Una palabra amiga

La vida religiosa no es un selfie

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Nos movemos dentro del fenómeno del selfie, contexto no ajeno a la vida religiosa. En efecto, somos en verdad tan propensos al selfie y a las publicaciones mediÔticas que ciertamente no tenemos capacidad o no nos queremos dar cuenta de que esta situación quizÔs nos estÔ alejando de lo que ciertamente es la vida religiosa. Esta no surge del selfie o del protagonismo personal, sino desde el evangelio; es decir, surge del seguimiento de Jesús, que ha de ser nuestro único referente.

La vida consagrada va mÔs allÔ que un selfie; no es tanto darse a conocer, figurar, sino ser la levadura, la sal, como motivo.  Muchas veces pensamos que la vida religiosa debe provocar mucho ruido, mucha relevancia. Es algo muy distinto, es un estilo de vida que no se nota, que no se ve, sino que se va creciendo desde dentro donde realmente ningún otro se da cuenta. El selfie, la fotografía y las propagandas inmediatas siguen caminos muy distintos del que sigue Reino.

Con las fotografías o los selfies los religiosos muchas veces queremos mostrar al mundo lo que vamos realizando por el Reino.  Mas a la sombra de esto puede estar latente el virus del narcisismo o la obsesión de protagonismo, a los que el papa Francisco alude.  Es muy oportuno que, a la hora de publicar una fotografía, comunicar una acción pastoral o hacernos un selfie, valoremos muy bien cuÔles son realmente nuestras motivaciones al llevar a cabo estos propósitos. También en esto deberíamos seguir las mociones del Espíritu.

Por diversas circunstancias de la vida y de la historia de cuantos conformamos el estado de vida religiosa, se ha colado sin duda el mal del narcisismo; sin embargo, no hemos de dejarnos arrastrar por estilo de lo personal, que nos puede llevar a vivir de las apariencias y de la superficialidad, y asƭ perdamos de vista que la vida consagrada es algo mucho mƔs profundo. Vivir desde esa superficialidad nos hace desconectarnos de la realidad del mundo; nos lleva a desligarnos de los pobres, porque el mundo gira solo en torno a mƭ; yo soy el autorreferente, soy yo, y los demƔs no me importan; es mirarme a mƭ mismo, y desconectarme de la realidad de este mundo.

Es posible que tengamos la impresión de que los jóvenes religiosos estÔn ausentes del mundo que los rodea. La comunicación mayormente es virtual, no real; por ello, la generación selfie elude las preguntas que dan profundidad a la vida; o prescinde de las preguntas que inquietan el corazón, interrogantes que nos puedan provocar incertidumbre sobre el futuro, y en muchos religiosos generan un clima de miedo y pÔnico.  Es mÔs fÔcil vivir desde el selfie, desde la pantalla, desde la apariencia, que ciertamente no nos conducen a entrar en el corazón, sino que nos lleva a dejar plasmada en las pantallas la imagen, y de este modo poder saciar nuestras necesidades humanas o carencias afectivas.

No hay duda de que figurar en una fotografía o en un relato puede resultar mÔs atractivo que comprometernos en la misión y vivir nuestra consagración desde el anonimato, desde los segundos o desconocidos planos, desde el silencio, desde la no presencia.  La vida consagrada siempre ha surgido desde las periferias, de la frontera, de la experiencia, del desierto, o sea, desde el anonimato. Seamos levadura y sal, elementos que no se ven y no se notan en el pan cocido, pero son los que le dan sabor. sin estos componentes el pan no tendría ni forma y ni gusto.  Por eso, muy claramente nos ha dicho el Señor, que hemos de ser la sal y la levadura en la sociedad. Mas ser sal y levadura en la sociedad no es algo sencillo, porque eso me lleva a morir a mí mismo; mÔs impactante es la fotografía con nuestra imagen, ya que la fama y el prestigio de nuestra propia vida son mÔs importantes que los valores del Reino y la gloria de Dios.

El gran desafío actual en la vida consagrada es presentar una vida religiosa mÔs arriesgada a las nuevas vocaciones, que estén dispuestas a asumir el programa del Precursor, quien no dudó difundir y mantener hasta el martirio los principios y valores de su misión. No hemos de «acomodar» la vida consagrada, para poder contar con un mayor número de personas en esta forma de vida. MÔs aún: no hemos de ofrecer a los jóvenes una falsa seguridad, una garantía plena o, como suele decirse, la felicidad. En cambio, podemos presentarles una gran aventura evangélica, movida por el impulso del Espíritu Santo. Somos conscientes de que hay muchos jóvenes generosos, dispuestos desde el silencio y sin hacerse tanta propaganda a sí mismos, a empeñarse en grandes causas, también sociales.

Wilmer Moyetones OAR

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