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Tres santos que iluminan el camino

El Prior general anima a tomar a San Ezequiel Moreno, Santa Mónica y San Agustín como modelos para afrontar los principales retos de la Orden.

A las puertas de la celebración de San Agustín y su madre Santa Mónica, unido a la reciente fiesta de San Ezequiel Moreno, el Prior general, Miguel Ángel Hernández, ha enviado un mensaje a los religiosos en los que anima a tomar a los tres santos agustinianos como modelos que iluminen el acompañamiento, la apertura a los laicos o la recuperación del espíritu misionero, entre otros asuntos. Sobre cada uno de ellos ha dedicado una breve reflexión centrada en aspectos de estos santos que hoy siguen siendo relevantes. 

San Ezequiel Moreno, modelo misionero de fraile y obispo

Misionero en Filipinas, formador de misioneros en España y restaurador de la vida religiosa y de las misiones en Colombia, su gran preocupación con los misioneros era que pudieran vivir en comunidad para evitar la soledad y la falta de comunicación y favorecer de esta manera la vivencia de la vida religiosa.

El amor al Señor, su refugio y fortaleza, como dice su escudo episcopal, y su convicción profunda de que Dios lo llama a ser su apóstol, son los pilares que sustentan su vocación misionera. El celo de Fr. Ezequiel no conoce límites: predica, instruye, construye capillas, administra los sacramentos, cuida de los pobres… El P. Ángel Martínez Cuesta dirá que “el aguijón de las misiones se había clavado en su corazón y ya no lo abandonará jamás”.

Su gran amor a los pobres, que muchos lo calificaban de exagerado, le lleva a distribuir en Monteagudo hasta quinientas raciones de comida dos veces al día, gracias en gran medida, a las privaciones de los frailes.

Como responsable del Vicariato de Casanare en Colombia dirá: “¡Quién me diera poder decir al exhalar mi último suspiro en una mala choza, o en arenosa playa, o al pie de un árbol: ya no quedan infieles en Casanare!”.

No faltan en la Orden ejemplos de hermanos que también se dejan la vida en las misiones, en una entrega generosa de la propia vida que no conoce límites. Pero desgraciadamente no faltan signos de que el espíritu misionero en la Orden está en clara decadencia, por lo menos en algunas de las Provincias: no es fácil encontrar voluntarios para las misiones, muchos de nuestros religiosos jóvenes prefieren una vida de despachos que no exija muchos sacrificios ni renuncia, no son pocos los religiosos que se resisten al salir del país de origen y en muchas de nuestras parroquias también nos falta ese ímpetu evangelizador y ese celo apostólico de Ezequiel Moreno. Nos falta salir al encuentro de los alejados, a las periferias existenciales y ponernos al servicio de los más pobres.

La Orden es consciente de todas estas dificultades y por eso nos pide en el PVM 2022-2028 que, al organizar las comunidades de misión en las Provincias haya al menos cuatro religiosos en cada una de ellas; igualmente nos pide actualizar el plan de acción misionera; organizar un encuentro de misioneros con el propósito de compartir y dinamizar la labor evangelizadora en las misiones y priorizar y promover nuestro compromiso evangelizador entre los más empobrecidos y vulnerables, para responder a las realidades de migración, hambre, sufrimiento humano que hoy se presentan a la Iglesia y al mundo. Sin hablar de la importancia que la Orden está dando a ARCORES como el rostro solidario de los agustinos recoletos.

Santa Mónica, modelo de “acompañante”

Ya en el siglo IV y sin haber participado de cursillos y talleres, entendió esta mujer, Mónica, lo importante que era acompañar la vida de aquellos que Dios le había confiado. Dios, en quien se abandonaba y en cuyas manos ponía toda su vida, inspiraba a Mónica el modo de hablar y de actuar para acompañar tanto al marido como a los hijos: Tal era aquélla, adoctrinada por ti, maestro interior, en la escuela de su corazón (Conf. 9,21).

