Una palabra amiga

“Aprended de mí, que soy tolerante y humilde de corazón” (Mt 11, 29)

La palabra “corazón” está muy usada en nuestra cultura. Hay programas de televisión que la repiten: “corazón, corazón”; las revistas del corazón son las más vendidas, y esta palabra es una de las esenciales en toda cultura y país. Sin embargo, los cristianos profundizamos poco en ese “corazón” humano-divino de Jesús de Nazaret.

Cuando Jesús habla de su corazón, se refiere a su personalidad, su manera de ser, sus sentimientos, sus alegrías y sus penas. Todo lo que se esconde en su interior. Habla de lo que lleva dentro y quiere compartir con nosotros. Porque se nota que su corazón tiene dos polos: el Padre y nosotros. Y dice que tenemos que aprender de él.

Ese corazón tiene compasión de la gente que le sigue y no tiene qué comer, llora cuando se muere su amigo Lázaro, perdona a la mujer pecadora, sale al encuentro de los discípulos desanimados, llama “amigo” a quien le está traicionando, perdona a Pedro después de que lo niega, ama a sus enemigos cuando lo están machacando, ofrece su compañía en su Reino al ladrón que se arrepiente, muestra las cicatrices de la pasión al discípulo que duda de que esté vivo y ahora está en el sagrario esperando que le des, al menos, los buenos días.

En el Evangelio poseemos una buena pista para adentrarnos en las riquezas de su vida interior. Por ejemplo, cuando dice: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). En el Evangelio va realizándose un autorretrato de lo que él es: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35) para alimentar la debilidad humana con energías divinas; “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12) para iluminar las tinieblas de la humanidad con el resplandor de la verdad divina; “Yo soy el buen pastor” (Jn 10, 11) para conducir a su destino a los humanos, porque hay otros conductores que pretenden descarriarlos por derroteros equivocados; “Yo soy la puerta” (Jn 10, 9) que da acceso a la realización humana auténtica y a la verdadera felicidad; “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), todo junto, para que caminéis rectamente sin derrapar por las cunetas del error ni caigáis en el abismo del mal; “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25) de la que quiero haceros partícipes para saciar esa sed irresistible de eternidad que vive en vosotros.

Además, Él quiso añadir la dinámica de su actuar: “Yo he venido para que tengan vida en abundancia” (Jn 10, 10) para añadir a la vida plena humana, la vida divina y así darle un salto cualitativo superior; “Yo he venido a traer fuego a la tierra y no quiero sino que esté ardiendo ya” (Lc 12, 49) para que se queme todo en el amor al Padre y a los demás; “Yo he venido a dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37) de que soy hijo de Dios y de que vosotros también lo sois, porque esa es vuestra verdadera identidad.

Después, la personalidad de Jesús se manifestó actuando en una auténtica historia de amor hacia la humanidad desde la Encarnación hasta la Cruz. Vivió entre nosotros sabiendo que lo íbamos a criticar, despreciar y triturar. Cumplió la ley del crecimiento, progresando como uno cualquiera en “estatura, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2, 52) para darnos ejemplo de formación permanente en todos los aspectos. Participó en todo lo humano, exactamente como nosotros, menos en el pecado, porque el pecado es antihumano.

Y, por si fuera poco, antes de las palabras que encabezan este pequeño artículo, se lee esto: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28), los sencillos, los que sabéis de sufrimientos, los que estáis cansados de ser buenos y que abusen de vosotros, los que estáis hasta arriba de chupar pobreza, los que sabéis lo que es sentirse mal y vivir sin seguridades, venid a mí “Y yo os aliviaré”. No tengáis miedo, que yo no os voy a poner un yugo duro sobre vuestro cuello, como lo hacen otros, porque lo llevo junto con vosotros, al mismo paso que vosotros. Un yugo lo llevan entre dos al mismo ritmo, para que no haga daño a ninguno de los dos que lo llevan.

Fr. Javier Hernández Pastor, OAR

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