¿Quién es este, a quien hasta el viento y el mar obedecen? Pues es el Hijo de Dios por medio del cual el Padre Dios hizo el mundo y a quien el Padre Dios ha sometido toda la creación. En la primera lectura que acompaña a este evangelio escuchamos la voz de Dios que habla también de su poder creador: nos explica cómo le puso límites al mar cuando salía borbotando del seno de la tierra y le dio las nubes y la niebla por mantillas y pañales. Este es un lenguaje poético que expresa el gobierno de Dios sobre la creación.
Quiero dedicar esta homilía a ese tema que proclamamos en el Credo y del que casi nunca hablamos ni explicamos. Dios Padre, decimos en el Credo, es CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA, DE TODO LO VISIBLE Y LO INVISIBLE. Llama la atención que sea eso lo único que el Credo diga de Dios Padre, porque Él ha hecho muchas más cosas; pero destacar que es Creador es declarar que Dios es el origen y el fundamento de todo cuanto existe. Conocemos el relato de la creación del mundo en siete días que es la primera página de la Biblia. Pero hay muchísimos otros pasajes de la Biblia que hablan de Dios como creador con otros términos, con otros énfasis, con otro orden. Uno de los textos poéticamente más vehementes es el capítulo 38 del libro de Job, de donde se tomó la primera lectura de hoy.
Hablar del mundo como creación de Dios y de Dios como creador significa varias cosas. En primer lugar, que el mundo y nosotros en él no somos fruto de la casualidad, sino de un designio amoroso y salvífico de Dios. La ciencia es capaz de ver el orden del cosmos y los aparatos de hoy permiten a los científicos ver lo que ocurrió al origen del tiempo. Pero solo la fe es capaz de intuir en ese orden y belleza del cosmos la inteligencia y sabiduría que lo sostiene. Decir que Dios es Creador es afirmar que el mundo tiene su fundamento en un designio con sentido, no es fruto del azar o la casualidad. Todo esto se nos da como un don. Ni el mundo ni nosotros mismos nos hemos dado la existencia.
En segundo lugar, cuando declaramos que el mundo es creación de Dios, afirmamos su consistencia, su belleza y su bondad. Frente a las filosofías y las religiones que consideran la materia como mala o enemiga del espíritu humano, los cristianos decimos y comprobamos que el mundo tiene consistencia, es verdadero; es bello, tiene forma y armonía; es bueno, es un lugar apto para la vida humana. Desde esa convicción nuestra vida tiene consistencia, forma y propósito y podemos descubrir su orden y sus leyes.
En tercer lugar, cuando afirmamos que el Padre es creador de todo lo visible y lo invisible, afirmamos que el mundo no se agota en el horizonte de la inmanencia, de lo que podemos tocar, medir, pesar y palpar. Hay realidades más allá de lo que el método de la ciencia puede captar y controlar. Hay tiempo, pero también hay eternidad. Hay cosmos, pero también hay cielo. Es esa dimensión donde mora Dios, donde aspiramos llegar nosotros. Es la dimensión donde viven los ángeles que rodean el trono de Dios y le dan gloria.
En lo que se refiere a nosotros los humanos, la sagrada Escritura afirma que Dios nos creó a su imagen y semejanza, que nos hizo hombre y mujer; que nos colocó en el mundo como sus representantes para que lo gobernáramos en su nombre. No somos unos intrusos en el mundo; el mundo es nuestro hogar, nuestra casa. Dios nos lo entregó para que viviéramos en él y lo cuidáramos. Nosotros también estamos constituidos de cuerpo y alma, de una dimensión visible y de otra invisible o espiritual; somos sexuados y la identidad sexual que recibimos desde el cuerpo viene de Dios. Eso es sagrado y no se puede manipular. Somos semejantes a Dios en cuanto podemos escucharlo y hablar con él. Somos semejantes a Dios pues, como él y a nuestra medida, somos libres y podemos amar, como Dios es libre también para amar. El mundo y el hombre tiene sus leyes, pero somos proclives a actuar de manera destructiva de nosotros mismos y de la sociedad. ¿Nos hizo Dios entonces pecadores?
La humanidad actúa contra sí misma, transgrede las leyes morales, se comporta de modo que es incapaz de alcanzar la meta de plenitud para la que Dios nos creó. ¿Sembró Dios en nuestra voluntad la semilla de la maldad y el pecado? Además, sufrimos enfermedades, daños físicos y psíquicos de todo tipo y finalmente nos morimos. ¿Nos hizo Dios para la muerte o para la vida, para el sufrimiento o para el gozo? El mal en el mundo no tiene fácil explicación. Pero la Biblia da una. La Biblia trata de explicar la presencia del mal en el mundo de tal manera que se cumplan dos objetivos: Dios no es el origen del mal ni Dios hizo al hombre pecador. Pero el mal existe y es real, pero es advenedizo al hombre. El mal moral y el mal físico no son connaturales al hombre, porque si lo fueran, nadie podría quitarnos de encima el mal que nos aflige, el mal moral y el mal corporal.
¿Cómo explica la Biblia el origen del mal? Pone el origen del mal en una criatura de Dios que se pervirtió, y que lleva el nombre de Satanás. Satanás fue creado por Dios bueno como los demás ángeles, pero lideró una rebelión contra Dios y desde entonces se pervirtió y, por envidia, le hace la guerra a Dios para arruinarle su propósito de comunicar vida y salvación a la humanidad. No es un dios igual al Creador; es una creatura y por eso podrá ser derrotada por Dios. Satanás es irredimible, insalvable, pero es la creatura que nos permite tener esperanza de salvación; pues si el mal tiene su origen en él, cuando sea derrotado nosotros nos veremos libres de todo mal. Satanás es el pararrayos de la creación. Por eso, cuando la Biblia explica cómo comenzó a pecar la humanidad, dice que fue a causa de una serpiente astuta, que además hablaba, que le sugirió al primer hombre y a la primera mujer rebelarse contra Dios como ella misma había hecho. Esa serpiente es Satanás. Eso quiere decir que, si la semilla del mal y de la muerte no la puso Dios en nosotros, sino Satanás, Dios nos puede salvar, derrotando a Satanás y su influjo en nosotros. Para eso vino Cristo, para someter a Satanás como lo hizo con el mar. El sometimiento del mar bajo la palabra de Jesús es imagen del sometimiento de Satanás para la salvación del hombre. Combatamos el mal en nosotros, no sucumbamos a su influjo, sino confiémonos plenamente a Cristo Señor. Él someterá a Satanás como sometió la furia del mar.
Mons. Mario Alberto Molina, OAR
(La imagen que acompaña esta reflexión es un cuadro de Rembrandt titulado «La tormenta en el mar de Galilea»)