Después de diez años de matrimonio y, vista la imposibilidad de tener familia, Manolo y Juanita se sentían capacitados para acoger en su casa a quien pudiera necesitar una familia donde vivir y prosperar dignamente. Fue a través de Cáritas cómo un buen día, recibieron la esperada noticia. Una joven migrante podía ser la nueva compañera de la familia.
La chica, Jessi, de doce años, había llegado en una de tantas pateras que arribaban a las costas andaluzas. Después de haber estado en el Centro de Acogida por espacio de un año, y, a falta de medios para la extradición, se decidió buscar una familia de acogida para ella. En la lista de Cáritas aparecían los nombres de Manolo y Juanita como dispuestos a recibir a alguna de esas personas.
La chica provenía de Marruecos. En el año de permanencia en el Centro, había aprendido el castellano. Aunque no lo dominase perfectamente, podía entender lo que se le decía y expresarse con cierta facilidad. No tenía ningún documento que acreditase su condición religiosa. Por eso, desde que llegó a la casa de Manolo, los esposos se empeñaron en educarla en la fe cristiana.
Acudían a la parroquia asiduamente a todos los actos religiosos. Hablaron con el párroco sobre la posibilidad de recibir el bautismo. Cuando la chica cumplió los diecisiete años, recibió el sacramento del bautismo en la catedral, en la noche de la Pascua, de mano de Obispo. Manolo y Juanita fueron sus padrinos. Le impusieron el nombre de María Jessi. Así será llamada en el futuro. Con la mayoría de edad, María Jessi, podía tomar sus propias decisiones. Un domingo, después de participar en la Eucaristía, quiso quedarse en la iglesia hasta la hora de la comida. Manolo y Juanita vieron con muy buenos ojos aquella espontánea decisión de la chica.
-No te detengas mucho. Sabes que te esperamos.
-Llegaré a tiempo; no os preocupéis.
Después de tomar una copa con los amigos, el matrimonio se dirigió a la casa. Dispusieron, como cada día, la mesa y prepararon la comida como hacían diariamente. Solían sentarse a la mesa a eso de las dos de la tarde. No había dado la una y media cuando llegó, puntual, Jessi a la casa. Preguntó si podía ayudar en algo. Pero vio que ya estaba todo dispuesto.
-¿Cómo te ha ido? –quiso saber Juanita.
-Muy bien –contestó, rápida, la aludida. Hubo unos segundos de silencio. Luego, Jessi continuó hablando. – Quería hablar con el Padre Cosme; por eso os pedí permiso para quedar en la iglesia.
-Y, ¿qué tal? –preguntó Manolo.
Un pequeño matiz de rubor coloreó las mejillas de la joven.
-Quería pedirle un consejo –continuó, recuperada, la muchacha.
El sonido del reloj del comedor que daba las dos de la tarde, vino a romper el silencio creado después de las palabras de Jessi.
Se sentaron a la mesa. La bendición la hizo, como cada día, Manolo. Surgió la conversión familiar como sucedía cada día a esa hora. Pero hoy la charla se encauzó por una senda inesperada para el matrimonio. El consejo que Jessi había pedido al P. Cosme era la posibilidad de pedirles la adopción como hija. Deseaba pasar de acogida a adoptada. Una mirada profunda hizo saltar de sus sillas al matrimonio para fundirse en un largo abrazo con la joven.
-Si tú lo deseas, será para nosotros una nueva bendición que el Señor nos concede.
La situación era tan bonita que podía convertirse en un fracaso. Manolo y Juanita decidieron tomarse la cosa con calma. Harían un viaje a Marruecos en compañía de Jessi para visitar a su familia. Hacía, al menos, diez años que la niña había salido de allí y, según su testimonio, no había sabido nada de los suyos. Prepararon diligentemente el viaje. Cuando llegaron a la aldea, comprobaron que los padres de Jessi ya habían muerto. Su único hermano había desaparecido del pueblo y nadie sabía nada de él. La vuelta a la península no debía de demorarse sin necesidad.
Ahora comenzaron los trámites de la adopción. No hubo ninguna complicación. En menos de quince días todo estaba resuelto. Jessi continuó sus estudios. Comenzó a participar activamente en las actividades del pueblo. La vida cristiana de sus padres adoptivos empapó también la vida de la hija. Tanto Manolo como Juanita estaban integrados en una de la varias Cofradías que vivifican la piedad popular. Por eso Jessi se sintió también llamada a participar en ese mundo cofrade. Ya desde su llegada a la casa de Manolo y Juanita, se emocionaba cada Semana Santa con los Cultos y las Procesiones de cada Cofradía.
En su época ya comenzaban a verse costaleras. Un mundo desconocido en años anteriores. Ahora, ya mayor de edad y reconocida como hija, comenzó a frecuentar las reuniones de la Cofradía en la que sus padres tenían cierta influencia. La capataz del Paso de Gloria no tuvo ninguna dificultad en admitirla como una de las costaleras para la salida de aquel año. La enorme alegría de poder llevar sobre sus hombros la imagen de la Señora, hizo que la devoción a la Madre aumentase de día en día. Su presencia se hizo notable en todos los ensayos que el Hermano Mayor y la Capataz del Paso habían organizado. El entusiasmo con que todos trabajaban se iba contagiando cuanto más se acercaba el día de la “salida”.
Ese día, después de la celebración matinal de la Eucaristía, Jessi se sentía tan feliz que sus padres notaron en ella una nueva manifestación de la gracia que el Señor les había concedido al recibirla como hija.
La “estación de penitencia” terminó sin ninguna incidencia. Entre todos se vivieron momentos de profundo agradecimiento y de felicidad fraternalmente compartida.
P. Laureano García, OAR
(Artículo publicado en la revista Santa Rita y el Pueblo Cristiano)