El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 7 de marzo, Tercer domingo de Cuaresma.
No ha sido fácil decidirme cómo elaborar esta homilía. Las tres lecturas que acabamos de escuchar son de inmensa importancia para nuestra vida de fe. Después de mucho pensar, he decidido basar esta homilía sobre la primera lectura, la promulgación de los Diez Mandamientos, aunque solo comentaré los tres primeros, que regulan la relación con Dios.
Este es un texto que ha configurado la conducta del pueblo judío desde la antigüedad y es el texto que ha dado criterios para guiar la conducta de los creyentes cristianos desde el inicio de la Iglesia. La principal corrección que Jesucristo le hizo a este texto consistió en enseñarnos a no quedarnos con lo mínimo, sino a buscar lo máximo implícito en cada mandamiento. Cuando en el inicio del Sermón de la Montaña, en el capítulo 5 del evangelio según san Mateo, Jesús pronuncia aquella enseñanza: han oído que se dijo a nuestros antepasados: “no matarás”, pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano será llevado a juicio (Mt 5,21), introduce el cambio principal en la comprensión de este antiguo código. Como la mayor parte de los mandamientos están expresados como una prohibición, una interpretación reductiva puede conducirnos a una ética de mínimos. Por ejemplo, si el mandamiento dice no matarás, en teoría sería moralmente lícito golpear, lastimar, injuriar al prójimo, mientras no le causemos la muerte. Jesús nos invita a entender los mandamientos no desde la mínima exigencia explícita, sino desde la máxima intención implícita. El mandamiento habría que entenderlo así: “respeta la vida y la integridad de tu prójimo”. Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18) Si entendemos todos los mandamientos así, tendrán un alcance de aplicación mucho más extenso.
En el relato del éxodo de Egipto, los Diez Mandamientos ocupan un lugar privilegiado. Después de cruzar el mar Rojo, los israelitas llegan a la montaña donde Dios se les manifestará. Se hacen los preparativos rituales para el gran encuentro con el Señor. La montaña tiembla y humea, y, en el estruendo, Dios habla. Sus primeras palabras son las que recoge la lectura. La importancia del texto es tal, que son la única parte de la Ley que el pueblo escucha directamente de la voz de Dios. Después, el pueblo aterrado dirá a Moisés que mejor hable él directamente con Dios y que Dios le diga a Moisés lo que deba comunicarle. De hecho, el resto de la legislación se presenta como un discurso que Moisés transmite al pueblo de parte de Dios. Pero los Diez Mandamientos los proclama Dios.
El Señor se presenta como el Dios liberador. Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto y de la esclavitud. El Dios que liberó de la esclavitud da, en los mandamientos la guía de la libertad. Son palabras que iluminarán la convivencia y harán posible la justicia y la santidad de quienes pertenecen al Dios santo.
El primero, no tendrás otros dioses fuera de mí establece la exclusividad de Dios. En aquel contexto en que cada pueblo tenía su dios, el Señor reclama para sí la exclusividad en Israel. Ahora que hemos llegado a la convicción de que Dios solo hay uno, el manda- miento en positivo se transforma así: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6,5). Dios es la referencia primera y suprema de toda la vida y conducta. En la lectura católica de este texto hemos entendido que el mandamiento que sigue, no te fabricarás ídolos especifica que ninguna criatura de este mundo puede ocupar el lugar que se debe solo a Dios. Pero también significa que Dios invisible es irrepresentable por ninguna criatura. Solo Jesucristo podrá llevar el título de imagen de Dios invisible (Col 1,15; Hb 1,3). El Padre permanece para siempre invisible, irrepresentable, aparte de lo que Jesucristo diga de Él. Dios no es manipulable. Existe más allá del horizonte de lo que el hombre puede hurgar, examinar, manipular, investigar.
El segundo mandamiento no harás mal uso del nombre del Señor, tu Dios es una extensión de la prohibición de hacer imágenes. No podemos hacer de Dios comodín de nuestros gustos y necesidades. Las cosas de Dios se tratan con respeto, comenzando por su nombre. El abuso más frecuente del nombre de Dios puede ser el perjurio. En positivo habría que decir: a Dios y sus obras hay que respetarlas, adorarlas y tomarlas en serio.
El tercer mandamiento, acuérdate de santificar el sábado ya está en positivo. Dios mismo explica cómo se santifica el sábado. Se debe suspender todo trabajo. Es día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios. La palabra “shabbat”, es decir, “sábado” significa “descanso”. Jesucristo corrigió el modo de entender el sábado en su tiempo, para recordar que es día de esperanza y anticipo de plenitud. El sábado nos recuerda que debemos hacer tiempo para Dios en nuestra vida. No podemos vivir absortos en el trabajo, en las preocupaciones de este mundo, sin darnos tregua para abrirnos a Dios y a las realidades que están más allá de este tiempo y de este mundo. En la historia de la creación, tal como la cuenta el libro del Génesis, Dios creó todo en seis días y descansó el séptimo. Todas las cosas que hizo en los seis primeros días pertenecen a la creación en la que vivimos; lo que hizo el séptimo, también. ¿Qué significa el descanso de Dios como parte de la creación? Este es un misterio que ha motivado la mística judía y cristiana. Significa que Dios, invisible y remoto, es accesible.
Dios ha dejado su huella en la creación y lo podemos conocer. Dios ha enviado a su Hijo a este mundo y hemos conocido su vida y sus palabras. Dios ha puesto su Espíritu en nuestro interior y nos comunica su vida, su paz, su alegría. El autor de la carta a la Hebreos, comenta el salmo 95 en el que Dios dice que no permitió a los israelitas desobedientes en el desierto entrar en su descanso. Pero Dios sigue invitándonos hoy a estar con Él. Como los primeros en recibir la buena nueva no entraron en el descanso de Dios a causa de su desobediencia, Dios señala un nuevo día, un nuevo “hoy”. Esforcé- monos, por tanto, para entrar en este descanso (4,6-7.11). El mandamiento del sábado nos ordena hacer tiempo para descansar en Dios, no solo personalmente, sino también como comunidad creyente. Los cristianos entramos en el descanso de Dios el domingo. Ese día, en la celebración de la misa, anticipamos la convivencia con Dios en el cielo y lo adoramos para que Él y su voluntad sean la referencia principal en todo lo que hacemos.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Obispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)