El Evangelio de este domingo presenta una serie de sentencias de Jesús, conectadas débilmente entre sí, pero comprensibles de manera individual. La primera se comprende en un contexto de acoso y persecución que ya enfrenta Jesús. El apóstol Juan le comenta a Jesús que vieron a un hombre expulsando demonios en su nombre. Sin embargo, como no formaba parte del grupo de discípulos, ellos le prohibieron hacerlo. Según la mentalidad de los apóstoles, el nombre de Jesús, y especialmente el poder que este conlleva, debía ser de uso exclusivo de sus discípulos declarados. Pero Jesús responde de manera sorprendente: “No se lo prohíban, porque no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y luego pueda hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”. Esta respuesta tiene un alcance difícil de medir.
«No hay nadie que haga un milagro en mi nombre y luego pueda hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”
A medida que las calumnias y las asechanzas contra Jesús aumentan, parece que los discípulos, por precaución, prohíben el uso de su nombre. No obstante, el hombre que invoca su nombre busca liberar a una persona de una posesión demoníaca. Por lo tanto, no es lógico pensar que esa persona vaya a actuar en contra de Jesús. Jesús considera que esa persona mantendrá coherencia en sus acciones y no hará dos cosas opuestas entre sí. Aquellos que reconocen el poder divino del nombre de Jesús y lo utilizan para traer salvación, no lo desacreditarán llamándolo impostor o endemoniado.
Ahora bien, ¿tiene esta sentencia de Jesús un alcance mayor? ¿Podría interpretarse como una autorización para que su nombre y poder salvador sean invocados también fuera de la Iglesia católica? ¿Es un error pensar que solo la Iglesia católica tiene el monopolio del uso del nombre de Jesucristo, puesto que es la verdadera Iglesia? La doctrina actual de la Iglesia avanza en este sentido. Si bien la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Jesucristo, reconocemos que muchas comunidades eclesiales y asambleas de fe invocan su nombre. Esperamos que esa invocación les traiga salvación, y que algún día puedan reconocer que en la Iglesia católica subsiste plenamente la Iglesia de Jesucristo y decidan ser admitidos en ella.
Por otra parte, esta misma sentencia es una advertencia para aquellos ministros y líderes de otras comunidades que desacreditan a la Iglesia católica, llamándola falsa o impostora. La Iglesia católica no merece tales descalificaciones, que frecuentemente provienen de la boca de muchos que se presentan como líderes cristianos.
«Todo aquel que les dé un vaso de agua por ser de Cristo, no se quedará sin recompensa».
El sentido de la segunda sentencia de Jesús es similar. Esta vez, se refiere a quienes hacen un favor a un cristiano por el hecho de ser seguidor de Cristo. «Todo aquel que les dé un vaso de agua por ser de Cristo, no se quedará sin recompensa». La recompensa no viene por el acto de caridad, sino por el acto de fe. Quien hace un favor a un cristiano por su pertenencia a Cristo, de alguna manera está expresando su fe en el Señor. El favor se realizó no por necesidad, sino porque esa persona pertenece a Cristo. Esa fe, manifestada a través de una obra de caridad, alcanzará la salvación y la recompensa de parte de Cristo y de Dios.
La tercera sentencia es el reverso de la anterior. «Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar». Si en la sentencia anterior se recompensa al que hace un favor a un cristiano por ser cristiano, en esta se condena al que induce a un creyente a pecar. El pecado que Jesús menciona parece ser el de la apostasía. Quien induzca a un cristiano a perder la fe o sembrar dudas en su corazón, recibirá de Cristo la condena más severa.
El fracaso en la vida, es decir, el infierno, es posible si nuestra voluntad permanece en el pecado.
Finalmente, la cuarta sentencia es una triple advertencia. Jesús dice que si una mano, un pie o un ojo es ocasión de pecado, es mejor amputarlos que ser arrojado al infierno con ellos. La Iglesia nunca ha interpretado estas sentencias de manera literal, ya que nunca se han impuesto penitencias que impliquen la mutilación del cuerpo. El sentido de estas sentencias es espiritual. Jesús subraya la importancia de tomar todas las medidas necesarias para evitar el pecado y así alcanzar la salvación. El fracaso en la vida, es decir, el infierno, es posible si nuestra voluntad permanece en el pecado.
En cuanto a la segunda lectura, encontramos una de las invectivas más fuertes contra los ricos en toda la Biblia. El apóstol Santiago acusa a los ricos de dos pecados: retener el salario de sus trabajadores, lo cual clama al cielo, y confiar en las riquezas en lugar de en Dios. Por estos pecados, se condenarán. Santiago utiliza un lenguaje duro para tratar de lograr su conversión. La enseñanza final es que solo Dios, y no las riquezas, puede salvarnos de la muerte y del pecado.