El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 30 de enero.
Este pasaje evangélico que acabamos de leer y escuchar es continuación del que leímos el domingo pasado. Se trata de la misma escena, en el mismo lugar. Se acordarán de que leímos el relato de la visita de Jesús a Nazaret, el pueblo donde se crio. Visitó, como era su costumbre los sábados, la sinagoga y lo invitaron a leer el pasaje profético. Leyó un fragmento de Isaías y se lo aplicó a sí mismo. Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que ustedes acaban de oír. En este punto comienza la lectura de hoy. La reacción de la gente es voluble; comienzan admirándolo y terminan rechazándolo. Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios. En realidad, las únicas palabras que han salido de la boca de Jesús es la declaración de que las palabras de Isaías se cumplen en él allí ahora. Por lo tanto, la admiración de los paisanos de Jesús es que un portento de ese calibre, es decir, el cumplimiento de un vaticinio profético pueda tener lugar en la perdida aldea de Nazaret. Pero otros sembraban la duda: Se preguntaban: ¿No es este el hijo de José? La pregunta lleva implícito este significado: “Este es uno de nosotros. Es el que todos conocemos como el hijo de José. Debe haber algún truco, algún engaño en esa pretensión suya de que un pasaje de la Escritura tiene cumplimiento en él, aquí, entre nosotros, ahora.”
Jesús asume el desafío. Se adelanta a proponer él mismo los argumentos que supone que saldrán de la boca de sus paisanos. Seguramente me dirán aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo” y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm. Los paisanos de Jesús han escuchado ya la fama de Jesús, y Jesús supone que le pedirán una demostración de que el pasaje de Isaías se cumple ese día allí por medio de alguna acción extraordinaria. Pero Jesús anticipa que su acreditación vendrá a través del rechazo que recibirá: Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. El resultado de este comentario de Jesús es el rechazo total. Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un barranco del monte para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí. Ese fue el primer intento de matar a Jesús y su escapada fue como un adelanto de su propia resurrección.
Pero ¿cuál fue el texto que Jesús leyó y que dijo que se cumplía en ese momento allí en Nazaret? Ese texto es importante porque para Jesús es la descripción de su identidad y de su misión: El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Llama la atención de que se haya fijado en ese pasaje y no en los llamados cánticos del siervo del Señor, que leemos en semana santa, sobre todo, el viernes santo, y que anuncian su pasión, muerte y resurrección. Pero creo que Jesús eligió ese pasaje para describir que su misión está sostenida por el Espíritu que acababa de recibir en el bautismo. Pero las palabras del profeta hay que entenderlas a partir de lo que Jesús hizo. Esa misión consistió en anunciar con palabras y obras la llegada del Reino de Dios. A través de sus enseñanzas, de sus mandamientos, de sus parábolas, Jesús anunció el amor de Dios, su voluntad de perdón, su propósito de dar vida eterna, su convocatoria a la conversión y a la fe. A través de las obras, Jesús curó enfermos, dio vista a los ciegos, alimentó a multitudes, resucitó muertos como signo de la voluntad de Dios de dar vida y esperanza. La obra culmen de Jesús, que no queda claramente expresada en el texto que eligió para presentarse en Nazaret, fue su muerte en la cruz para el perdón de los pecados y su resurrección para derrotar el poder de la muerte. A la luz de lo que Jesús hizo que debemos entender el texto leído. El desenlace del episodio en Nazaret, cuando sus paisanos intentaron matar a Jesús, pero él se escapó de entre ellos, es una especie de anticipo de lo que será su final.
La misión de Jesús consistió principalmente en realizar por su resurrección la victoria sobre la muerte, primero la suya propia; luego, compartió esa victoria con todos los que creen en él. De ese modo, quienes nos unimos a él por la fe y recibimos al Espíritu Santo a través de los sacramentos, vivimos ya en esta vida con la certeza de que Cristo vencerá también nuestra propia muerte para que vivamos con él y en Dios para siempre. La muerte sigue siendo el final de nuestra vida terrenal, pero no es ya un final de aniquilación, sino un final de tránsito hacia la plenitud de Dios. Naturalmente esto es para los creyentes en Cristo. El Nuevo Testamento excluye de esta salvación a los que no creen en él. En referencia a esta victoria sobre la muerte debemos entender la frase final del pasaje que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret: proclamar el año de gracia del Señor.
Jesús también nos trajo el perdón de los pecados, o más ampliamente, la curación de nuestra libertad. Esto de dos maneras. En primer lugar, su muerte en la cruz nos habilitó para que pudiéramos recibir gratuitamente y como don el perdón de Dios. Ese perdón sana nuestro pasado y así nos habilita para que los errores, negligencias, debilidades y mala voluntad del pasado queden borrados. De ese modo podemos comenzar una vida nueva. Y en segundo lugar, a través de su enseñanza y del don de su Espíritu, Jesús nos capacita para vivir ya desde ahora como hijos de Dios, para obedecer a su voluntad, para cumplir sus mandamientos, para vivir de manera constructiva y llegar a ser santos. Quienes tienen el don del Espíritu pueden vivir movidos por la caridad que dura para siempre, como nos enseña san Pablo en la segunda lectura. Así creo que debemos entender las frases que dicen: para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos por su pasado sin esperanza.
Todo esto lo recibimos como don. Por eso el evangelio es regalo para quienes están dispuestos, como los pobres, a reconocer que no pueden salvarse a sí mismos y que debemos recibir la salvación de Dios. Por eso Jesús ha sido ungido para llevar a los pobres la buena nueva. Por eso decimos con Jesús y como Jesús: Señor, tú eres mi esperanza.
Mons. Mario Alberto Molina OAR