El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 31 de julio.
Cuesta entender por qué Jesús tiene tantas advertencias contra la riqueza, cuando precisamente uno de los deseos que nos parecen más justos es el de ganar honradamente los bienes suficientes para satisfacer las necesidades de esta vida. En el pasaje evangélico que acabamos de escuchar, Jesús no quiere ni siquiera intervenir en un pleito entre hermanos sobre la repartición de una herencia. Ese no es su oficio ni es su misión. Y advierte: Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posee. La frase nos desconcierta pues cada día constatamos que la vida cotidiana sí depende de la disponibilidad de recursos para comprar alimentos, para recuperar la salud, para construir viviendas, para obtener educación y satisfacer mil necesidades más. ¿Cómo se entiende la enseñanza de Jesús sobre los bienes de este mundo?
Jesús cuenta la parábola del hombre que se hizo rico de manera honesta y virtuosa gracias al trabajo diligente que le permitió acumular bienes de modo que llegó el momento en que pensó que podía dedicarse a disfrutar de la vida. Pero esa misma noche se murió. Y Jesús concluye el relato con la pregunta: ¿Para quién serán todos tus bienes? Como para ampliar la pregunta de Jesús, la Iglesia nos ha propuesto hoy un breve pasaje del libro del Eclesiastés: Hay quien se agota trabajando y pone en ello todo su talento, su ciencia y su habilidad y tiene que dejárselo a otro que no lo trabajó. Esto es vana ilusión y gran desventura. ¿Acaso invita Jesús entonces a la holgazanería? ¿Recomienda Jesús la mendicidad? ¿Promueve Jesús un providencialismo irresponsable?
Hay numerosas frases suyas que señalan la riqueza como impedimento para la salvación y a los ricos como excluidos del Reino de Dios. Él también hace exhortaciones apremiantes a quienes quieren ser sus discípulos a que se desprendan de toda seguridad material para seguirlo. El episodio más conocido es aquel en el que un joven se le acerca para expresarle el deseo de seguirlo. Jesús examina la calidad moral de su vida y el hombre declara que ha sido observante de los mandamientos de Dios. Y Jesús lo aprueba, pero no basta. Le pide además que se desprenda de todo lo que tiene de manera irreversible dándolo a los pobres como condición previa para seguirlo. El hombre desiste de sus intenciones. Esa es la ocasión para que Jesús pronuncie aquella alarmante frase que dice que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos. Pero, por otra parte, en el grupo de Jesús se manejaba dinero. El “tesorero” era Judas. De él se dice que administraba la bolsa común, que no lo hacía con transparencia ni honestidad. Pero que esa bolsa servía tanto para las compras de lo que el grupo necesitaba como para dar limosnas a los pobres. Jesús además aceptaba el buen trato de sus amigos ricos.
Las advertencias de Jesús contra la riqueza no tienen raíz en consideraciones éticas. Jesús no censura la riqueza porque sea fruto de explotación laboral, de corrupción administrativa o de negocios ilícitos. En su planteamiento incluso la riqueza lícita, limpia y bien ganada constituye un peligro, como el ejemplo de la parábola de hoy lo demuestra. Las censuras de Jesús a la riqueza son de naturaleza teológica. Los bienes materiales resuelven tantos problemas reales, satisfacen tantas necesidades legítimas, ofrecen tantas oportunidades deseables que fácilmente podemos considerar que ellos son “la salvación” del hombre. La riqueza visible y tangible parece más confiable y segura que el Dios impredecible e invisible, si de asegurar el bienestar en este mundo se trata. Y ese es el peligro contra el que Jesús quiere advertir, porque para él, la verdadera vida es la que se plantea en relación solo con Dios. Por eso mismo, cualquier otra realidad de este mundo que ocupe la mente y el corazón del hombre hasta el olvido de Dios es censurable así se trate de la promoción humana, el cuidado del ambiente o la justicia social.
Por eso mismo, para Jesús, la pobreza tampoco es una meta que alcanzar ni un estado deseable, si es una pobreza sin Dios. Cuando Jesús pide despojarse de los bienes materiales es para que solo Dios sea el referente y la seguridad en la vida. Cuando Jesús dice que la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea, la frase “vida del hombre” no se refiere a la vida en este mundo. O mejor dicho, se refiere a la vida humana en comunión con Dios desde ahora y para siempre. Para Jesús esa es la única vida que tiene sentido y consistencia. Es evidente que la gracia, la benevolencia y la misericordia de Dios no se compran con dinero ni riquezas y que, por el contrario, estos bienes materiales tan poderosos pueden fácilmente ocupar el lugar de Dios en el planteamiento de vida. Su propuesta es que Dios sea el único referente del pensamiento y de la acción del hombre, su única riqueza. Y para lograrlo es mejor necesitar menos, vivir austeramente y centrar el deseo solo en Dios.
Ese es el sentido de la exhortación de san Pablo a los colosenses cuando les dice: puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Jesús no invita a la holgazanería ni a la mendicidad ni al providencialismo. Urge más bien a un reacomodo de horizontes. Nuestra meta es Dios. De Él viene el sentido de nuestra vida. Nuestro Señor es Cristo. Él nos ha redimido y ha abierto para nosotros las puertas de la muerte hacia la vida. Nuestra alegría y esperanza es el Espíritu Santo. Él nos santifica y nos pone en comunión con Dios. La meta en la vida no puede ser hacernos ricos, sino alcanzar a Dios. El objetivo de nuestros esfuerzos no puede ser pasarla bien en esta vida, sino agradar a Dios para estar con Él para siempre. La plenitud de nuestra existencia no la alcanzaremos a través de logros temporales, sino solo en la apertura a Dios y a la eternidad. Si mantenemos la mirada fija en esa meta, todas nuestras actividades, trabajos y esfuerzos temporales estarán orientados hacia allá, hacia Dios y su reino. Y eso será nuestra salvación. De ese propósito nacen todas las advertencias de Jesús contra la riqueza y los bienes de este mundo.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos Quetzaltenango-Totonicapán