Sabemos que Dios nos dice que con ella podríamos mover montañas. La imagen que mejor la caracteriza es la de un grano de mostaza, pequeño pero destinado a crecer hasta convertirse en un árbol donde los pájaros pueden anidar en sus ramas. Cuando flaquea, nuestra vida se desmorona como un castillo de naipes, perdiendo energía y fundiendo nuestras luces. ¿Cómo está, en este momento, la salud de tu fe con las circunstancias que te rodean?
Siguiendo el ejemplo de la parábola de los talentos, la fe no está destinada a permanecer oculta o resguardada, sino a crecer y desarrollarse profundamente en el alma, sosteniendo la vida frente a los vientos huracanados. Una fe estática se convierte en fe muerta. El dinamismo y la vitalidad definen la fe cristiana.
La fe también actúa como faro en horas de dificultad, proporcionando un sendero iluminado para avanzar cuando no tenemos fuerzas. Enfrentamos los problemas y contrariedades, armados con la fe que nos permite luchar contra el egoísmo, la pereza y la envidia, desviándonos de caminos que no conducen a Jesús de Nazaret.
A veces, corremos el riesgo de confundir la fe con sucedáneos, envolviéndola en experiencias de crecimiento personal, coaching o mindfulness. Nuestra fe debe estar exclusivamente centrada en Jesús, en quien depositamos nuestra esperanza. Es esencial apartar fórmulas huecas que no llevan a Jesús, aunque algunas técnicas puedan ser útiles si se enmarcan en la riqueza de la oración.
Esta es una oportunidad para preguntarnos: ¿Cómo cuidamos y alimentamos nuestra fe? ¿A qué peligros se enfrenta? ¿Qué medidas tomamos para evitar que se pudra o se desnaturalice? ¿Es vigorosa y fecunda, o pequeña y cerrada? Es tiempo de reflexión y acción. Propongo pasar un ‘antivirus’ a nuestra fe, no como mera información, sino como una oportunidad para renovar nuestro compromiso y seguimiento personal. ¿Están nuestros ojos, y nuestra esperanza, firmemente fijados en Jesús?
Recuerda algún acontecimiento vital que superaste apoyándote en la fe. Valora cómo la fe te ayudó en la adversidad y vuelve a experimentar cómo te acercaste a Jesús. La fe, ese diminuto grano de mostaza, es un regalo de Dios para todos nosotros, que puede desarrollarse o no según nuestra disposición. ¿Vives realmente la fe como un don?
La fe también implica la sumisión de nuestra voluntad a la de Dios. Jesús nos muestra este ejemplo máximo en el Huerto de los Olivos, aceptando la voluntad del Padre sobre la suya. Abandonarse en la fe es un ejercicio de confianza y entrega en lo que Dios quiere para nosotros, interpretando nuestra vida desde su perspectiva.
En Marcos 6, 45-52, tras la multiplicación de los panes y los peces, Jesús camina sobre las aguas hacia los discípulos fatigados en la barca. Les dice: ‘¡Animo! Soy yo, no tengáis miedo’. Estas palabras colman a los apóstoles de estupor, y a nosotros nos invitan a confiar plenamente.
‘No tengáis miedo’ es la expresión de Jesús que nos acompaña siempre. Si Él lo dice, ¿cómo no tener fe? La confianza no reside en nuestras fuerzas humanas, sino en el poder de Dios. Esa actitud vital, alimentada por la fe, es el verdadero motor de nuestra vida. Ánimo. Es tiempo de abandonarnos a su voluntad, con fe.»