: la llegada del Mesías. No nos distraigamos, no se debilite la fe, no olvidemos al Salvador; permanezcamos vigilantes para que cuando él aparezca no nos encuentre adormilados o distraídos entre “bienes” secundarios. Abrámonos al misterio, y recibamos a Dios, cuya espera es el auténtico sentido de Adviento.
Wilmer Moyetones OAR