Una palabra amiga

Cuando la vida duele…

Hace algunos años, un Agustino Recoleto -José Luis Garayoa- que hoy descansa en la Gloria del Padre, escribía una columna con este mismo título en un blog personal. En su momento me parecía una exageración. Hoy con unos años de vida consagrada y un par de sacerdocio comprendo ese dolor… La vida a veces duele y no es ni bueno ni malo, no es deprimente o fatalista.

La vida duele porque vivir duele, nuestra vida es un constante morir, o algo así aprendí en filosofía. La vida duele, porque no siempre es como la soñamos, porque no siempre los feligreses son como queremos, o porque los jóvenes no responden como nos gustaría, o porque te encuentras a alguien en la calle y te voltea la mirada.

El tema importante aquí es no perder la esperanza… porque si la vida duele, quiere decir que estamos vivos. Si la vida duele es porque nos recuerda que no somos perfectos, que nos equivocamos y que tampoco nosotros somos los pastores que al pueblo le gustaría, que ponemos expectativas muy altas en los jóvenes, que nosotros también a alguien le escondemos la mirada.

El dolor de la vida se tiene que convertir en esperanza, en la esperanza de saber que Dios nos está haciendo, en la alegría del que espera que todo será como Dios quiere.

Cuando la vida me duele, eso también lo aprendí de Garayoa, lo mejor es poner nuestra mejor cara, porque el Reino de Dios es de Dios, no nuestro, nosotros somos unos simples obreros que hacen lo que mejor pueden, con lo poco que tienen.

Cuando la vida me duele escucho a La misión de Ennio Morricone y me emociono con pensar que yo soy solo una pequeña nota –a veces desafinada– de la hermosa melodía que es la creación. Que aunque me equivoque, que aunque las cosas no sean como yo quiera, siempre van a ser y serán como Él quiere. Por eso hoy le doy gracias a Dios porque la vida me duele.

Fr. Alfonso J. Dávila Lomelí, OAR

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