El pasaje evangélico de este Domingo continúa la enseñanza de Jesús sobre el pan de vida. Hagamos un breve repaso. Una multitud se ha reunido en un lugar solitario para escuchar a Jesús. Compadecido por ellos, Jesús ha multiplicado cinco panes y dos peces para alimentarlos, y aún ha sobrado comida. Este exceso simboliza la abundancia de la vida que Él ha venido a dar al mundo. Al día siguiente, en otro lugar, Jesús se encuentra con algunos de los que se beneficiaron de la comida abundante y gratuita, quienes lo buscan. Jesús les advierte que su búsqueda no es sincera. Han presenciado la multiplicación de los panes y los peces, pero no han reflexionado sobre el significado del milagro; simplemente han visto que obtuvieron una comida gratis y esperan que Jesús les dé otra. Entonces, Jesús les dice que deben buscarlo por razones que correspondan a la misión por la que ha venido a la tierra. Si Él ha venido para dar vida eterna, no deben buscarlo por un alimento que solo sustenta esta vida temporal. Deben buscarlo para creer en Él y alcanzar la vida que dura para siempre.
El evangelista llama a estos interlocutores de Jesús «judíos». El término no se refiere aquí a una nacionalidad o religión, sino a aquellos que se resisten a creer en Jesús. En el pasaje de hoy, estos «judíos» encuentran la afirmación de Jesús de ser el pan vivo que ha bajado del cielo como algo que supera toda realidad e imaginación. ¿Cómo puede Jesús ser ese pan vivo si ellos conocen a sus padres y parientes? ¿No es este Jesús el hijo de José? ¿Cómo puede decir que ha bajado del cielo? Esta dificultad es válida y seria, y aún persiste hoy, aunque de una manera diferente. ¿Cuál es esta dificultad? Para los judíos, la humanidad patente, visible y evidente de Jesús les impide concebir que Él también pueda tener una dimensión divina, latente, invisible y oculta. Les resulta increíble que Dios pueda existir en forma humana. Si es humano, no puede ser Dios ni venir del cielo; si es Dios y viene del cielo, no puede ser humano.
Nuestra dificultad hoy es otra. Para muchos, Dios no existe. Por lo tanto, la afirmación de Jesús de ser el pan que ha bajado del cielo parece un mito, una ficción. Según esta perspectiva, Jesús no viene de Dios, porque Dios no existe; ni ofrece vida eterna, porque no hay más vida que esta. Esa es la dificultad para algunos hoy. Otros plantean la misma cuestión de otro modo: lo importante es la vida actual, dicen. Si hay vida eterna, lo sabremos a su tiempo; si hay Dios, no parece dar señales de estar vivo. Las personas que piensan así valoran a Jesús por su enseñanza moral, su mandamiento de amar al prójimo, y su acogida a los pecadores y alejados. Esta forma de pensar, por supuesto, reduce a Jesús a un mero maestro de moral. Es cierto que Jesús es un maestro de moral, pero con miras a la eternidad; es un maestro de moral que guía nuestra libertad hacia Dios. La vida presente es importante porque es el tiempo en que peregrinamos hacia la eternidad. Todo compromiso ético para mejorar las condiciones de vida en el presente es valioso, pero, en última instancia, nuestra vida solo tiene sentido y alcanza plenitud en la perspectiva de la eternidad.
Finalmente, puede suceder que incluso algunos que se llaman católicos, que asisten a misa los domingos y dicen creer en Jesús, en realidad creen en Él solo mientras no interfiera en sus vidas. Digo esto para que cada uno se examine ante Dios. Son personas que quieren que Jesús, el Evangelio y la enseñanza de la Iglesia se acomoden a las costumbres del mundo, incluso cuando estas prácticas contradicen la voluntad de Dios y la misión de Jesús. Estas personas creen en un Dios y en un Jesucristo moldeados a su medida y conveniencia. Dicen creer, pero no del todo. En el fondo, consideran a Jesús como alguien manipulable a su conveniencia; no creen que haya una realidad divina, exigente, que no se acomoda a gustos, tendencias y usos de este mundo. ¿No es este Jesús el hijo de José? ¿Cómo puede decir ahora que ha bajado del cielo?
Jesús no se sorprende del rechazo que enfrenta. Simplemente advierte y amonesta: «No murmuren». En la Sagrada Escritura, «murmurar» significa desconfiar de Dios, resistirse a Él, hablar mal de Su providencia; es querer reducir a Dios a dimensiones en las que puede ser manipulado y puesto al servicio de los propios intereses. La resistencia a reconocer que Jesús es el pan vivo enviado por Dios desde el cielo es una «murmuración». Y Jesús pronuncia unas palabras que pueden parecer oscuras acerca del inicio de la fe: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado; y a ese yo lo resucitaré en el último día». Estas palabras pueden parecer oscuras porque sugieren que la fe ya no depende únicamente de la voluntad de quien quiere creer, sino de una atracción que el Padre ejerce sobre el creyente. Jesús confirma esa afirmación con otra: «Todo aquel que escucha al Padre y aprende de Él se acerca a mí». Si la fe depende de esa atracción que ejerce el Padre, ¿es uno responsable de creer o no? ¿Y cómo puede uno escuchar al Padre y dejarse atraer por Él?
Parece que Jesús quiere enseñarnos que la fe en Él, y en última instancia la fe en Dios, no es un acto puramente humano, aunque es una decisión de la voluntad de cada persona. Pero la fe exige una disposición previa de apertura a esa dimensión de la realidad invisible, latente y oculta donde actúa Dios. Los judíos que se resisten a creer en Jesús se limitan al ámbito de los datos históricos: este hombre creció aquí, conocemos a sus padres y parientes. Y no se abren al ámbito trascendente donde actúa y habita Dios y de donde viene el Hijo de Dios hecho hombre. Esto ocurrió entonces y sigue ocurriendo hoy. Hay quienes se encierran en el horizonte de este mundo e ignoran que pueda existir una realidad que trasciende las realidades de este mundo. Pero quien se abre a esa dimensión de la trascendencia podrá creer en Jesús. Esa persona participará ya desde ahora y para siempre en la vida eterna que ofrece Jesús. «El que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre». No nos dejemos atrapar por este mundo como si fuera lo único verdadero. No pensemos que las únicas necesidades reales son las que se refieren al cuerpo; también es una necesidad de esta vida temporal la apertura a la eternidad, la apertura a Dios, pues de allí viene el sentido del tiempo y de la vida.