Los consejos evangélicos, se profesan de una manera libre y pública, como dice el Derecho Canónico: Con los votos, los religiosos se comprometen a observar los tres consejos evangélicos, se consagran a Dios por el ministerio de la Iglesia (cc. 607, 654); cada uno de los religiosos manifestamos públicamente que deseamos libremente vivir en pobreza, castidad y obediencia, al estilo de Jesús, que ha vivido pobre, obediente y célibe; estos votos son esenciales para vivir en medio del mundo, porque los votos no nos separan del mundo, sino que con ellos podemos ser testimonio de vida en el mundo, como fermento escondido.
Cuando hacemos los votos por medio de la profesión religiosa, en realidad no hacemos votos de castidad, pobreza y obediencia, sino que hacemos un único voto que es el amor, que se resume en esa fórmula del amor que nos enseña la Sagrada Escritura: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. (Mc 12,30). Desde el punto de vista bíblico los votos son “como respuesta al don de Dios, los votos son la triple expresión de un único sí a la singular relación creada por la total consagración. Son ellos la acción mediante la cual los religiosos y religiosas se dan «a Dios de manera nueva y especial» (LG 44). Y la Exhortación apostólica Vita consecrata comienza diciendo así: “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente «visibilidad» en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo.”
Manifestamos públicamente estos consejos evangélicos, pero si le quitamos el amor o le quitamos la iniciativa de la llamada de Dios, se nos pueden transformar en una carga pesada; por eso santo Tomás nos enseña que debemos vivir estas prácticas con el fuego del amor: “Ama a Dios y todo lo que a tu cuerpo le resulta trabajoso será una gozada para el espíritu. Porque toda práctica corporal, como ayunos, obediencias, disciplinas y otros actos penitenciales, si falta el fuego del amor, son una carga para el alma, pero cuando hay amor de Dios, esos ejercicios duros del cuerpo se convierten en delicias para el espíritu.”
Para santo Tomás los tres consejos evangélicos son muy importantes para la vida religiosa: “La cruz de la carne es la penitencia; la cruz del mundo, la pobreza, la cruz del espíritu, la obediencia. Con estas tres cruces, hermanos, somos perfectos, vivamos crucificados en ellas. No bajéis de la cruz, que os bajen los ángeles. Si te dicen tus allegados, si te insisten los grandes del mundo: baja de la cruz, ven a predicar y te haremos caso, di que no, no lo hagas.”
El santo no habla ni dice directamente castidad, pero, cuando se refiere a la carne, está hablando de la castidad de una manera indirecta. Esta manera de vivir los consejos evangélicos desde la cruz me hace pensar en dos frases bíblicas que nos pueden ayudar a reforzar la idea de santo Tomás: la primera es del evangelio según San Mateo cuando Jesús les dice a sus discípulos: “…si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame.” (Mt 16,24). Me imagino que, a la hora de predicar este sermón, estaría en la mente del santo este pensamiento de Jesús.
La otra frase pertenece al corpus paulino y dice así: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí.” (Gál 2, 20). En Pablo hay una vivencia de ese Cristo crucificado porque seguramente ha estado sufriendo mucho y de muchas maneras sobre todo en la carne. Por eso, más adelante dirá a los gálatas: “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.” (Gál 5,24).
Según santo Tomás, antes de la encarnación del Hijo de Dios, el mundo caminaba por tres senderos que no conducían a la salvación: “la senda de la propia voluntad, por el camino del placer mundanal y por la vía de la soberbia y la ambición.”
Frente a estos tres caminos errados, el religioso Tomás propone los tres caminos de los consejos evangélicos que se oponen a los ya nombrados. Los tres consejos evangélicos para santo Tomás es un camino que nos ha mostrado el mismo Dios por medio de su Hijo para llegar a la comunión del Padre: “Vino Dios al mundo y nos mostró tres caminos, «tres atajos», contrarios a los anteriores por los que, en poco tiempo, pudieran llegar los hombres al cielo. Frente al primero de antes, abrió el sendero de la obediencia. Contra el segundo, la senda de la castidad; y opuesto al tercero, el camino de la pobreza. Les puso guías, que fueran delante, y él en persona los precedió.
Allí estaba Benjamín, el más pequeño, Francisco, un magnífico guía. ¿Quién hubo en el mundo tan pobre como él? Él se desposó con la pobreza, la amó tiernamente, por ella sintió grandísimos celos. Si sabía de alguien más pobre que él, al momento se lamentaba, como si le hubieran quitado la esposa. Pobre en el comer, pobre en el vestir y en el lecho, malmirado y objeto de desprecio para todos; su gloria era sufrir desprecios, por lo que no quiso que sus frailes tuviesen nada en la comunidad: les dejó en herencia su propia pobreza. Enseñó con su ejemplo el camino de la obediencia… mostró también la senda de la castidad, caminando por la abstinencia y las asperezas.”
En definitiva, los consejos evangélicos: en cuanto a la pobreza, nos señala que nuestra pobreza tiene sentido cuando somos capaces de compartir nuestros bienes con los más pobres; nos anima a que seamos generosos, desprendidos. En cuanto a la castidad, logramos vivirla en plenitud cuando somos capaces de amar a nuestros hermanos, porque pertenecemos al mismo cuerpo de Cristo, porque somos hijos del mismo Dios y porque partimos el mismo pan en la eucaristía: viviendo así, nuestra vida célibe será fecunda. En cuanto a la obediencia, nos alienta a que seamos dóciles a nuestro Padre Dios, así como son dóciles los animales con nosotros y nos obedecen.
Wilmer Moyetones OAR