En relación con Patricio nos dirá Agustín en las Confesiones que su madre se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres (Conf. 9,19). Esencial en el acompañamiento es el testimonio de vida. Tenemos que ser personas creíbles que viven lo que dicen y hablan de lo que viven. Si no somos fiables, ¿quién confiará en nosotros?, si nuestra vida no apunta hacia Dios, ¿quién querrá escucharnos y mucho menos seguirnos? Mónica supo esperar los momentos oportunos para exhortar y corregir: tenía ésta cuidado de no oponerse a su marido enfadado, no sólo con los hechos, pero ni aún con la menor palabra; y sólo cuando le veía tranquilo y sosegado, y lo juzgaba oportuno, le daba razón de lo que había hecho (Conf. 9,19).

Mónica acompañó la vida de los suyos con el ejemplo y con la oración. Podemos decir que Mónica persiguió literalmente a Agustín con la oración, como persigue el cazador a su presa; lo fue cercando con su intercesión hasta que cayó rendido a los pies del Señor. Mi madre no cesaba día y noche de ofrecerte en sacrificio por mí la sangre de su corazón que corría por sus lágrimas (Conf. 5,13). Agustín dirá también de su madre que había nutrido a sus hijos, engendrándolos tantas veces cuantas los veía apartarse de ti. (Conf. 9,22). En definitiva, en eso consiste el acompañamiento espiritual, en ir configurando a Cristo en el corazón del acompañado, en ir dando a luz una nueva criatura, un nuevo ser que va encarnando en sí, por una decisión personal, los sentimientos, los pensamientos y las actitudes de Cristo.

Y Mónica entendió también que para acompañar hay que dejarse acompañar, porque no lo sabemos todo, porque solo desde la humildad y la mansedumbre podemos iluminar el camino de los que acompañamos, y por eso acude al guía y pastor de Milán, San Ambrosio, para recibir orientación y consejo: no es posible que se pierda un hijo de tantas lágrimas (Conf. 3,21).

El acompañamiento será uno de los aspectos sobre los que insistiremos bastante en la Orden a petición del propio Proyecto de vida y misión elaborado por el capítulo general.

San Agustín y su carisma, en manos de los laicos

En Casiciaco se retiró Agustín en el otoño del 386, cuando ya había decidido hacerse cristiano, con un grupo de amigos y familiares, entre ellos, Alipio, su hermano Navigio, su madre Mónica y su hijo Adeodato. Allí compartían el pan, el diálogo, la oración y las tareas del campo. Sus reuniones quedaron plasmadas en los llamados Diálogos de Casiciaco. Agustín fue muy feliz en este lugar porque aquí pudo llevar a cabo el ideal de vida que siempre había soñado.

Creo que la imagen de Casiciaco refleja muy bien el espíritu de lo que queremos decir y lo que nos pide el Santo Padre, cuando hablamos de poner el carisma en manos de los laicos. Como dice el propio Agustín en la escuela del Señor todos somos condiscípulos y cada uno aporta al común lo mejor de sí, siempre inspirados por la luz de las Sagradas Escrituras y la oración compartida. Entre todos se construye la comunidad, entre todos se busca la verdad, entre todos se alcanza a Dios. Lo interesante de esta experiencia es que Casiciaco se va haciendo y construyendo entre todos. No es Agustín el que decide y los demás los que secundan. Así tiene que ser nuestro caminar con los laicos, codo con codo, juntos en la reflexión, juntos en la oración y el discernimiento, juntos en la organización, juntos en la toma de decisiones, juntos en la ejecución de lo decidido, juntos compartiendo la vida y la misión.

Dice Agustín que celebrar los santos y no imitar sus virtudes es celebrar con mentira. Ojalá que estos santos que celebramos inspiren e iluminen nuestra acción y misión en estos tiempos que nos toca vivir.

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