Una palabra amiga

La eutanasia y el caso Estrada

El autor reflexiona en este artículo sobre el debate de la eutanasia y su legalización en algunos países.

Estamos ante un nuevo caso instrumentalizado en la agenda social. La propaganda tiene como blanco nuestros sentimientos, para hacernos aceptar un supuesto “derecho” a decidir morir y ser ayudado en ello. Sin embargo, como reafirmó San Juan Pablo II, “la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana”, y conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio” (Evangelio de la Vida).

Pero, ¿cuál es el caso de la Srta. Ana Estrada?  La paciente Ana Estrada sufre una grave enfermedad degenerativa que afecta cada vez más a sus músculos, incluso los implicados en la respiración. Por este motivo, ha pasado los últimos años prácticamente inmóvil, recibiendo la oxigenación necesaria con la ayuda de una máquina de ventilación. Sus facultades mentales son normales. La mencionada Srta. no desea que la maten inmediatamente. Su pretensión es que el juez le reconozca el derecho de definir, cuando ella lo considere pertinente, que su vida se tornó “indigna de ser vivida”, y que su decisión de morir sea “aplicada” por Essalud, sin que a los ejecutores se les considere culpables del delito de “homicidio piadoso”. Lo grave es que la Defensoría del Pueblo y el ministro de Justicia han expresado su apoyo a la demandante. Pero esto no es justo ni está bien por lo que vamos a decir.

¿Por qué no puede uno mismo pedir que le quiten la vida?- El ser humano es una criatura de altísima dignidad, creada a semejanza de Dios y, por tanto, superior a los animales. Mientras éstos se matan entre sí siguiendo sus instintos, la superioridad que el Creador otorgó al hombre le llevó a darle una brújula moral de Diez Mandamientos. El quinto de ellos prohíbe el homicidio y el suicidio, así como la cooperación con uno y con otro.

La teología moral tradicional enseña que “no es lícito jamás darse la muerte: eso sería violar los derechos de Dios, autor y árbitro de nuestra existencia, y los de la sociedad de que formamos parte. No hemos recibido de Dios más que el uso de nuestra vida, y nadie hay tan dueño de la suya que se la pueda quitar cuando le plazca. El suicida quebranta esta ley de “no matarás” cometiendo el más odioso de los asesinatos, y mereciendo la condenación eterna”.

¿En dónde enseña la Iglesia que es moralmente inaceptable la eutanasia? En muchos documentos, pero vamos a copiar un texto de la Evangelium Vitae de san Juan Pablo II que dice: “De acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia  del suicidio o del homicidio” (no.65).

La verdadera “compasión” hace solidarios con el dolor de los demás, y no elimina a la persona cuyo sufrimiento no se puede soportar” (no.66).

Los cristianos debemos oponernos rotundamente a la eutanasia frente a los que piden la despenalización de la eutanasia y proclaman el “derecho” a decidir sobre su muerte.

Y volviendo al caso de Ana Estrada afirmamos que moralmente no existe el derecho de pedir uno su propia muerte porque si no eres dueño porque pretendes disponer de ella cuando tú quieras. Además, aceptar el pedido de Estrada causaría una muerte indebida y constituiría el inicio de muchos casos análogos, cada vez con mayor complejidad, perjudicando a la sociedad. Sin negar los sufrimientos que las enfermedades provocan, vemos que nos hallamos ante un nuevo caso instrumentalizado de la política. Por el bien de nuestra patria, debemos prestar atención al cuadro de fondo más que a los detalles sentimentaloides.

¿Cuál es ese panorama mayor? La presencia de una corriente que San Juan Pablo II llamó “la cultura de la muerte”, que pugna por imponerse en el mundo: mientras no logra que las leyes se tornen a favor del aborto y de la eutanasia, se vale de sentencias judiciales a su favor, a la vez que busca conquistar los sentimientos del público, sobre todo en la televisión. Esto viene también del movimiento feminista exagerado. No nos dejemos engañar por la publicidad y sostengamos los principios morales de la enseñanza de la Iglesia que son los que valoran realmente al ser humano.

En conclusión, no se debe aceptar el pedido de Ana Estrada, y al contrario hay que ayudarla a llevar su dolor con paciencia y resignación y los debidos cuidados paliativos que reduzcan su dolor. Más no quitarle la vida. De hecho no creo que haya ningún médico peruano que lo acepte esto, si es verdadero médico.

Ángel Herrán OAR

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