Una palabra amiga

Testigos de lo que hemos visto y oído

Estamos viviendo el tiempo pascual y, en todos estos cincuenta días, vamos a estar escuchando “testigos”, “visto y oído”, ya que los testigos son los que han visto y oído al Señor resucitado y, gracias a su valentía, han podido anunciar a otros que Cristo vive, que Cristo está vivo: “No podemos callar lo que hemos visto y oído”.

Ellos, testigos de lo que realmente han visto y oído, no se han quedado callados, no se han guardado para sí esta noticia, sino que la han manifestado a otros: “Lo que hemos visto y oído se lo anunciamos también a ustedes para que estén en comunión con nosotros, pues nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo”.

Gracias a la valentía de estos testigos, ha podido llegar a nosotros esta gran noticia, ya que ellos vieron, oyeron y desatendieron la prohibición de unos hombres que se consideraban guardianes de la verdad; dieron su testimonio. Y nosotros ¿qué? Nosotros también deberíamos ser anunciadores, aunque nada hayamos visto, pero sí hemos oído gracias a la fe recibida de nuestros antepasados: a nosotros nos toca oír, creer y anunciar.

No podemos callar lo que hemos oído y tenemos que anunciar a nuestro Señor resucitado, siendo creyentes de lo que hemos oído.  Muchas veces nos pasa como a santo Tomás, que si no vemos no creemos; pero el Señor nos dice: No seas incrédulo, sino creyente. Que cada uno de nosotros, allí donde se encuentre, lo anuncie valientemente, y así será su testigo. Hemos recibido esta gran noticia; si nos callamos, si nos encerramos en nosotros mismos, si nos la guardamos, esa noticia no se va a propagar y habrá menos testigos.

Anunciemos, pues, a Jesús donde podamos, a quienes podamos y cuando podamos; sólo se nos pide fe, creer en esa gran noticia, no se nos pide otra cosa.  Si realmente creemos en el Cristo vivo, las personas también se lo van a creer por nuestra convicción de creyentes; si tenemos fe, Cristo habita en nosotros, como dice el salmista: Creí, y por eso hablé.  Si estamos llenos de Jesús, si Jesús está en nosotros, es eso lo que debemos dar a los demás; no les podemos hablar de algo si ni siquiera yo tengo el convencimiento de lo que Cristo ha hecho conmigo; pero si estoy convencido de lo que Dios ha hecho con mi vida y estoy lleno de Él, de eso es lo que voy a hablar y los oyentes se convertirán en testigos.

Al inicio de la predicación de los discípulos, entre ellos había algunos que no creían que había resucitado; pero fue poco a poco que se fueron convenciendo de esta verdad y se convirtieron en auténticos testigos.

El hombre de hoy muchas veces necesita ver las cosas, no lo convencemos con facilidad, con escuchar; necesita palpar y verificar las cosas con sus propios ojos y manos, incluso busca que le demos razones de nuestra fe: ¿Qué razones tenemos para poder creer? Hay muchos que se preguntan y nos preguntan: ¿por qué debemos creer en el mensaje cristiano? Quieren comprender el cristianismo, pero se fijan en realidades que no son centrales o fundamentales: no se trata del intelecto o de la razón, esto va más allá, es una experiencia única con el mismo Dios; en otras palabras, la vida cristiana es mucho más que un pensamiento intelectual, es algo del corazón, es el encuentro con una persona que te lleva a dar la vida por Él.

Los discípulos son testigos porque realmente han llegado a encontrarse con el auténtico Dios: no ha sido una experiencia de la cabeza, sino del corazón.  Cuando Jesús se les hacía presente, su corazón ardía, sus gestos después de la muerte en Cruz eran algo incomprendido por la razón; pero algo sucedía en el corazón que les llevaba a anunciar esa noticia, a no callarse, porque era una experiencia única con el resucitado. Ahora debemos preguntarnos, más que comprender o entender, si realmente hemos tenido ese encuentro con Jesús, vivo y resucitado, para que podamos ser testigos de este gran acontecimiento y ser fieles a Él. Todos, por medio del bautismo y la confirmación, hemos recibido este mandato, la misión de ir a todos a anunciar la experiencia personal que hemos recibido. No es una tarea marginal en la vida de los discípulos; la misión se convierte en nuestro compromiso más importante con la realidad de nuestro mundo.

Wilmer Moyetones OAR

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