Una palabra amiga

Shalom, paz y culto

Nos encontramos en un momento de guerra. Como afirma el papa Francisco, Estamos viviendo la tercera guerra mundial a pedacitos.  Esto nos debe llamar la atención a todos, y nos ha de doler el sufrimiento de nuestros hermanos, porque todos somos cuerpo de Cristo; y, cuando un miembro sufre, los demás miembros sufren (1Cor 12,26).

En este momento me pongo a reflexionar sobre la guerra y el culto eucarístico: nos podemos dar cuenta de que en los países en guerra hay un mínimo de celebración eucarística, ya que en Rusia hay el 0,1% de católico; en Ucrania, el 10%; en Israel, menos de 2% ; en Gaza, menos de 1%. La mayoría de los pueblos cristianos católicos no vive en una paz plena; sin embargo, en estas fechas no soportan un conflicto armado, como lo están padeciendo nuestros hermanos de Oriente próximo.

La Iglesia, comunidad de culto, alcanza el momento culmen de vitalidad y expresividad en la celebraciones de la eucaristía. De ahí que en la Iglesia no hemos de hablar de comunión sin referencia al culto, puesto que paz y culto mantienen una unión íntima, que no conviene separar. Efectivamente, si no hay comunión entre nosotros, no hay paz. Y la mayor comunión tiene lugar en la Eucaristía, centro y culmen de la vida cristiana. Cuando hay comunión hay paz, por lo que nuestra celebración eucarística ha de tener muy presente la paz, que es evocada en no pocos momentos de la celebración; ello, sin olvidar que el protagonista de tal liturgia lleva el sobrenombre de Príncipe de la Paz, Jesucristo.

Ciertamente, donde no hay paz no hay culto verdadero a Dios; por otra parte, no cuadra hablar de comunidad y unidad sin referencia al culto. Asimismo, la religión auténtica no se  desentiende  del cuidado de los hermanos que sufren, de los hermanos que no viven en paz por decisiones políticas e ideologías religiosas. Por todo ello, para la Iglesia católica culto y paz han de ser términos y realidades inseparables.

En ocasiones, tal vez nos venza la tentación de separar este binomio, y eso nos puede llevar a olvidar la vida real de los hermanos, en la que ocurren momentos puntuales o situaciones prolongadas de dolor. De ahí que pueda darse el hecho de celebrar habitualmente la eucaristía y, sin embargo, pasar por alto el trabajar por la paz y recordar a quienes sufren la injusticia; de forma que estamos perdiendo el verdadero sentido de la  Eucaristía que, como recalca la encíclica Mysterium fide, debe promover el amor social.

Cuando digo que en la mayoría de los países cristianos católico no estamos viviendo en guerra, como nuestros hermanos, no sumo crédito a nuestras acciones, sino que destaco la presencia real de Jesús en nuestro culto, ya que gracias a la Encarnación hay paz entre nosotros y, sobre todo, existe la esperanza de que estamos capacitados para  conformar una Iglesia más humana, unida y fraterna.

En la celebración litúrgica se nos comunica la gracia, no en virtud de nuestros méritos, sino por la fuerza de un sacramento instituido por Cristo, Príncipe de la Paz, que se hace presente de modo especial en la celebración eucarística, sagrada y santificante, aunque no vivamos en situación social de paz o en comunión plena entre nosotros. La Eucaristía no hemos de vivirla como una obligación, una tradición o para tranquilizar la conciencia durante la semana; nos ha de estimular a un compromiso e impulso para cambiar la sociedad tan inhumana, a la que por desgracia nos estamos acostumbrando.

Es urgente volver a las primeras comunidades de creyentes que en la Fracción del pan participaban con la puesta en común de todo, lo que implicaba la unión de corazones y comunión de bienes (Hech 2, 42-46; 4,32).

Es, pues, el mismo Dios quien ha relacionado la paz y el culto. Ofrecer culto a Dios por medio de la Eucaristía no es solo un rito litúrgico. Rendirle culto a Dios es conocerlo mejor. Y conocer a alguien conlleva mantener trato personal con él. Por eso, en referencia a Dios, el género humano lo conoce de verdad cuando supera todo egoísmo, odio, rencor; cuando cada persona es capaz de salir de sí misma e ir a los otros reconociéndolos como hermanos, como hijos de Dios. Por lo tanto, cuando participamos en la celebración eucarística desde nosotros mismos, desde nuestro egoísmo y con olvido de situaciones sociales injustas —guerra, hambre, pobreza…— nuestro culto es vacío, y nos lleva a engañarnos a nosotros mismos.

Que la celebración de la Eucaristía nos impulse a construir la paz y la armonía entre todos.  Que vivamos, deseemos y llegue a todos lo escuchado tantas veces: Mi paz les dejo mi paz les doy…  La paz esté con ustedes. El anhelo de Jesús y de la Iglesia de que toda la humanidad participe en culto contiene especialmente esto: que esta, unida a Dios por virtud del sacramento, saque del mismo fuerza, esperanza y paz.

Wilmer Moyetones

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