La vida es digna de asombro. Así de sencillo. Así de hermoso. No es objeto de consumo, ni algo preparado; es Vida. Toda vida pide ser mirada con detenimiento, levantada cuando está humillada, alentada cuando palidece. La vida de los miembros de la familia nunca se posee, ni se domina, ni se quita y se pone como un objeto. La vida es un milagro. La vida pide espacio de silencio para adentrarse, por el asombro, en el corazón. Jesús se llamó a sí mismo VIDA.
Un icono bíblico: Ex 2, 1-10
Un icono que se hace realidad cada día en todas las familias. Tres mujeres se ponen de acuerdo para dar aire a la vida. La vida, siempre concreta, es un niño hebreo en peligro. Para los poderosos de turno no tiene ningún valor. ¡Que desaparezca! Total, ¿qué más da la vida de un niño? Pero hay una mujer que mira la vida del niño con asombro. Es la madre del niño. Ve tanta belleza en aquel brote que empieza, que se le parte el alma si esa vida es destruida y escondida en el olvido. Día tras día contempla, en silencio, temblando ante el Faraón, la vida tan hermosa. Hay otra mujer, con una compasión muy honda, que levanta la vida, a punto de hundirse en las aguas ahogadoras. El corazón se le ha ido tras lo que han visto sus ojos. Es la hija del Faraón. Afortunadamente, no todo es corazón endurecido. Hay una tercera mujer, apenas niña, que convierte su amor a la vida en atrevimiento para ir de acá para allá. Moviliza gente, busca medios con el arte de su inocencia, para que la vida no perezca. Es la hermana del niño. Es mediadora a favor de la vida. Entre tres mujeres logran que ese niño tenga ya un nombre y un futuro: Moisés, el salvado de las aguas. Dios tiene memoria de la vida. Hay personas que no quieren que se deje de oír el sonido de la vida; unen sus manos a favor de la vida.
Así cuida Jesús la vida. Así se asombra. Así la pone en camino para generar más vida.
Jesús mira y enseña a mirar (cf. Mc 12,41ss)
Mira la vida con atención. Ante lo pequeño y los pequeños, le brota la ternura. Se estremece ante los gestos de amor, por pequeños que estos sean. El gesto de una viuda, que da lo que tiene, le llena de alegría. La vida frágil orienta su compasión. Mira lo insignificante y lo levanta para que nada se pierda. Se expone a ser mirado en su anonadamiento por amor.
Jesús oye y enseña a oír (cf. Mc 10,46ss). Jesús tiene el oído abierto para oír la vida. Su palabra ante todo lo cerrado es «Eféta, ábrete». Le desarma lo que no quiere oír. Llama «dichosos» a los que escuchan. ¡Dichosos los que se dicen la vida con amor! Se detiene para escuchar el grito orillado de un ciego mendigo. Lo escucha. Lo llama. Le ofrece posibilidades. Así comienza un diálogo de amigos.
Jesús comparte y enseña a compartir (cf. Mc 6,33ss). A Jesús le duele el hambre de las gentes. Sus amigos no saben cómo dar de comer a tanta gente. Un niño se adelanta en su ingenuidad y ofrece lo que tiene. «¿Qué es esto para tantos?», murmuran a su lado. Pero Jesús reparte y hasta sobra. Lo poquito, compartido, es una fiesta.
Jesús acompaña y enseña a acompañarnos (cf. Lc 24,13-35). Han perdido el rastro de la alegría. Se les ha escondido la esperanza. Solo hay quejas, lamentos, desencanto. Y Jesús se acerca, peregrino. Y empieza a trabajar con las pobrezas. «Quédate con nosotros», le dicen a la tarde. Y Jesús les da su amor a manos llenas. Y, llenos de alegría en los adentros, vuelven a la comunidad de otra manera, a contar las cosas del Amigo.
- Con Jesús, cada familia puede dejar de colocarse ante la vida como algo ya sabido y poseído y ponerse ante la vida como quien se asombra.
- Al estilo de Jesús, cada familia puede pasar:
- De la vida desatendida, a la vida mirada.
- De la vida encerrada, a la vida que se abre para escuchar.
- De la vida solo para mí, a la vida contemplada.
- De la vida vivida en solitario, a la vida vivida en compañía.