Diversas nacionalidades, edades, modos de vivir y una sola experiencia: «las conversaciones del Espíritu». Este es el instrumento que mantuvo la unidad durante todo el sínodo. Cada miembro estaba centrado en la calidad de la capacidad de escucha, así como en la calidad de las palabras pronunciadas.
Esto significa prestar atención a los movimientos espirituales, en uno mismo y en la otra persona durante la conversación, lo que requiere estar atento a algo más que a las palabras expresadas. Esta cualidad de la atención es un acto de respeto, acogida y hospitalidad hacia los demás tal y como son. Es un enfoque que toma en serio lo que ocurre en el corazón de los que conversan. Hay dos actitudes necesarias, que son fundamentales en este proceso: escuchar activamente y hablar desde el corazón.
El sínodo buscaba crear un clima de confianza y acogida, para que las personas puedan expresarse con mayor libertad. Esto les ayuda a tomar en serio lo que ocurre en su interior al escuchar a los demás y al hablar. En última instancia, esta atención interior nos hace más conscientes de la presencia y la participación del Espíritu Santo en el proceso de compartir y discernir.
La interioridad y el silencio son necesarios para poder activar la conversación pregunta que quiero compartir: ¿Nos hemos dado la oportunidad de dialogar con nuestro hombre interior y a su vez con Dios mismo -que lo habita-, a pesar de las diversas actividades que día a día marcan nuestro diario vivir?
Para este ejercicio de la interioridad, hay que partir del silencio exterior e interior. El silencio, que nos hace contemplar lo que somos y en qué lugar estamos. El silencio nos ayuda a interiorizar para controlar a nuestro ego y reencontrarnos con nuestro yo más profundo, con nuestra esencia. Meditar para morir y renacer con una luz maravillosa que se comparte.
El silencio es la sinfonía del amor creada en nuestros corazones. El silencio ayuda a morir a uno mismo, si practicamos la interioridad con humildad y perseverancia. Meditar te cambia. Hay que buscar un sentido al silencio.
Tres pasos para una buena conversación del espíritu: preparación personal, tomar la palabra y escuchar, ofrecer un espacio a los demás y al otro, y construir juntos. De esta manera, podremos tener en nuestra iglesia una casa y escuela de comunión. Los agustinos recoletos deben aportar este elemento esencial a la Iglesia particular donde se encuentran, creando una Iglesia sinodal con nuevas narrativas centradas en la experiencia personal con Jesús.
Mons. Javier Acero OAR
(Artículo publicado en el Anuario Agustino Recoleto 2023)