El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 9 de enero, Bautismo del Señor.
El tiempo de Navidad concluye con esta fiesta del bautismo del Señor. Damos un salto de unos treinta años desde la adoración de los magos, que celebrábamos la semana pasada, hasta la primera manifestación pública de Jesús y el inicio de su ministerio. En algunas regiones de la iglesia, especialmente en la iglesia de oriente, la epifanía, el bautismo de Jesús y la conversión del agua en vino en las bodas de Caná se celebran en un solo día. En la liturgia católica hay ecos de esa conjunción. En la oración vespertina de la iglesia para el día de la epifanía se nos proponía esta antífona: “Veneramos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, para salvarnos. Aleluya”. Aunque la antífona dice que el día de la epifanía celebrábamos los tres acontecimientos, la verdad es que la Iglesia también los separa: la semana pasada celebramos la epifanía, hoy celebramos el bautismo y el próximo domingo leeremos el evangelio de las bodas de Caná. ¿Qué tienen en común estos tres episodios de la vida de Jesús que la Iglesia los conmemore juntos y los celebre en tres domingos seguidos? ¿De qué manera los tres acontecimientos se complementan para mostrarnos quién es Jesús?
Los tres tienen que ver con la manifestación de Jesús como salvador de la humanidad. El episodio de la visita de los magos, venidos de tierras extranjeras para adorarlo anticipa el futuro del evangelio, cuando gentiles de todos los pueblos y culturas pondríamos nuestra fe en Jesús, el Mesías de Israel. En el episodio del bautismo escuchamos la voz de Dios que presenta a Jesús, que acaba de ser bautizado como si fuera un pecador y que está orando, y le dice, para que nosotros también lo oigamos: Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco. El episodio de las bodas de Caná, que tendremos la oportunidad de comentar el próximo domingo, simboliza la llegada de los tiempos de la salvación. El agua del Antiguo Testamento da lugar al vino del Nuevo Testamento. El régimen de la ley da paso al régimen de la gracia. Antes de que le llegue la hora de morir en la cruz, Jesús da un signo de que él es quien trae el vino nuevo de la salvación. Los tres acontecimientos nos manifiestan a Jesús como nuestro salvador. Por eso la iglesia antigua y todavía la iglesia oriental los conmemora juntos.
Pero centremos nuestra atención en la escena del bautismo de Jesús, según la narra el evangelista san Lucas. El pasaje que hemos escuchado hoy nos presenta primero a Juan el Bautista; el que preparó el camino al Señor. Su ministerio consistió en predicar que el Reino de Dios estaba por llegar. Él conmina a los que acudían a él a que se arrepintieran de sus pecados y a que se dejaran bautizar como signo de esa conversión y aspiración a la purificación interior para poder así participar de ese Reino venidero. Algunos pensaban que él era el Mesías salvador que Dios había prometido enviar. Él lo negaba. Su bautismo era simplemente con agua que lava el exterior del cuerpo a la espera del bautismo con Espíritu Santo y fuego que purifica el interior del alma. Este otro bautismo lo traería el Mesías, que vendría detrás de él. Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
El evangelista narra a continuación cómo Juan el Bautista fue capturado por Hero-des y puesto en prisión. Nuestra lectura ha omitido esos versículos. El evangelista san Lucas reconoce que Jesús fue bautizado en el Jordán, pero prefiere callar que fue Juan quien lo bautizó, seguramente para evitar explicaciones de cómo uno de menor rango bautizó a uno del máximo rango como el Hijo de Dios. Por eso, san Lucas dice escuetamente: Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado, sin decir explícitamente por quién. Pero el mero hecho de que Jesús, el enviado de Dios, recibiera el bautismo destinado a pecadores plantea también preguntas. ¿Por qué pidió y aceptó Jesús un bautismo de pecadores, si él era el enviado de Dios sin pecado? La respuesta es que él vino a rescatar a los pecadores y se identificó con ellos. Por eso también murió entre dos malhechores, se sentó a la mesa con publicanos y dijo de sí mismo que era un médico que venía a curar enfermos no a dar certificados de buena salud a quienes se consideraban sanos sin pecado. Él es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29).
El bautismo de Jesús es el origen de nuestro propio bautismo. En cierto modo, Jesús, al aceptar el bautismo que Juan había practicado, le dio nuevo contenido. Si el bautismo de Juan tenía el propósito de preparar a los pecadores para la próxima venida del reino de Dios, el bautismo de Jesús tiene ahora el propósito de limpiar a los pecadores con Espíritu Santo y fuego para que entren a formar parte del Reino de Dios. Si el bautismo de Juan era un enjuague exterior para implorar el perdón; el bautismo de Jesús es un sacramento en el que el lavado exterior realiza la purificación interior por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Este bautismo es para todos, con la condición de que crean en Dios y en su Hijo Jesucristo y decidan vivir de acuerdo con su voluntad. Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica de la justicia sea de la nación que fuere. Jesús es salvador universal, pues todas las personas de todos los pueblos, culturas, naciones y épocas cometen errores, toman decisiones equivocadas, a veces hacen cosas que están mal y hacen daño. Y por eso necesitamos de un salvador que nos perdone los peca-dos, que le quite poder al pasado que hemos construido de modo irresponsable, para que no hipoteque y corroa nuestro futuro.
Hoy el Padre Dios, a través del profeta Isaías nos presenta a Jesús y nos dice: Miren a mi siervo a quien sostengo, a mi elegido en quien tengo mis complacencias. Y al mismo Jesús le dice: Te he formado y te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas del error, del engaño, del mal y de la muerte. Pongamos pues nuestra fe en Jesús y digamos creo en ti Señor, pues solo tú eres nuestro salvador.
Mons. Mario Alberto Molina OAR