Una palabra amiga

«Un corazón lleno de nombres»

El pasado lunes 29 de abril de 2024, se vivió en Madrid (España) una emotiva celebración con motivo del nombramiento de la Dra. Carmen Montejo como Hermana General de la Orden Agustino-Recoleta. La Eucaristía, marcada por la presencia de familiares, amigos y miembros de comunidades religiosas cercanas, ha sido un testimonio de gratitud y reconocimiento hacia la Dra. Montejo por su incansable labor en beneficio de los demás. Compartimos las entrañables palabras de agradecimiento de la nueva Hermana general, y la homilía del Prior general, Fr. Miguel Ángel Hernández. Ambos que son reflejo del amor y compromiso con la Orden.

 

LAS PALABRAS DE CARMEN MONTEJO:

Gracias por este vínculo profundo, gratuito y para siempre.

Quiero dar las gracias. Lo que me sale de dentro hoy es agradecimiento, Miguel Angel, por hacerme partícipe de los bienes espirituales de la Orden de Agustinos Recoletos y acogerme en vuestra familia religiosa.  

Para mí es un gran regalo de Dios este vínculo profundo, gratuito y para siempre que celebramos hoy. Es difícil de explicar. Lo cierto es que sois mis hermanos y sois muy importantes en mi vida. Desde que Aguerri tiró de mí (en sentido literal) para que fuera al dispensario de Bajos de Haina en República Dominicana, ¡ha sido TANTO lo recibido!

Gracias a todos los frailes que habéis venido a celebrarlo. A los que os habéis desplazado y a todos, por el esfuerzo. Gracias a cada uno, porque poneis carne a este vínculo de amistad fraterna y de misión, carisma y vida compartida. 

Hoy, como en el poema del obispo Casaldáliga (Un corazón lleno de nombres), “Al final del camino me dirán: – ¿Has vivido?, ¿has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”. Aunque no es el final del camino, espero, sí que es este un momento muy significativo en mi vida.

Así que mi corazón está lleno de nombres: de los que estáis aquí y de los que están más lejos, pero muy presentes: Carlos, Javier, Gabriel, que no ha podido venir, Ismael, Fabian, René, Angel, Javier, Enrique, Jerik, Javier, José David, Miguel Angel, Juan Pablo, Julian, Pedro, Miguel, Javier, Roberto, Roel, Vincent, Marco, Arturo, Martín, Héctor, Daniel, Leander, Freddy, Jesús Javier, José Luis, Fermín, Bernardo, Jesús, Gustavo, Juanjo, Jimmy, Jaime… Gracias a ellos y a todos los hermanos de la Orden. A Toñín, por el trabajo casi diario codo con codo. Gracias a Cruz y a Simón por tanta compañía.

Recuerdo a los que nos abrazan ya en el abrazo del Padre, entre ellos, Manolo Beaumont y Jesús García. Gracias, hermanos.

Gracias también a mi familia por el amor incondicional. A Miguel, compañero de camino, (y hermano general “consorte”). A nuestros hijos Pablo, Nuño y Mencía. A nuestros padres, a los cuatro. Y a nuestros hermanos: Santi, Raquel y Álvaro. 

A todos los que compartimos empeños, tareas y sueños en ARCORES y en la casa de san José (Tagoy, Juanma, Boyax, José Manuel y Enrique, que está en Granada hoy, pero también muy presente).  Gracias, compañeros y hermanos.

A las MAR (Olga) y a la Fraternidad seglar (Maricela), también compañeras en ARCORES. Gracias, hermanas queridas.

Gracias a los hermanos del grupo de San José del Parque, a las hermanas de la Revuelta y a las amigas del alma con las que compartimos también la fe y la vida. Gracias también a los feligreses de esta capilla que nos acompañáis hoy.

Gracias a la vicaría de la Provincia de la Candelaria. Gracias, Lorenzo, hermano y amigo, y a las comunidades del Agustiniano y de la parroquia de la Consolación, por vuestra cercanía cotidiana y familiaridad (A Isidro, Felipe y Javier que no han podido venir. Manuel, tantos años juntos ya). Y, gracias especialmente, a esta comunidad de Orfeo, que es mi casa, por organizar con tanto cariño esta celebración: queridos Teodoro, Raúl, Valerio y a vosotros, muchachos.

Gracias a nuestro padre san Agustín, a su madre santa Mónica, a san Ezequiel Moreno, a santa Catalina de Siena, y gracias a Dios, que nos sigue convocando y regalando: “Una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Él”. 

LA HOMILÍA DEL PRIOR GENERAL, FR. MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ

Dice San Juan en la primera lectura que Dios es luz y que, si estamos unidos a él, si vivimos en él también nosotros nos tornamos en propagadores de esa misma luz. Hay que vivir en comunión con Cristo para poder hacer partícipe de esa luz a todos los hombres o por lo menos a los que tenemos a nuestro lado, a los que todos los días o eventualmente entran en contacto con nosotros. La única manera de propagar y de transmitir la luz es convirtiéndose en luz y solo nos convertiremos en luz, unidos a Jesús.

Creo que la Palabra de Dios está ahí para que nos miremos en ella. Y hoy las preguntas que nos tenemos que hacer a la luz de esa Palabra son las siguientes: ¿Vivo en la luz? ¿Mi vida es luz para los demás? A mi paso por el mundo, ¿voy iluminando el camino de mis hermanos? ¿Mi vida ayuda a otros a no perderse, a no desorientarse? ¿mi vida apunta al cielo, apunta a Dios? 

