El autor reflexiona sobre las personas mayores, a propósito de la primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores.
El Papa ha decretado que el último domingo de julio se dedique a la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. No existía como tal esta Jornada, si bien el 26 de julio se recuerda a los padres de la Santísima Virgen María y abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, y, por otro lado, el 27 de agosto se conmemora a Santa Teresa Journet, patrona de la ancianidad. Así pues está es la Primera Jornada dedicada a los abuelos y a los mayores.
La pandemia ha afectado especialmente a los ancianos. Las situaciones de personas mayores que han muerto solas, para los que ni siquiera ha sido posible celebrar un funeral, han sido una herida muy dolorosa para toda la Iglesia. Es una de las cruces de nuestro tiempo que, no por casualidad, fue recordada durante el Vía Crucis con el Papa el Viernes Santo de este año: “Bajaron de la ambulancia unos hombres que parecían astronautas, vestidos con bata, guantes, mascarillas y visera, se llevaron al abuelo que tenía dificultades para respirar desde hacía algunos días. Fue la última vez que vi al abuelo, murió pocos días después en el hospital, imagino que sufriendo también a causa de la soledad. No pude estar cerca de él físicamente, decirle adiós y darle consuelo”.
No poder estar cerca de los que sufren contradice la vocación de los cristianos a la misericordia, y esta Jornada es una ocasión para reafirmar que la Iglesia no puede permanecer alejada de los que cargan la cruz. El tema elegido por el Santo Padre “Yo estoy contigo todos los días” lo expresa con claridad: durante la pandemia y en el tiempo que –esperamos que pronto-comenzará después de ella, toda la comunidad eclesial desea estar con los mayores todos los días.
Tanto “individualmente o como Iglesias locales, podemos hacer mucho por las personas mayores: orar por ellas, aliviar la enfermedad de la soledad, activar redes de solidaridad, y mucho más. Frente al escenario de una generación tan golpeada de una manera tan fuerte, estamos llamados a una responsabilidad común”. La celebración anual de una Jornada, dedicada a las personas mayores es una forma de poner la atención en los mayores, frágiles en el tejido habitual de nuestra pastoral. Como acciones prácticas se proponían las siguientes:
+ Visitar a los abuelos y mayores en sus casas o en los hospitales.
+ En las misas del domingo 25 de julio los ancianos ganarán Indulgencia Plenaria y se pida especialmente por ellos y por los que ya nos han dejado, nombrándolos expresamente.
El Santo Padre encomienda estos pilares a los ancianos para la construcción del mundo nuevo:
- Los sueños. El profeta Joel pronunció en una ocasión esta promesa: “Sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes visiones” (3,1). El futuro del mundo reside en esta alianza entre los jóvenes y los mayores. ¿Quiénes, si no los jóvenes, pueden tomar los sueños de los mayores de justicia, de paz y de solidaridad y llevarlos adelante?
- Hacer memoria y transmitir la fe a las nuevas generaciones. No son “usuarios” de la Iglesia, sino compañeros de viaje. El Santo Padre les pide que sean corresponsables del camino de la Iglesia del mañana y de la construcción del mundo después de la pandemia. Esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más acogedor. Pero sin la memoria no se puede construir, sin cimientos nunca construirás una casa. Nunca. Y los cimientos de la vida son la memoria. Pero antes, pensemos que también a los mayores los tenemos que evangelizar, pues muchas ves lo damos porque ya saben, y sin embargo, de cuestiones de fe están en los inicios.
3.- Por último, la oración. Dijo Benedicto XVI: “La oración de los ancianos puede proteger al mundo, ayudándoles tal vez de manera más incisiva que la solicitud de muchos”. Tu oración es un recurso muy valioso: es un pulmón del que la Iglesia y el mundo no pueden privarse” (E.G.262).
Visitemos a los mayores, como hizo María al visitar a su anciana prima Isabel. La visita es una oportunidad para que cada joven o adulto le diga a la persona mayor que va a visitar: “Estoy contigo todos los días”. La visita puede ser una oportunidad para llevar un regalo, como una flor, y leer juntos una oración. Y si es posible ayudarlos a acercarse a los sacramentos de la reconciliación y de la eucaristía. Si no se le puede visitar a través del teléfono o de las redes sociales darles un mensaje de esperanza.
Y en la vida religiosa, ¿cómo podemos interiorizar esta Jornada? Sabemos que nosotros los religiosos no nos jubilamos, incluso si estamos en una casa de reposo o de atenciones especiales por motivo de salud, como en el convento Santo Tomás de Villanueva de Salamanca, nuestra vida hasta el final siempre tiene un sentido y siempre tenemos algo que hacer y ofrecer por los demás, tal es el caso de nuestras oraciones y sufrimientos. En este momento difícil para la humanidad, mientras atravesamos todos en la misma barca, el mar tormentoso de la pandemia, tu intercesión por el mundo y por la iglesia no es en vano, sino que indica a todos la serena confianza de un lugar de llegada.
Hace pocos días murió el P. Fernando Sacristán, para mí un santo, al que tuve tres años de formador mientras cursaba el bachillerato en Logroño. Su ejemplo de vida, su palabra serena y su alegría contagiosa iluminaba el camino a las jóvenes generaciones. Estos religiosos mayores dejan huella en la memoria y merecen una atención única y esmerada hasta el final de su vida.
Ángel Herrán OAR