Nos encontramos en el año de la oración propuesto por el Papa Francisco. La oración es necesaria para avivar la fe y mantener la vivencia personal y comunitaria con el Señor. San Agustín nos va a ofrecer algunos caminos para vivir mejor esa oración. En estos tiempos siempre presenta alguna dificultad. Dejémonos guiar por el Santo de Hipona para descubrir la necesidad tan importante que tenemos de hacer oración y como realizarla.
Es precisamente san Agustín quien nos va a ofrecer unas sencillas pautas para dicha práctica cristiana. La oración es un ejercicio que no es nada sencillo de realizar. Puede parecer fácil y hasta sentirnos llamados a ella, pero no siempre llegamos a materializar el ansia que nos induce a realizarla. Tal vez nos falte preparación, costumbre o simplemente, nuestra voluble voluntad la termina dejando siempre en segundo plano. Nuestra mentalidad moderna y postmoderna, no lleva a primar la acción sobre la oración. Pero esto no nos impide orar en cualquier situación cotidiana. Siempre es momento de alabar al Señor, darle gracias o pedirle perdón. Pero ¿Por qué oramos? ¿Qué nos mueve a hacerlo?
Leamos lo que nos dice San Agustín: «¿Qué necesidad hay de la misma oración, si Dios sabe ya antes lo que necesitamos, a no ser que la misma intención de la oración serena y purifica nuestro corazón y lo hace más apto para recibir los dones divinos que nos son dados espiritualmente? En efecto, Dios no nos oye porque ambicione nuestras plegarias, pues siempre está pronto para darnos su luz no visible, sino inteligible y espiritual; pero nosotros no siempre estamos dispuestos a recibirla, porque estamos inclinados a otras cosas y entenebrecidos por la codicia de los bienes temporales. En la oración acontece la conversión de nuestro corazón a Dios, que está siempre dispuesto a darse a si mismo, si recibimos lo que nos va dando y en la misma conversión se purifica el ojo interior, al excluir las cosas temporales que se apetecían para que el ojo del corazón sencillo pueda acoger la luz pura que irradia con el poder divino sin ocaso ni mutación alguna y no solo recibirla, sino también permanecer en ella, no solo sin molestia alguna, sino también con gozo Inefable, en el cual se realiza verdadera y sinceramente la vida bienaventurada» (San Agustín, tratado sobre el Sermón de la Montaña. Libro 2, Cap 2, 14)
Es evidente que Dios no necesita de nuestra oración. Él lo sabe todo y conoce lo que acontece en nuestro interior antes que nosotros mismos nos demos cuenta de ello. Si oramos no es para informarle o para pedirle algo que El desconozca. Oramos, como dice San Agustín, por necesidad propia. Oramos para sintonizarnos con la Voluntad de Dios y hacer posible que recibamos lo que Dios nos ofrece. Oramos como ejercicio de conversión, de transformación de nosotros mismos. Si somos capaces de separarnos del mundo, dejar nuestros afanes a un lado, encontrar dentro nuestra la humildad y contrición y hacerlo con una postura corporal coherente, estamos empezando a transformarnos. Si esta preparación abre el paso a la Gracia de Dios, entonces empezará a actuar en nosotros.
Quiera el Señor ayudarnos a andar por el camino de la oración, que tanto necesitamos. Es bueno que sigamos también los consejos de Orígenes, que nos ayudarán a entrar en el misterio de la oración y hacer realidad la presencia de Dios entre nosotros. «Me parece que el que se prepara para orar debe antes recogerse y prepararse un poco, para estar más predispuesto, más atento al conjunto de su oración. Debe igualmente alejar de su pensamiento todas las ansiedades y todas las turbaciones, y esforzarse para acordarse de la grandeza de quién se le acerca, pensar cuan impío es si se presenta ante Dios sin prestar atención, sin esfuerzo, con una especie de desenfado nocivo, en fin, rechazar todos los pensamientos extraños. Cuando se va a orar es necesario presentarse, por decirlo de alguna manera, con el alma entre las manos, el espíritu levantado con la mirada puesta en Dios, antes de levantarse apartará el espíritu de la tierra para ofrecerlo al Señor del universo, y por fin, si deseamos que Dios se olvide del mal que hemos cometido contra él mismo, contra los prójimos o contra la recta razón, hemos de dejar todo resentimiento causado por alguna ofensa que creamos haber recibido». (Orígenes. Tratado sobre la Oración, 31)
Quiera el Señor ayudarnos a andar por el camino de la oración, que tanto necesitamos.
Fr. Ángel Antonio García Cuadrado, OAR