Una palabra amiga

Individualismo frente a sinodalidad

Hablar de individualismo y sinodalidad equivale a expresar o contrastar dos conceptos muy distintos, ya que dentro de la sinodalidad no hay lugar para el individualismo. 

Somos conscientes de estar viviendo en un tiempo en que la humanidad se hace más egoísta, más individualista o, mejor dicho, más narcisista. Esto hace que el ser humano mire preferentemente su ombligo, y no piense o no se interese por quienes andan en el entorno. 

El individualismo no es raro en la Iglesia. También tiene lugar en las comunidades eclesiales, lo que ha provocado el clericalismo, el abuso de poder y hasta el abuso de conciencia. En muchas ocasiones, el individualismo ha llevado a algunos hermanos a no participar en las celebraciones de la comunidad parroquial. Además el miedo a comprometerse responsablemente en diferentes actividades de la parroquia trasluce una fe muy personal y poco eclesial. Algunos se acercan al templo únicamente para recibir sacramentos, y no se consideran parte de la vida de la Iglesia; de ahí que sean consumidores de sacramentos más que conformadores de la comunidad. 

Cuando en la vida eclesial destaca el individualismo, lo que aparece es una Iglesia más preocupada por celebrar los sacramentos y limitarse a un pequeño grupo; ello no favorece el que otros acudan y puedan formar parte de nuestra asamblea comunitaria. No es, por tanto, una Iglesia que acoge, sino una Iglesia que ofrece los productos, y cada uno, a su casa; se asemeja a un centro comercial más que a una casa u hogar donde todos se sienten parte de la comunidad. 

Frente a este individualismo imperante en la Iglesia y en la sociedad, el antídoto —gracias a la acción del Espíritu Santo— es nada más y nada menos que la sinodalidad. Este ha iluminado al Papa Francisco, para que con el resto de los cristianos emprendan el proceso sinodal, la iniciativa a caminar juntos; esto contribuye a diluir el individualismo imperante. 

Uno de los desafíos que nos plantea el Papa Francisco en este caminar juntos es la sincera conversión y un cambio de actitudes, que nos ayuden a seguir decididos el Evangelio de Jesucristo, y nos impulsen a aplicar siempre desde la fidelidad las enseñanzas de la Iglesia. 

Otro de los desafíos que nos brinda la sinodalidad es marginar el protagonismo y la autorreferencialidad, y ser capaces de participar todos juntos. Cuando pensamos solo en nosotros y no escuchamos a los demás, ciertamente estamos poniéndole obstáculos al Espíritu Santo. Mas desde el momento en que pensamos en las necesidades del prójimo más que en las nuestras, facilitamos la acción del Espíritu, y nos es posible caminar juntos. 

En la actividad pastoral, la superación del individualismo, de la costumbre y del “gris pragmatismo”, al que con frecuencia alude el papa Francisco, nada se sale de lo habitual: ¡Siempre se ha hecho así! Esto nos obliga a vencer la desidia pastoral, que nos debilita, nos hace perder la pasión por el Reino y por el desempeño de la misión evangelizadora. 

Con este llamado del Papa a pasar del yo al nosotros, del individualismo a la comunión, aparece ante nosotros la ocasión de dejar de pensar en mí, solamente en mí, y tener delante a los demás. Es la gran oportunidad de olvidarme un poco del yo: he de sintonizar con el sentir de la Iglesia. Si Jesús, siendo Dios, ha querido formar una comunidad para llevar a cabo esta obra del Padre, ¿quiénes somos nosotros para pretender realizar individualmente el proyecto divino? Nos necesitamos unos y otros. 

La Iglesia es Iglesia cuando actúa como tal. Somos todos parte de ella. Si pretendemos hacer las cosas individualmente, al final llega el cansancio: me desanimo, y desisto del propósito, ya que todo él cae por su propio peso. 

Por tanto, en esta gran iniciativa sinodal, escuchemos la voz del Espíritu de Dios y el mensaje del Papa Francisco. Que cada una de nuestras comunidades constituyan pequeñas, donde reine la comunión, la participación, la escucha, el discernimiento. Que brille por su ausencia todo personalismo e individualismo. Que todos nos escuchemos y todos nos sintamos escuchados como miembros de esta gran familia. Que haya lugar para todos, a fin de que nadie se sienta excluido de esta gran familia de Dios: la Iglesia.

Fr. Wilmer Moyetones, OAR

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