En el evangelio Jesús agradece al Padre la comprensión que tienen los sencillos y humildes del Reino de los cielos que él anuncia. Los sabios y entendidos no entienden, los doctores de la ley y los letrados no consiguen comprender a Jesús porque su predicación, su mensaje, su doctrina no se encaja en sus pobres y raquíticos esquemas, por no decir miserables esquemas. Los sencillos se dejan sorprender por Dios y delante de la buena noticia que Jesús les anuncia saltan de gozo y la abrazan con todas sus fuerzas, llenos de alegría. Porque el mensaje de Jesús es vida, es alegría, es salvación, es esperanza, es saber que mi vida vale mucho y tiene sentido, es entender que nuestro Dios no es el legislador y juez atento a nuestras mínimas desviaciones para reprendernos, castigarnos y machacarnos. No, el Dios de Jesús es un Dios ternura y misericordia, es un Dios que se compadece, es un Dios que es fiel, que no nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestras iniquidades, sino según la grandeza de su corazón que no tiene límites.

Y celebramos también la fiesta de Santa Catalina de Siena, que es una de las patronas de Europa, una mujer del siglo XIV que a pesar de su escasa formación fue declarada Doctora de la Iglesia por Pablo VI: fue laica dominica que cuidó de los enfermos durante la peste negra. Consejera de muchas personas de toda clase social y condición y una embajadora y constructora de la paz, implicándose en la política, mediando entre el Papa y las ciudades italianas e influyendo para que el Papa volviera a Roma. Su vida nos recuerda que la política no tiene que estar divorciada de la fe. Pero su gran contribución a la iglesia es sin duda espiritual.

Hoy estamos reunidos como familia agustino-recoleta porque el Consejo General ha querido nombrar a Carmen Montejo hermana general de la Orden. Eso no significa que sólo ahora comiences a ser nuestra hermana, creo que llevas mucho tiempo siendo hermana, amiga, compañera de fatigas, confidente y a veces hasta madre, de muchos de nuestros frailes. Esto es un reconocimiento público que te mereces por toda tu trayectoria y contribución con nuestra familia: desde la atención medica a nuestros mayores y no tan mayores y el estar pendiente de cada uno de tus frailes, hasta tu colaboración en Arcores, y más recientemente en la comisión de protección de menores y personas vulnerables de nuestra Orden.

Esto, Carmen, es un reconocimiento a tu infatigable trabajo en favor de los demás, especialmente de los más necesitados; esto, hermanos, es un reconocimiento a una mujer luchadora que desafía las dificultades y obstáculos sin nunca rendirse. Esto, Carmen es nuestra manera de decirte que te sentimos “uno de nosotros”, embarcada en el mismo barco, comprometida, a veces más que nosotros, con nuestras cosas, con nuestros proyectos, con nuestras iniciativas, en definitiva, con nuestra familia. 

Me consta que los frailes de la antigua Consolación se alegraron infinitamente de este reconocimiento, pero estoy seguro de que el afecto traspasa fronteras y es toda la Orden la que hoy agradece a Dios por haberte puesto en nuestro camino, es hoy toda la Orden la que agradece que hagas parte de nuestras vidas, de nuestra familia y ya de nuestra historia. Es toda la Orden la que hoy también, como Jesús, le dice al Padre: gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a gente sencilla y de limpio corazón, como Carmen, que sintoniza con el proyecto de tu Hijo y que lo abraza con toda su alma, vida y corazón.

Y lo bonito de Carmen con nosotros es que conoce mejor que nadie nuestra fragilidad y permanece a nuestro lado, porque nos conoce, por su condición de médica, cuando estamos más frágiles y vulnerables, cuando estamos rotos y descosidos, conoce nuestros miedos delante de la enfermedad, nuestras neuras y manías. Y no solo eso, sino que por su participación en la comisión de protección de menores y personas vulnerables también conoce un poco la parte más oscura de la familia.

Pero es verdad que también conoce nuestro lado más hermoso, que es nuestro trabajo en favor de los más pobres y desfavorecidos de la sociedad. Conoce los dispensarios de Dominicana y que sepas que en muchos lugares de la Orden sueñan que puedas conocer otras obras sociales. 

Conoces muy bien nuestra familia, Carmen, conoces sus luces y también sus sombras. No somos ni mejores ni peores que cualquier otra familia, pero queremos que sepas que te queremos y que estamos muy felices de hagas parte de la nuestra. 

Las Constituciones dicen que el prior general, por documento oficial puede admitir a la participación de los bienes espirituales de la Orden, con el título de hermano-a general de la Orden, a aquellos fieles que se distingan como insignes bienhechores de la comunidad. Esta participación se refiere a los bienes espirituales comunes, como oraciones, sufragios, misas y demás obras buenas realizadas por los religiosos. 

Eso es lo que estamos haciendo Carmen y créeme si te digo que todos los frailes se pusieron muy contentos cuando hablamos de la posibilidad de este nombramiento.

Muchísimas gracias por todo, Dios te pague y te devuelva en gracias y bendiciones todo lo que tú haces por esta familia, que siempre te consideró su hermana, pero ahora de una forma más oficial.

 

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