Una palabra amiga

Noviciado: «Un regalo de Dios en mi vida»

En esta oportunidad que tengo de expresar a Dios mi gratitud por la experiencia de un año de noviciado, alabo al Dios de mi historia por el carisma agustiniano recoleto, por conceder este carisma tan importante para la Iglesia. Todo carisma es para la Iglesia y forma parte de su vida y santidad. Me siento feliz por encontrar en el carisma agustiniano recoleto muchas respuestas a mis inquietudes. Soy un hombre inquieto y no tengo dudas. En esta búsqueda agustiniana de la Verdad, he vivenciado en mi proceso de discernimiento vocacional la experiencia del encuentro, de la intimidad y proximidad con Dios. La etapa del noviciado fue un regalo de Dios en mi vida. Dios es quien prepara todo y capacita a quien Él llama, y de eso no tengo dudas.

Una de las mayores dificultades de nuestra actualidad, es decir, de la búsqueda humana por la felicidad, no se ha concretado muchas veces debido a la falta de escucha, es decir, vivimos inmersos en los ruidos de este mundo y no experimentamos con profundidad el silencio, que para mí es una vía esencial en la relación entre Dios y su criatura. Creo que el silencio es el camino acertado para quien busca a Dios, y esto lo digo a partir de mi experiencia en el noviciado, un período caracterizado por una constante búsqueda y también de encuentro para quien desea estar más íntimo con Jesús, nuestro maestro interior. Una de las primeras palabras que se nos dirigieron cuando llegamos a la casa de noviciado fueron estas: “No encontrarán el silencio si no lo buscan”. Estas palabras del Frei Carlito Gomes quedaron marcadas en mi memoria y vi que tenían mucho sentido. Soy un hombre que desea a Dios, por eso no renuncié a mis momentos de silencio, tanto en la capilla como en mi cuarto. Qué experiencia maravillosa, qué emoción y gratitud tengo por tantos momentos en mi noviciado donde Dios estaba presente. El mundo de hoy tal vez no comprenda por qué un joven entrega su vida a Dios, por qué un joven “se queda encerrado en las paredes de un convento”. Quizás hablen y se cuestionen sobre esto porque aún no han experimentado o no han tenido un encuentro con Aquel que es capaz de saciar toda sed y responder a todas las dudas.

A lo largo de las clases en el noviciado, donde tantos frailes nos hablaron sobre nuestro carisma y sobre muchos otros temas relacionados con la Iglesia y la Orden, percibí que el carisma agustiniano recoleto se ajusta a mi vida. Soy un hombre que ama la vida en comunidad, la vida de oración y la Iglesia. En la orden, de la cual hoy tengo un vínculo del que formo parte, no tengo dudas en decir que somos hombres apasionados por la Verdad. En una de las clases sobre nuestro carisma, observé que la sociedad de hoy vive un movimiento agustiniano, pero de manera inconsciente. Los hombres actualmente viven en una búsqueda constante, es decir, viven en la inquietud, pero no saben discernir, por eso se pierden al no hacer un discernimiento correcto, pensando que la satisfacción está en lo externo y no en lo íntimo. Nuestro padre, San Agustín, decía que la Verdad habita en el interior del hombre y, no tengo dudas, nuestro corazón es la morada de Dios. Hermanos míos, feliz sería este mundo si entendieran que Dios habita en lo más íntimo. En uno de los días de clases, me atreví a decir: “Nuestro carisma es el agua que el mundo necesita, podemos ayudar a este mundo a encontrar a Dios con nuestro testimonio de vida, con nuestro carisma agustiniano”.

En la comunidad de hermanos en Monteagudo, tuve la oportunidad de crecer humana y espiritualmente. Cuántos ejemplos me dejó esa comunidad. No tengo palabras para expresar tanta gratitud, pero todo lo que viví en esta etapa con mis hermanos está guardado en mi corazón. No soy muy dado a hablar o expresarme, pero cada gesto está guardado en mi corazón.

Fueron muchos momentos importantes para mi vida en este año de noviciado. Podría hablar de cada momento, pero en resumen diré que me he convertido en un gran hombre de Dios. Es una etapa que vale la pena y que es esencial en la vida de un religioso. Es una experiencia increíble. Gracias, Dios, por esta oportunidad, por este regalo en mi vida, por esta experiencia que llevaré por siempre en mi historia vocacional. Gracias, hermanos de Monteagudo, por sus vidas en la mía y por ser presencia viva de Nuestro Señor en mi historia y discernimiento vocacional. Recen por mí y por mi hermano Adrian, para que seamos religiosos auténticos y comprometidos con el evangelio.

 

Fr. Patrick Souza Amaral, OAR

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