Inspirado en el retiro mensual y en las palabras de san Agustín, Fray Willmer Moyetones, OAR, nos ofrece una profunda reflexión sobre el sentido cristiano de la muerte. En este tiempo pascual, se nos invita a morir a nosotros mismos para que florezcan signos de resurrección en nuestra vida y comunidades. Porque morir —en clave evangélica— es el único camino para vivir de verdad.
Morir a lo viejo para renacer con Cristo
En estos días, meditando el texto que la Orden nos ha propuesto para el retiro mensual, el tema central ha sido la resurrección: Cristo Resucitado, nuestra esperanza.
De todo el retiro, me ha impactado especialmente la última pregunta de reflexión:
¿Qué signos de resurrección percibo a mi alrededor que animan mi esperanza?
Esa pregunta la relacioné con una afirmación de san Agustín en su sermón 229H:
“Nada tiene el hombre más cierto que la muerte… Puesto que el morir es una necesidad.”
Todos sabemos que vamos a morir. Tenemos esa certeza. Somos peregrinos en este mundo, estamos de paso. No hemos nacido para quedarnos aquí: nuestra morada está en Dios. De Él venimos y a Él volvemos. Pero, ¿por qué es necesario morir?
San Agustín lo explica con claridad: es necesario morir para que llegue la vida eterna, para que podamos experimentar la resurrección gloriosa. Solo si morimos, podremos nacer de nuevo a la vida verdadera. Por eso, en estos días del Triduo Pascual, haremos memoria de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, para que nuestro peregrinar esté lleno de esperanza.
Signos de muerte y de resurrección en nuestras comunidades
Reflexionando en comunidad sobre esa pregunta, coincidimos en algo esencial:
para que haya signos de vida y resurrección en nuestras casas, es necesario morir a muchas cosas.
Porque en ocasiones vemos que algunos hermanos han perdido la ilusión, el primer amor de la consagración; se ha colado el acomodamiento, el aburrimiento, el individualismo, el narcisismo… Todo eso apaga la alegría, y sin alegría no hay Pascua.
Por eso, urge que muramos a todo aquello que nos impide vivir con esperanza:
a la desilusión, al egoísmo, al cansancio espiritual, al hacer las cosas por rutina.
Morir al yo para vivir en comunión
Necesitamos morir al yo que se pone en el centro, ese que impide pensar en clave de comunidad. La vida consagrada no se construye desde el individualismo, sino desde el amor compartido. Morir al yo es lo que permite que la comunidad genere vida, alegría y esperanza para el mundo.
Como dice Jesús en el Evangelio:
“Si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24).
Una Pascua con rostro nuevo
Estos días santos son una oportunidad para dejarnos mirar por Jesús, como miró a Pedro y a Judas. Que Él nos quite las caretas, nos despoje de todo lo viejo, y nos conceda morir para resucitar.
Que vivamos esta Pascua con gozo y alegría, sabiendo que ya ahora podemos vivir como resucitados con Cristo, mientras esperamos los bienes de allá arriba, donde está Él.