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San Agustín, peregrino esperanzado

Con motivo de la Solemnidad de San Agustín que celebramos esta semana, el Prior general, Fr. Miguel Ángel Hernández, ha dirigido una carta a toda la Familia Agustino Recoleta. En ella, reflexiona sobre el significado de la peregrinación espiritual, de la esperanza, y de la necesidad de avanzar siempre hacia el destino espiritual:

Con ocasión de la Solemnidad de Ntro. Padre San Agustín y teniendo en cuenta el inicio del nuevo curso académico que se estrena en algunas áreas de la Orden y en el que vamos a vivir el Jubileo del Año Santo 2025 como peregrinos de la esperanza, me dirijo a toda la Familia Agustino Recoleta: religiosos, Monjas, religiosas, Fraternidad Seglar, JAR y Madres Mónicas para animarles en su diario caminar y tratar de infundir un poco de esperanza a nuestros pasos que tantas veces se detienen cansados o desorientados en medio del camino.

Para conocer el alma de san Agustín, dice el P. Capánaga, hay que ir al fondo de sus gemidos y ansias de peregrino, es decir, de un ser en destierro que llora junto a los ríos de Babilonia, suspirando por el eterno descanso.

“La vida cristiana es un santo deseo de caminar a la patria eterna”

La vida cristiana tuvo para Agustín un sentido de peregrinación: Toda la vida cristiana es un santo deseo de caminar a la patria eterna. El día en que tú dices: ya basta, estás perdido. Adelante siempre, avanza siempre. No te quedes en el camino, no te vuelvas atrás, no salgas de él. El que no avanza, retrocede, el que abandona la fe, pierde la ruta; más seguro va el cojo por el camino, que el corredor fuera de él.

Para Agustín esa peregrinación hacia la patria definitiva es sobre todo un viaje interior que nos va transformando por dentro en la medida que lo recorremos. Ese viaje por las profundidades de nuestro ser más íntimo debería llevarnos necesariamente a identificarnos y configurarnos cada vez más con Cristo.

La vida es camino y nuestra misión es andar, pero andar sin errar. Si caminar es la metáfora de la vida, parece importante que acertemos el camino, porque en el camino el acierto es llegar y errar es desviarse; así nos lo recuerda el poeta castellano: Este mundo es el camino para el otro que es morada sin pesar; más cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar.

«La vida es camino y nuestra misión es andar, pero andar sin errar. El peregrino cristiano no es un simple turista ni un espectador, sino un viajero que camina hacia su tierra prometida, a la nueva Jerusalén»

Y no se trata de caminar por caminar, de cualquier manera, a cualquier parte, sin rumbo, como los vagabundos que no tienen destino concreto; el peregrino cristiano no es un simple turista ni un espectador, sino un viajero que camina hacia su tierra prometida, a la nueva Jerusalén. El alma peregrina tiene una meta, un sentido y una finalidad. Ese sentido es lo que debemos buscar cada día sin descanso, sin pararnos, sin entretenernos demasiado por el camino, porque como dice Agustín en el camino, muchas veces nos detenemos ante criaturas que parecen poder saciar nuestros deseos, caemos engañados en la tentación de la ilusión; pero pronto reaparece nuestra sed de más, nuestra inquietud, porque solo Dios poseído eternamente puede saciarnos.

Para el creyente la vida temporal es un viaje de esperanza hacia Dios, que es el fin o último destino de la persona humana. Así lo confirmaba el Papa Francisco cuando se dirigía a los jóvenes en la JMJ de Lisboa afirmando que: El peregrino deja de lado la rutina cotidiana y se pone en camino con un propósito, moviéndose ‘más allá de los confines’, hacia un horizonte de sentido. En el término ‘peregrino’ vemos reflejada la conducta humana, porque cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas (…), que invitan a emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá. Peregrino es caminar hacia una meta o buscar una meta.

