Una palabra amiga

Caminar en esperanza

Estamos viviendo un año jubilar y el tiempo de Cuaresma; ambos contextos nos ayudan a pensar en nuestro peregrinar hacia Dios. Somos peregrinos de la esperanza y vamos caminando en esperanza; esta es la invitación que nos está haciendo el Papa Francisco.

Peregrinar y/o caminar, dos verbos que se asemejan pero que tienen sus matices desde el punto de vista teológico, porque todo ser humano es peregrino y caminante. Para nosotros, los creyentes, ese caminar y ese peregrinar tienen su punto de llegada y, además, un común denominador que sería el motor: la esperanza. Ya que, si vamos caminando o peregrinando sin ella, seguro nos podemos cansar o desviar del camino. Además, caminar y peregrinar evocan dinamismo, no lo estático. Por eso estamos: caminando o peregrinando, estamos en movimiento. Esto hace referencia a una acción continua y persistente, que no se cansa ni se detiene, que conlleva paciencia y fidelidad.

Todos los que creemos en Dios sabemos que la esperanza no es una virtud que podamos obtener con nuestro esfuerzo o con nuestras actitudes, sino que es una virtud teologal. Lo que quiere decir que no es voluntarismo nuestro, sino un don que hemos de recibir de Dios. Por eso, cada uno, con su libertad, tiene la posibilidad de acoger o no este don de Dios, pero, aun así, Dios nos lo da a todos; solo queda que el hombre lo reciba.

La esperanza, como regalo de Dios, no se sitúa aquí en la Tierra, en el tiempo, sino en el mismo Dios. Lo que sí va a pasar en el hombre es que se va configurando en su forma de vivir, ya que, sin esperanza, nuestro caminar sería un viaje sin destino final. Ya no seríamos peregrinos con una meta, sino vagabundos dispersos.

San Pablo empleó una expresión: “En esperanza fuimos salvados” (Rom 8,24). Con ello nos indica que la salvación total está, sobre todo, en la meta, y no tanto en el camino y el esfuerzo del hombre.

Lo que hace la esperanza en este caminar es darnos fuerza y luz para el camino, y nos motiva a seguir caminando porque la meta es segura. Lo que pasa es que nosotros, los humanos, preferimos el camino ancho, el más fácil, donde no hay que esperar nada, sino que todo lo queremos inmediatamente; nos cuesta esperar. Al hombre de hoy le hace falta la paciencia cotidiana, que no es una espera pasiva o un esperar sentados con los brazos cruzados, sino una espera activa, que nos debe llevar a la acción y a generar vida. En realidad, la esperanza es un término que implica acción, que implica vida.

Para llegar lejos, es decir, a la meta, hay que dar un paso detrás de otro, todos los días, y hay que hacerlo con ánimo esperanzado. Por eso, para no dejar de caminar o peregrinar, realmente necesitamos la esperanza, porque ella no nos va a defraudar. Como afirma el Papa Francisco:

“La esperanza es otra cosa, no es optimismo. La esperanza es un don, es un regalo del Espíritu Santo y por esto Pablo dirá: ‘Nunca defrauda’. La esperanza nunca defrauda, ¿por qué? Porque es un don que nos ha dado el Espíritu Santo”.

“Caminando en esperanza” quiere decir que, aunque muchas cosas se derrumben, lo esencial permanecerá en pie y que podemos estar seguros de la victoria final. Por eso, nos toca seguir caminando y seguir esperando, para no desconectarnos del camino y para seguir esperando en Dios, que siempre nos espera con los brazos abiertos.

En definitiva, caminar en esperanza es poner la confianza siempre en Dios, fijar los ojos en el Señor y esperar su amor. Dios también espera de nosotros que no dejemos de mirarle y que no perdamos el camino, sino que siempre contemos con Él para llegar a puerto seguro, a la meta final, hacia la Pascua del Señor.

Fr. Wilmer Moyetones, OAR

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