El autor reflexiona sobre la actualidad del pensamiento agustiniano al hilo del curso sobre Las Confesiones realizado por la Orden de Agustinos Recoletos.
La espiritualidad de san Agustín atrapa a las personas que se acercan a la vida y escritos de este maestro. El resultado del curso de las Confesiones realizado por la Orden, en el que se inscribieron más de ochocientas personas. Es una demostración de cómo corre la “química” entre el pensamiento del santo y las gentes de nuestro siglo XXI. La clausura del mencionado curso sirvió para que se mostraran algunos de los trabajos de grado realizados por los participantes. Fue asombrosa la variedad de sugerencias que las Confesiones, –tema explicado por Fray Enrique Eguiarte, apoyado por Fray Antonio Carrón- despertó en los noveles estudiantes: canciones, juegos, puzzles, guiones audiovisuales para alumnos, ensayos, entrevistas, obras de arte pictóricas y musicales… Pero lo que más me impactó fue su entusiasmo al poner de manifiesto el enorme atractivo que Agustín a través de las Confesiones despertó en sus almas. Los recién graduados, al recibir el “Diplomado online sobre las Confesiones de san Agustín”, manifestaron el deleite vivido por la cercanía al santo y a su obra, y solicitaban proseguir con nuevos cursos reglados de formación agustiniana. De hecho, tenemos la grata noticia de que se abrirá un segundo curso orientado a “La catequesis de los principiantes, magnífico manual catequético y muestrario nutrido de ideas pedagógicas muy actuales.
Está dándose en nuestra Orden una proliferación de estudios sobre san Agustín que ha enriquecido enormemente a nuestra familia en los últimos años. Pero faltaba, quizá, que Agustín saliera a la calle para que jóvenes y adultos, que tanto han oído su nombre y han memorizado algunas de sus frases, tomaran contacto con sus palabras directas y se adentraran en sus páginas. La química entre el obispo de Hipona y los laicos de este tiempo nos invita a seguir sacando a Agustín a la calle, ágora de transeúntes rápidos y escuela democrática, donde se afana el hombre contemporáneo, ciudadano en tránsito con muchas prisas y, a la vez, en búsqueda de maestros verdaderos y cercanos.
El propio Agustín en “De la catequesis de los principiantes” invita al diácono Deogratias, -nos lo está diciendo a nosotros- que enseñar a los demás lo que ya sabíamos de memoria es como mostrar a unos amigos que vienen de lejos la propia ciudad, llevándolos por las plazas, explicándoles los monumentos emblemáticos y resaltando las bellezas de la urbe. Lo sorprendente es que al explicar la localidad tan conocida, es el propio anfitrión quien descubre riquezas nuevas y bellezas no antes vistas. Este símil del anfitrión-guía me hace pensar en san Agustín, amigo que se toma la molestia de caminar por las calles mostrando a todos los conciudadanos tanto la actualidad de su pensamiento, como la hondura de su corazón, influencias con las que sintonizan las personas de nuestros tiempos. El padre General, refiriéndose a todos los que se involucran en nuestros ambientes pastorales, dice en su Informe del Estado de la Orden que “es de admirar la alegría con la que reciben el carisma y el entusiasmo con el que lo viven y difunden. Todo esto nos hace pensar en la vitalidad que infunde el Espíritu”.
En un mundo que creíamos desilusionado y que ya no sigue a filósofos ni cree en maestro alguno. San Agustín pisa al ágora de nuestras calles sin rebajar hondura de concepto y despierta entusiasmos. El pensamiento de Agustín tiene fuerza persuasiva y las gentes auténticas de hoy se apuntan a la cátedra de este amigo firme y creíble, maestro vivencial y cercano que nos enseña las maravillas de su ciudad, la ciudad de Dios. El maestro de ayer y de hoy sale a caminar con nosotros por las calles de la vida moderna empleando la pedagogía del acompañamiento. Este estilo –el acompañamiento-, seguramente, es lo que hace que haya tanta sintonía entre él y los habitantes de nuestro tiempo.
Lucilo Echazarreta OAR