A los que estamos en el camino Agustín nos invita a correr con el amor y la caridad, olvidando las cosas temporales, porque este camino quiere gente fuerte y no perezosa. 

Esta peregrinación tiene un componente individual y cada uno debe ir haciendo su propio proceso, su viaje de regreso al corazón, pero el peregrino para Agustín no peregrina en solitario, no es un ir solo hacia el Solo, sino un ir juntos, unidos en los corazones y en las voces hacia un Dios que es la Ciudad viva de todos los que en Él creen.

«La esperanza tiene para Agustín el mérito de sostener las fuerzas para andar: Porque el peregrino cuando se fatiga en el camino tolera el trabajo, porque tiene esperanza de llegar»

El peregrino frecuentemente se encontrará en su camino con piedras, barro, días tormentosos, vientos de sufrimiento, penosas laderas, soledad poblada de dudas que terminan convirtiendo el día en noche y que hacen que el alma del peregrino se vaya fatigando y cansando. La monotonía de los días grises y lluviosos hace que muchos hermanos desistan del camino y abandonen el sueño de llegar a la meta. Es en estas circunstancias cuando la virtud del peregrino, la esperanza enraizada en la fe e impregnada de amor hace los trechos del camino más llevaderos; esperanza que tiene su raíz y su razón de ser en la presencia del Redentor, que peregrina junto a nosotros como lo hizo con los discípulos de Emaús; sin olvidar nunca, como nos dice Ntro. Padre, que el mundo no está en manos del desertor sino del Redentor.

La esperanza tiene para Agustín el mérito de sostener las fuerzas para andar: Porque el peregrino cuando se fatiga en el camino tolera el trabajo, porque tiene esperanza de llegar. Quítale esta esperanza de llegar, y se le cae el alma al suelo para seguir caminando. Todo el viaje está sostenido por la esperanza, pero a su vez la esperanza sostenida por la fe y el deseo de llegar. La teología de la peregrinación es, para san Agustín, la teología de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; pero éstas a su vez interiorizan a Cristo en el corazón de los peregrinos, y así en estos caminos, topamos siempre a Cristo, el peregrino de Emaús.

“Nuestra vida consagrada tiene que ser signo inequívoco de esperanza”

Nuestra vida consagrada, nuestra vida como agustinos recoletos en sus distintos estados de vida, tiene que ser signo inequívoco de esperanza para los hombres y mujeres que peregrinan con nosotros por los caminos de la vida. ¿Lo somos? ¿Lo eres? ¿Lo soy? Creo que cada uno puede y debe responder a esa pregunta mirando a su interior y sencillamente siendo honesto. 

Este Jubileo, que dará inicio el próximo día de Navidad, será una oportunidad para que inyectemos una buena dosis de esperanza a nuestra vida y a nuestra consagración religiosa. Y esa esperanza tiene que ir dirigida al núcleo, a los aspectos esenciales de nuestra vida: a nuestra vida de oración, a nuestra vida comunitaria y a nuestra misión evangelizadora. Una inyección de esperanza que no puede ser capilar (superficial), ni puede ser intramuscular (porque no es cuestión de fuerza de voluntad), sino que tiene que ser intravenosa, tiene que ser aplicada en la vena para que entre en la corriente sanguínea de nuestra consagración y se irrigue por todo nuestro organismo, revitalizando nuestra vida.

Esa inyección de esperanza va a hacer que nuestra oración quede despojada de toda sensación de prisa, de rutina, de formalismo, de rigidez y de superficialidad y recupere el “frescor” que produce el encuentro con Cristo. El Papa Francisco, citando a San Agustín en la Bula del Jubileo escribía al respecto: Cuando me haya unido a Ti con todo mi ser, nada será para mí dolor ni pena. Será verdadera vida mi vida, llena de Ti. Una oración esperanzada es una oración llena de fervor, es decir, llena de calidez, pasión y encanto.

