Una palabra amiga

La fe de María

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este cuarto domingo de Adviento.

La liturgia del cuarto domingo de adviento todos los años nos introduce en la Navidad con lecturas que nos hablan de Jesús y de algunos de los acontecimientos que rodearon su nacimiento. Esta es la ocasión para centrar nuestra atención en Él, en la salvación que Él nos trajo y en el significado de su persona para nosotros.

Me parece que el mejor modo de hacer justicia a los textos que se nos han ofrecido hoy para nuestra reflexión es comentarlos cada uno por separado. En primer lugar, nos fijamos en el pasaje del profeta Miqueas. Este es un profeta contemporáneo del profeta Isaías en el siglo VIII antes de Cristo. Este pasaje que hemos escuchado hoy es el que consultaron los sabios escribas de la corte de Herodes, cuando los magos llegaron a Jerusalén y preguntaron dónde habría nacido el rey de los judíos. Efectivamente el profeta le anuncia a la ciudad de Belén, que de ella saldría el jefe de Israel, cuyos orígenes se remontan a tiempos pasados, a los días más antiguos. De Belén era originario el rey David que había reinado en Jerusalén tres siglos antes del profeta Miqueas. Cuando el profeta pronuncia este oráculo, la dinastía davídica está amenazada, pero todavía reina en Jerusalén. Sin embargo, el profeta habla sorprendentemente de una mujer que debe dar a luz. Entonces se salvará Israel. Él se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios. Textos como este y otros semejantes dieron a Israel la convicción de que Dios configuraba el futuro con su palabra y su promesa. Los cristianos, desde el primer momento, vimos en esos textos el anuncio anticipado de Jesucristo, que de ese modo cumplía las promesas de Dios. Esta dinámica de promesa y cumplimiento nos da gran confianza. Aunque con frecuencia no le vemos la figura al curso de la historia, la dinámica de promesa y cumplimiento, que Dios promete y cumple, nos da confianza de que lo que Dios comenzó en nosotros en Jesucristo lo llevará a término en su venida futura.

La segunda lectura, por otra parte, nos transmite un diálogo entre el Padre Dios y su Hijo Jesucristo en el momento de la encarnación. Es un pasaje audaz e imaginativo del autor de la carta a los Hebreos. Naturalmente, él no estuvo en el cielo para escuchar ese diálogo. Pero a partir de lo que sucedió realmente en la vida de Jesús, de cómo vivió en obediencia al Padre, de cómo se entregó para morir en la cruz, de cómo Cristo convirtió su muerte en sacrificio expiatorio de nuestros pecados, el autor se imagina un diálogo entre el Padre y el Hijo y lo reconstruye valiéndose de las palabras del salmo. Ese diálogo se da en el contexto del gran problema humano de que somos pecadores y no hay modo de revertir los pecados cometidos. Los pecados son principalmente acciones que realizamos que nos hacen daño a nosotros mismos, a nuestro prójimo o a la sociedad; son acciones, por eso mismo, contrarias a la voluntad de Dios. ¿Cómo dejar atrás esas acciones? ¿Quién nos permite comenzar de nuevo? Los israelitas y otros pueblos intentaron obtener esa liberación del pecado, traspasando la culpa a un animal que luego sería sacrificado. De ese modo se pretendía obtener una liberación del pecado. Pero esos fueron intentos vanos. Cristo le dice a su Padre Dios: No quisiste víctimas ni ofrendas. No te agradan los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces el Hijo toma la iniciativa, movido por su amor a nosotros. Lo que tú quieres, Dios Padre mío, no es el derramamiento de sangre, sino la obediencia a tu voluntad. Me haré hermano de los hombres, me haré humano. Y como humano, y en representación de toda la humanidad cumpliré tu voluntad, hasta la muerte. Estas son las palabras del Hijo: Me has dado un cuerpo. Entonces dije: Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad.

El autor del pasaje hace este comentario: Cristo suprime los antiguos sacrificios, no solo los antiguos sacrificios judíos, sino los de todas las religiones, para establecer el nuevo sacrificio, el que él mismo llevará a cabo por medio de su obediencia a Dios hasta la muerte y una muerte de cruz. Y en virtud de esta voluntad, es decir, de esa obediencia de Cristo, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas. La obediencia plena, de la que no hemos sido capaces, Jesucristo la ha realizado en nombre de todos los que nos unimos a él por la fe y los sacramentos. Para esto nació Cristo. No podemos celebrar su nacimiento olvidándonos de su muerte. Por eso la noche de Navidad, conmemoramos su nacimiento de María Virgen con la celebración de la santa misa, es decir, con el sacramento que actualiza su sacrificio en la cruz.

Finalmente comentamos el evangelio. Relata la visita de la Virgen María a su pariente Isabel. Cuando el ángel Gabriel anunció a María que sería la madre del Hijo de Dios hecho hombre, le dio como señal y prueba el embarazo de Isabel, que ya iba por el sexto mes. María se puso en camino. Cuando llegó a la casa de Isabel y Zacarías, María saludó en voz alta para anunciar su presencia. En ese momento, el niño que Isabel llevaba en el vientre, Juan el Bautista, saltó. Isabel inspirada por el Espíritu Santo entendió que se trataba de una visita portentosa. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Isabel reconoce la gracia con la que María ha sido favorecida; ella, entre todas las mujeres, ha sido elegida, sin mérito propio, para ser la madre por la que el Hijo de Dios se hará Hijo del hombre. Pero la visita es portadora de salvación, porque María lleva en su seno al Hijo de Dios. ¿Cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Isabel explica: Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. E Isabel vuelve a felicitar a María, para señalar que ha sido su fe, su confianza en Dios, la que le ha permito cumplir esa misión tan sublime para la que Dios la eligió: Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor.

En este domingo previo a la Navidad, pidamos al Señor la fe de María para creer en todo lo que ha dicho Dios; pidamos la fe para acoger la salvación que nos viene de Jesucristo. Abramos nuestra mente y nuestro afecto a Jesucristo para que venga a nosotros por su Palabra y el sacramento, y así nos haga uno con él y nos lleve a su gloria.

Mons. Mario Alberto Molina OAR

X