El decimosexto artículo del programa de Formación Permanente reflexiona sobre la importancia de la misión de los Agustinos Recoletos en la sociedad actual.
La globalización está generando muchos cambios en todos los aspectos de la vida. Ha transformado la forma en que vivimos nuestra fe y cumplimos nuestra misión hoy. Muchos estarán de acuerdo en que la viña plantada por los primeros discípulos era completamente diferente de lo que los misioneros agustinos recoletos están tratando de evangelizar. Si apartamos un poco nuestra mirada del avance tecnológico actual, las innovaciones en el comercio, el sistema bancario y las redes sociales, notaremos que los valores y principios de cada persona hoy en día son prácticamente los mismos. Esta es una señal evidente de que casi todas las personas en el mundo integran ahora una parte de la “sociedad mundial”. Las fronteras físicas y sociales que desafiaron la misión de la Iglesia, como la distancia geográfica, el idioma, las barreras culturales y políticas, están desapareciendo paulatinamente.
La globalización, que facilita el avance de la tecnología y la excesiva información sin filtrar, ha hecho que la vida humana sea apasionante, complicada, confusa, agotadora e interdependiente. Es muy obvio que la globalización lleva al mundo hacia un tipo de relativismo y, a la vez, inconscientemente motiva a cada individuo hacia la Verdad. Actualmente, mucha gente parece haber “perdido el sentido de la historia” y busca por sí misma lo que es verdadero. Con la variedad ilimitada de realidades y demandas que la globalización ofrece, la persona humana, en lugar de crecer, se pierde y se deprime, ya que la globalización es la causa principal del número creciente de casos de enfermedades mentales y depresiones en el mundo. En vez de considerar esto como algo negativo, los misioneros deberían verlo como una oportunidad, dado que la sociedad actual busca un sentido a la vida, que solo puede encontrar en Cristo.
El mundo parece caminar de un modo más unitario. En este momento histórico, necesita más que nunca del Evangelio. Como leemos en la carta a los Hebreos 13,8: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy por los siglos” (Hb 13,8). La misión de la Iglesia sigue siendo la misma: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva” (Mc 16,15). Esto nos garantiza que el mandato de Cristo es siempre inmutable y relevante. Desde este presupuesto, la tarea de la Iglesia ha de ser más inclusiva y hacer el Evangelio más atractivo y accesible a todos. Quien proclama la Buena Nueva tiene que abandonar el carácter autoritario, seco y cerrado. Se necesita un enfoque más íntimo, oportuno, existencial y alegre. Así como Cristo realmente disfruta hablando con su pueblo, “cada predicador debe esforzarse por comunicar ese mismo gozo a sus oyentes”.
La misión de la Iglesia anticipó y facilitó de alguna manera la difusión de la globalización en nuestra sociedad actual. Dejando de lado el actual sistema comercial y financiero en el que se experimenta la globalización, la Iglesia ha contribuido adecuadamente a su nacimiento gracias a los esfuerzos misioneros. Podríamos decir, incluso, que adelantó la globalización. Aunque no es ampliamente reconocido, el mandato de Cristo de proclamar el Evangelio a todas las naciones es una de las principales causas que facilitaron la globalización en los primeros tiempos. La llamada de Cristo a proclamar la Buena Nueva es una de las principales fuerzas impulsoras que afectó a la globalización del mundo en el ámbito de los valores. La eliminación de las fronteras, el respeto a la libertad religiosa, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, la comprensión más profunda de la palabra “prójimo” (Mt 22,39) y la llamada a amarnos unos a otros, modelaron el corazón del mundo globalizado que vivimos en la actualidad. Los primeros misioneros fueron los primeros en cruzar fronteras con un propósito legítimo: no era por la tierra, el poder, el comercio o la supervivencia, sino por amor.