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La santificación del Domingo

En su reflexión semanal Mons. Mario Alberto Molina profundiza en las apariciones de Jesús resucitado y en la santificación del Domingo.

El evangelista Lucas nos relata hoy una de las apariciones de Jesús. Los dos discípulos a quienes Jesús había encontrado en el camino hacia Emaús y a quienes se había dado a conocer al partir el pan han regresado a Jerusalén. Ellos han contado a sus compañeros lo que les ha sucedido. En eso están, cuando Jesús se presenta en medio de ellos, los saluda con la paz y se identifica a través de las señales que los clavos han dejado en las manos y los pies.

En esta aparición, Jesús cumple dos propósitos. El primero es convencer a los discípulos de la veracidad de la resurrección. La aparición no es una alucinación colectiva de los discípulos, una imaginación compartida. La aparición es algo que les sobreviene desde fuera de sí mismos. Es Jesús mismo el que se hace presente, no son ellos los que imaginan a Jesús. Los discípulos creían ver un fantasma, un ser imaginario. Jesús les asegura: No teman, soy yo. ¿Por qué se espantan? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Los invita a tocarlo. No sabemos si lo hicieron. Con el fin de darles otra prueba de que es él quien está presente, Jesús les pide de comer, no porque tenga hambre, sino porque un ser imaginario no come comida real, sino comida igualmente imaginaria. Le ofrecieron un trozo de pescado asado y se puso a comer delante de ellos.

Además de esas pruebas, digamos, físicas de que es él quien está presente, Jesús pasa a ofrecer otro tipo de argumentos de que lo que le ha pasado a él es voluntad de Dios. Es la prueba por las Escrituras. El aspecto que más pruebas necesita es la pasión y la muerte del Mesías. Si Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías Salvador como se puede comprobar por su resurrección, ¿cómo fue posible entonces que hubiera tenido una muerte tan atroz y cruel? Tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la Ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. Nosotros podemos comprobar hoy, cuando leemos el Nuevo Testamento, cuántos pasajes del Antiguo Testamento se citan como prueba de que la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús ocurrieron de acuerdo con la voluntad de Dios expresada en los libros santos. Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día.

En tercer lugar, Jesús se aparece a sus discípulos para enviarlos en la misión. En su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Por la resurrección de Cristo y sus apariciones, Dios irrumpe en nuestro mundo y nos advierte que es necesario abrirse a esa otra dimensión invisible que rodea y sostiene este mundo visible. En necesario volverse a Dios. No podemos vivir encerrados en el horizonte de la inmanencia, en solo las realidades visibles y tangibles de este mundo. Es necesario abrirse a la dimensión superior para el perdón de los pecados y alcanzar así la vida eterna.

Precisamente el tercer mandamiento del Decálogo tiene ese propósito. En la Biblia el mandamiento dice: Acuérdate del sábado para santificarlo (Ex 20,8). En el Catecismo el mandamiento dice: “Santificarás las fiestas”. El mandamiento nos enseña precisamente a alzar la mirada de la actividad cotidiana para acordarnos de Dios. Para los israelitas el día para hacer ese ejercicio era el sábado. Para los cristianos, ese día es el primero de la semana en conmemoración de la resurrección de Jesús y de las apariciones de Jesús, que, cuando tienen fecha, ocurren siempre en domingo. El día en que Dios actuó para resucitar a Cristo, ese día nos volvemos a Él para reconocerlo como nuestro origen y término.

El tercer mandamiento ha sido el precepto religioso más afectado por el Covid-19. El cierre de iglesias y las restricciones de asistencia y participación en la liturgia han logrado que muchos se hayan olvidado por completo de Dios y ya vivan al margen de él. Aunque las parroquias se han esforzado por multiplicar transmisiones de audio y de video de las misas y otros actos de culto, debemos adquirir nuevos usos, hábitos, costumbres para cumplir con el tercer mandamiento.

Es obligación grave cumplir con el tercer mandamiento. La Iglesia nos enseña a cumplir con el tercer mandamiento por la participación presencial en la misa los domingos y fiestas principales. Por eso es obligación grave hacerlo del modo como nos enseña la Iglesia, mientras sea posible. Es una obligación grave que debemos recuperar en honor de la resurrección de Jesús. Lo que voy a decir ahora lo van a escuchar personas que sí se preocupan de hacer tiempo para la misa, sea que estén presentes en la iglesia o estén conectados a la celebración por algún medio de comunicación. Lo que voy a decir tiene el propósito de animar a quienes han descuidado la participación, para que lo hagan. No sé cómo les va a llegar el mensaje, pero hay que decirlo. Volvamos a la participación dominical en la misa.

Pero hay impedimentos para esa participación presencial. No podemos llegar libremente; hay restricciones de admisión por el aforo. En otros tiempos uno podía argumentar que no había iglesias cercanas. A veces no podemos participar en la misa porque estamos enfermos y no podemos salir de casa; o tenemos que cuidar un enfermo o un anciano o un niño y no podemos ir a la iglesia a la hora que se celebra la misa; o el tiempo en que debo trabajar coincide con el horario de misas. Entonces, ¿cómo santifico el domingo?

Si no puedes estar presencialmente en la misa los domingos y días de precepto, entonces el otro modo de participación es por la presencia virtual: conéctate a una transmisión de la misa en tiempo real. No estás presente con el cuerpo, pero estás unido al mismo tiempo a la celebración por el Espíritu Santo. O en el oratorio de la comunidad hay una celebración de la Palabra: participa allí. Y si tampoco eso es posible, reúnete en familia para leer las lecturas del día y orar. O tu solo, dedica un tiempo a la lectura y la oración. O incluso en último caso, mira una grabación de la misa del día en diferido. Santifica el domingo, para participar con Cristo en su resurrección.

Mons. Mario Alberto Molina, OAR

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