Una palabra amiga

Misericordia quiero y no sacrificios

En el domingo de la misericordia es bueno recordar las palabras del profeta Oseas y el añadido que pone Jesús en estas palabras “porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,13). Pedir misericordia y obrar con misericordia son dos acciones necesarias para una vida fraterna saludable. Las lecturas del día de este domingo nos invitan a reflexionar sobre la comunidad, la verdad y la paz.

La primera lectura nos invita a “gozar de gran estimación entre el pueblo”. Desde la comunidad y en sinodalidad podemos examinar si realmente el pueblo de Dios nos estima y sobre todo confía. Ante esta situación y esta realidad se me ocurre reflexionar contigo ¿somos creíbles ante este cambio de época que vivimos? Los apóstoles ante una experiencia de encuentro con Jesús Resucitado cambian su narrativa, la forma de sentir la vida. De la incertidumbre del futuro a la confianza, del somos pocos al estamos menos y apoyados en muchos laicos que pertenecían a la primera comunidad. Del preocuparse por el dinero a poner a disposición todo lo que tenían distribuyendo lo que necesitaba cada uno. Cuando la consagración religiosa se vuelve autorreferencial “las grandes muestras de poder” vienen por otro lado diferente, dejamos de ser enamorados del Señor para pasar a los acomodados de “nuestro” Señor. Se ideologiza la comunidad como grupo y no como hermanos. Cuando la misericordia llega a nuestro corazón acompañamos con cariño y ternura: al hermano que no acepta su enfermedad, aquella persona que busca defectos más que bondades, al migrante menor no acompañado, a la madre buscadora, aquellos que se encuentran en la red de tráfico de personas… El mismo s. Agustín en uno de sus sermones “Se habla de misericordia cuando la miseria ajena toca y sacude tu corazón. Por tanto, hermanos míos, considerad que todas las obras buenas que realizamos en esta vida caen dentro de la misericordia.” (Serm. 358A, 1).

Hoy la segunda lectura nos invita a obrar en la verdad desde el amor que vence al mundo. Hablar del amor en medio de tantas víctimas y tanta injusticia es una obligación. Hemos llegado a esta escala de violencia, quizás porque estamos más ocupados en la rigidez personal que lleva a una mediocridad espiritual y en las luchas internas eclesiales más que en el sufrimiento injusto de tantas personas que son víctimas de la guerra. Recordemos que el amor, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a la naturaleza de la Iglesia y es manifestación irrenunciable de su propia esencia. Busquemos el amor auténtico en la periferia que nos ayuda a ofrecer unas soluciones más participativas y reales, menos legales y rígidas sintiendo que el Espíritu de la verdad está en las situaciones sencillas en lo esencial de la propia vida: “amar y ser amado”, que es el pilar que sostiene una vida llena de misericordia. 

En el evangelio de hoy Jesús nos desea tres veces la paz y un envío. ¿Hay paz en tu corazón? La paz llega al corazón de cada uno cuando ejercemos gestos de misercordia. Dios sabe que sin misericordia nos quedamos tirados en el suelo, que para caminar necesitamos que vuelvan a ponernos en pie. Por eso primero nos da la paz, luego el Espíritu y  después nos muestra sus llagas. Son movimientos para ser enviados y ser administradores de su misericordia. Recibimos este poder no por los méritos, los estudios, reconocimientos sociales… es un don de la gracia, que descansa en la experiencia de ser perdonados. Cuando vivimos la misericordia de Jesús en nuestra vida tienen sentido las palabras que recitamos en la liturgia de las horas: “su misericordia es eterna”.

Que este domingo de la divina misericordia nos recuerde que somos artesanos de la paz, custodios de la verdad y creadores de comunidad.

 

Fr. Francisco Javier OAR

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