La imagen del Papa Francisco caminando solo en la Plaza de San Pedro durante el momento extraordinario de oración en el punto álgido de la pandemia de COVID-19, el 27 de marzo de 2020, generó ondas de esperanza en medio de nuestros temores y desesperanza. Aportó un sentido de unidad reconfortante a todos los que perdimos familiares, amigos y seres queridos durante la pandemia. Él describe esta experiencia en su autobiografía recientemente publicada, titulada Esperanza, donde afirma:
“Caminé por una Plaza de San Pedro vacía, resplandeciente por la lluvia en la Statio Orbis, para responder a la pandemia de COVID con la fuerza de la oración, la compasión y la ternura… Caminaba solo y en mi corazón llevaba la soledad de todos, podía sentir sus pasos en los míos, sus pies en mis zapatos, podría decir. En ese silencio sentí resonar millones de súplicas y una necesidad universal de esperanza. Había llegado la ‘tarde’ (Mc 4,35), el tiempo de la tormenta, el momento de desenmascarar seguridades falsas y superfluas, y todos juntos nos encontramos aferrados como a un ancla a ese Cristo capaz de vencer el miedo, de ofrecer apoyo…”
Una esperanza que sacude
Es un Papa de esperanza, que nos motiva a servir incluso en medio de nuestras incomodidades:
“Hoy nuestro mundo está experimentando una trágica hambruna de esperanza. ¡Cuánto dolor nos rodea, cuánta vacío, cuánto duelo inconsolable! Irradiemos esperanza, y el Señor abrirá nuevos caminos mientras avanzamos hacia el futuro” (Papa Francisco, Domingo de Pentecostés, 2020).
En el punto más crítico de la pandemia, llamó a los líderes mundiales a abrir paso a “una transformación, a repensar nuestra forma de vida y nuestros sistemas económicos y sociales, que están ampliando la brecha entre ricos y pobres sobre la base de una distribución injusta de los recursos” (Papa Francisco, Mensaje a la 75ª Asamblea General de la ONU, 20 de septiembre de 2020). Su voz profética urge a la Iglesia a ser relevante, invitando a todos a “trabajar con valentía para que la esperanza se traduzca en paz para el mundo”, asegurando a los pobres la esperanza de la solidaridad:
“El grito silencioso de tantos hombres, mujeres y niños pobres debería encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, en los esfuerzos por darles voz, protegerlos y apoyarlos…” (Jornada Mundial de los Pobres, 2020).
La pandemia de COVID-19 expuso las fragilidades de nuestros gobiernos e instituciones. Las deficiencias de nuestro sistema sanitario quedaron al descubierto: la falta de hospitales y personal médico, la necesidad de promover la sanidad pública y el derecho a la atención médica básica, el acceso a las vacunas contra el COVID y, sobre todo, la ausencia de un sistema de salud pública diseñado para servir a las personas. La corrupción generalizada durante la pandemia, en la que funcionarios gubernamentales y empresarios se beneficiaron de las vacunas y otros recursos relacionados con el COVID, fue absolutamente inaceptable.
Indiscutiblemente, el coronavirus afectó a todos. La presencia comunitaria se vio reemplazada por el aislamiento personal, una situación que puso a prueba incluso los espacios familiares. Ante esto, el Papa Francisco expresa su solidaridad, asegurándonos su empatía: “Llevo en mi corazón a todas las familias, especialmente a aquellas que tienen un ser querido enfermo o que han vivido el duelo a causa del coronavirus…”
Esperanza en Jesús
El Papa Francisco expresa su esperanza en Jesús en la cruz: “Beso la base del Crucifijo y eso me da esperanza, siempre me da esperanza. Le pido al Señor que aleje el mal con su mano y, al mismo tiempo, la gracia y creatividad para saber abrir nuevas formas de fraternidad y solidaridad, incluso en este contexto desconocido para nosotros. Porque de repente, en mí y en toda la Iglesia, la urgencia de la oración se unió a la del servicio. De un modo especial a las personas más frágiles y necesitadas: los indigentes, los presos, los hospitalizados, los ancianos…” (Esperanza, 269).
Él nos brinda esperanza a todos, incluso en medio de sus propios sufrimientos personales. Su labor pastoral está anclada en su profunda fe:
“En Jesús resucitado, la vida venció a la muerte. Esta fe pascual alimenta nuestra esperanza. Me gustaría compartirla con vosotros esta noche. Es la esperanza de un tiempo mejor, en el que podamos ser mejores, finalmente liberados del mal y de esta pandemia. Es una esperanza. La esperanza no defrauda. No es una ilusión, es una esperanza…” (Papa Francisco, Mensaje de Semana Santa, 2020).
Jubileo de la esperanza
Su declaración del Año Jubilar 2025 encapsula la esperanza que ha promovido durante nuestras luchas contra el COVID-19 y sus secuelas. A través de la celebración del Jubileo, nos recuerda perseverar en la esperanza en medio de guerras e incertidumbres políticas. Este año no trata únicamente del Jubileo de los Jubileos y sus eventos conmemorativos. También enfatiza la dimensión social de la celebración.
El Papa Francisco define el “llamado jubilar” como un camino para “enfrentar el estado actual de injusticia y desigualdad, recordándonos que los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos” (Papa Francisco, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz 2025). Así, la cancelación de la deuda externa de las naciones empobrecidas se convierte en un importante llamado a la solidaridad, abrazado por comunidades de fe. El Papa Francisco refuerza este llamamiento:
“En el espíritu de este Año Jubilar, insto a la comunidad internacional a trabajar en la condonación de la deuda externa, en reconocimiento de la deuda ecológica existente entre el Norte y el Sur del mundo. Es un llamamiento a la solidaridad, pero sobre todo a la justicia” (Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz 2025).
La esperanza está en el corazón del Papa Francisco; él es, sin duda, un pastor de esperanza.