Una palabra amiga

Los desafíos de la fe católica hoy

Las lecturas de este domingo proponen para nuestra reflexión el hecho de que hay personas que se resisten a creer al mensaje de Dios, en tiempos de Ezequiel, en tiempos de Jesús, en tiempos de la Iglesia y todavía hoy. Así le habla Dios a Ezequiel: Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde, que se ha sublevado contra mí. A ellos te envío para que les comuniques mis palabras. Y ellos, te escuchen o no, sabrán que hay un profeta en medio de ellos. Es como si Dios le dijera a Ezequiel, te envío a predicar al desierto; pero debes transmitir mi mensaje, aunque no te harán caso. No sé con cuánto ánimo asumió el profeta una misión de antemano condenada al fracaso. Pero lo mismo le pasó a Jesús. Cuando llegó a Nazaret, donde se había criado, la fama le precedía. Sus paisanos lo escucharon cuando habló en la sinagoga y reconocieron que hablaba con sabiduría y que sus milagros estaban a la vista. Pero el hecho de que lo hubieran conocido desde niño sembró la incredulidad. De modo que Jesús sentenció: Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa. Los evangelios destacan con frecuencia que multitudes se reunían para escuchar a Jesús. Pero igualmente señalan que encontró resistencia, que muchos lo rechazaban. La gente tenía otros intereses que impedían poner la fe en Jesús y sus palabras.

Si hoy hiciéramos un sondeo entre los que nos decimos creyentes católicos y estamos aquí en la iglesia, encontraríamos que ni todos somos creyentes del mismo modo ni con la misma convicción ni con la misma integridad. Por ejemplo, uno se encuentra con personas que se dicen católicas y que por eso vienen a la iglesia a solicitar un servicio religioso. Pero cuando uno dice que para prestar ese servicio hay que cumplir con tales o cuales condiciones, la persona se enfada y al final suelta la amenaza: voy a ver si en la iglesia evangélica me hacen este servicio a mi gusto. Esos son católicos de nombre, no de convicción. En realidad, no son creyentes.

Nuestra sociedad se caracteriza porque una gran mayoría dice que cree en Dios y que frecuenta tal o cual iglesia para darle culto. Vivimos en un pluralismo religioso, más o menos cristiano en su inspiración. Pero ese pluralismo hace que se difunda también el relativismo religioso. Uno escucha a veces a personas que dicen que todas las iglesias son iguales, que todas creen en el mismo Dios. Pues no. Ni todas son iguales ni todas creen lo mismo y ni piensan a Dios del mismo modo. Por eso a veces nos encontramos con personas que frecuentan esta o aquella iglesia, no por convicción de que sea la verdadera Iglesia de Jesucristo, sino porque allí se sienten a gusto. Cuando tienen alguna contrariedad, se pasan a otra. Muchísimos católicos tienen un conocimiento superficial de la fe; en parte a causa de la catequesis pobre y limitada que damos en la iglesia y en parte debido poco interés personal en profundizar en el conocimiento de la doctrina católica. En materia de fe debemos buscar la verdad, no el gusto; debemos conocer lo que dijo Dios y enseña la Iglesia, no lo que me resulta conveniente y se ajusta a mi modo de vida.

Hay regiones del mundo, que antes fueron países católicos y hoy se han descristianizado. Son países en donde había tal abundancia de sacerdotes que hasta llegaron a nuestro país para dirigir nuestras parroquias a mediados del siglo XX; en varios de esos países ya casi no hay católicos o el número de católicos desciende año tras año y los sacerdotes que hay son ancianos. ¿Qué pasó? ¿Nos puede pasar a nosotros también? Guatemala, el lugar donde vivo, fue hace cien años un país en el que más del noventa por ciento de la población se declaraba católico; hoy apenas un cuarenta y cinco por ciento lo hace y de esos quizá la mitad se esfuerza por vivir según los mandamientos de Dios, conoce algo de la doctrina católica y participa en la misa dominical y recibe los sacramentos.

Las causas de la increencia o de una práctica religiosa según el gusto y no según la verdad son variadas. Por una parte, algunos han recibido la religión como cultura, como una tradición social y la practican como una costumbre. Quienes son católicos de ese modo dan importancia a las prácticas populares de veneración de imágenes religiosas, a las procesiones y a las ceremonias propias de cada ocasión. Quizá en esta categoría entren también los que practican la espiritualidad maya como forma de afirmación de una identidad histórica, cultural y social. A veces reciben los sacramentos, también como parte de los ritos de pertenencia a la Iglesia, pero sin consecuencias para la vida de cada día. Son católicos de miércoles de ceniza. La religión es un complemento a otros intereses principales.

Otros quizá viven tan inmersos en los éxitos y logros profesionales, políticos, económicos o sociales que la religión católica que quizá recibieron en la familia se vuelve algo marginal, ocasional. La idea de que Jesús es Dios suena a cuento de hadas; el pensamiento de que Dios nos ha prometido el cielo después de esta vida parece un cuento de ficción. Lo que cuenta es esta vida, los logros tangibles y visibles que puedan hacer la vida más cómoda, más prestigiosa a los ojos de la sociedad. Si practican alguna religión, es aquella que no cuestione su forma de vida y que los haga sentir cómodos consigo mismos.

Otros se declaran agnósticos o indiferentes a la religión. Piensan que la ciencia es contraria a la fe, de modo que Dios y las realidades trascendentes de que habla la doctrina católica ni se pueden probar ni se pueden creer. Es frecuente encontrar gente que piensa así en el mundo de la academia y la universidad. A lo sumo, la religión católica sirve para la educación moral de niños y jóvenes, pero tampoco tanto.

Por supuesto, que hay mucha gente católica sincera, que cree lo que la Iglesia enseña, que conoce más o menos bien la doctrina, que se esfuerza por vivir de acuerdo con los mandamientos de Dios, que viene a misa los domingos, que recibe los sacramentos, que hace oración personal. Espero que la mayoría de los aquí presentes entremos en esta categoría. La debilidad mayor de los católicos es que ignoramos los que creemos y practicamos. Debemos fortalecer la fe por el conocimiento de la doctrina a través de la lectura del Catecismo de la Iglesia católica. La asistencia asidua a la iglesia, la recepción de los sacramentos y la vida según los mandamientos nos ayudará a profundizar y a fortalecer nuestra convicción para que se haga vida y alcanzar así la salvación eterna.

Mons. Mario Alberto Molina, OAR

La imagen que acompaña al texto es El profeta Ezequiel, obra de Miguel Ángel (1510)
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