Una palabra amiga

Las cosas pequeñas y el corrector de pruebas

La Orden nos invita este año a valorar las cosas pequeñas. Todos recordamos eslóganes publicitarios en esta línea: “En lo pequeño luce el detalle”, “De lo invisible brota el gran árbol”, “Los grandes éxitos son la suma de pequeñas acciones”. Como savia interior que anima este proyecto de elogio de lo minúsculo se acude a san Agustín, que nos dice: “¿Aspiras a grandes cosas? Comienza por las más pequeñas”. 

Me sucedió que estando de visita en la casa San José, en Madrid, un religioso comentó: “Año de las cosas pequeñas. Año, pues, de la escritura bien puntualizada, atención al detalle gráfico, propósito de esmero en los materiales escritos que circulan por la Orden”. Esta frase de tertulia, me lanzó a un salto mental: ¡Sí, año del corrector de pruebas!

Ya de entrada digo que me congratulo por la grafía cuidada con que aparecen publicados los documentos, también por el acabado de maquetación tan agradable de los materiales de retiro mensual y de formación continua, y por el esmero en la corrección de los libros dedicados a nuestros públicos. Este rigor luce como un sello de solera digno de nuestra Orden Recoleta. Para que esta presentación de las palabras en el ágora pública sea decorosa, ayuda no pocas veces fray Juan Manuel Torrecilla, como “corrector de pruebas”, ese técnico imprescindible en las imprentas antiguas y también necesario en los medios de edición modernos.

Un detalle como la coma, tiene importancia capital: “No quiero más”, cambia de significado cuando dice: “No, quiero más”. Azorín fue un escritor que se caracterizó por fijarse en las cosas mínimas dibujándolas con precisión lingüística. Para ello, hacía gala de la minuciosidad gráfica donde cada coma y cada punto supone un golpe de cincel. La virgulilla, el acento, el punto, la coma… son grafías pequeñas que pueden transformar una realidad grande. “Vamos a cenar, niños”, no es “vamos a cenar niños”; y una errata inoportuna puede producir una extravagancia: “Camarero: un caballo en la sopa”.

La época moderna es dada a la velocidad y poco atenta al detalle. Es amiga del “grosso modo”, es decir del “más o menos” o del “ya se entiende”. Esta sociedad líquida carente de atención, va erosionando las normas, los principios de cortesía y los manuales de urbanidad a la misma velocidad que va demoliendo las reglas lingüísticas, sin apreciar que la corrección en el escrito no es sino un gesto de respeto y de educación.

Año dedicado a las cosas pequeñas. Tendríamos que darnos tiempo para retomar el cariño perdido por la corrección lingüística, por el detalle preciso y por la escritura correcta. Las cosas pequeñas requieren mucho tiempo.

Cuando me llega esta invitación de cuidar las cosas aparentemente intranscendentes, quiero hacer un brindis por este religioso que se afana escardando yerbas y anacolutos para lograr que los escritos salgan a luz dignos y precisos como criaturas limpias, al igual que alargo mi felicitación a los religiosos que se dan tiempo para “maquetar”, dejándolos como un jardín ameno, los escritos que se nos brindan.

En su obra De Grammatica, Agustín explica con detalle elementos aparentemente pequeños como la figura, la sílaba y el signo, y en el sermón 213 nos dice: “Sé grande en las cosas pequeñas; pero no seas pequeño en las pequeñas”, sentencia que debe aplicarse también a la comunicación escrita. ¡Un brindis por los correctores de pruebas!  El detalle es la diferencia.

Fr. Lucilo Echazarreta, OAR

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