«Que nuestra oración quede despojada de toda sensación de prisa, de rutina, de formalismo, de rigidez y de superficialidad y recupere el “frescor” que produce el encuentro con Cristo»

Esa inyección de esperanza nos ayudará también a recuperar aquella dimensión de fe que debe presidir nuestras relaciones comunitarias y que nos lleva a descubrir y honrar la presencia de Cristo en el hermano, sin dejar de cultivar valores como la paciencia, la tolerancia, la cortesía o el buen humor, tan importantes en la vida de comunidad. Una comunidad esperanzada es una comunidad que ha entendido que la fraternidad nace de la filiación, es decir, somos hijos en el Hijo y por tanto hermanos en Cristo, que ha convocado a la misma comunidad a unos y otros.

Finalmente, esa inyección de esperanza hará que salgamos de nosotros mismos, porque la vida agustino-recoleta por su misma naturaleza no debe estar centrada en sí misma, sino en su entrega, como Jesús, y en especial a los más vulnerables. Es más, nuestra misma vida religiosa es misión, como lo fue la vida entera de Jesús. Una misión carismática propia, porque no podemos dedicarnos a todo ni dejar que nuestro carisma se diluya o se pierda.

La esperanza cuando se infiltra en nuestros corazones es un revulsivo que nos hace querer más, que nos hace avanzar, superar obstáculos, nos enseña a resistir y no desistir. La esperanza nos levanta el ánimo, nos infunde fuerzas, nos hace creer en lo imposible, nos enseña a confiar en nosotros, en los otros y en Dios. Cuando estamos familiarizados con la esperanza, imbuidos de esperanza, tarde o temprano ella nos presentará a sus dos hermanas: la fe y la caridad.

Hay una conexión íntima y una compenetración total entre las tres virtudes. Cada una tiene su fisonomía propia, pero se introduce en lo interior de las otras dos. De esta forma: la fe verdadera está penetrada de esperanza y de caridad (…) el amor sin fe ni esperanza no es amor. “Porque no hay amor sin esperanza, ni sin esperanza hay amor, ni esperanza ni amor sin fe”. El peregrino cristiano va acompañado de estas tres hermanas gemelas que lo alivian y sostienen en el camino.

«Estas palabras de Agustín, canta y camina resumen la esencia del viaje espiritual que cada peregrino emprende en su vida»

En este Jubileo que se aproxima, y en cada momento de nuestra vida, “cantemos y caminemos”. Estas palabras de Agustín, canta y camina resumen la esencia del viaje espiritual que cada peregrino emprende en su vida. Al cantar, se expresa la alegría y la esperanza, un reconocimiento de que, a pesar de las dificultades del camino, hay motivos para celebrar y seguir adelante. Caminar, por otro lado, simboliza el continuo movimiento hacia un destino anhelado, la búsqueda de un propósito mayor. Juntos, estos actos representan la dualidad del peregrino: la lucha y la esperanza. En cada paso dado el peregrino lleva consigo la melodía de sus sentimientos, transformando el camino en una experiencia de fe y renovación. Así, cantar y caminar son dos elementos que se entrelazan, recordándonos que la esperanza anima la travesía, y que cada nota y cada paso nos acercan a nuestro destino espiritual.

Termino con unas palabras del Papa Francisco en la Bula de convocación del Jubileo ordinario del Año 2025: Necesitamos que “sobreabunde la esperanza” (cf. Rm 15,13) para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe. 

¡Buen camino peregrino! que en esta travesía que la Iglesia y la Orden queremos realizar, tú mismo te conviertas en signo de esperanza para los que caminen a tu lado y el testimonio de tu vida muestre a otros peregrinos el camino que lleva a la Ciudad de Dios.

Que la Virgen María, Nuestra Señora de la Esperanza sostenga nuestro canto y nuestros pasos en este peregrinar.

Feliz fiesta de Santa Mónica y de Ntro. Padre San Agustín.

Imagen: obra del artista italiano Giovanni Lanfranco titulada ‘Sant’Agostino lava i piedi di Cristo’ (1636).
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