Mons. Mario Alberto Molina, arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán, nos ofrece una meditación sobre la presencia de Jesús resucitado en medio de lo ordinario. En este III Domingo de Pascua, el Evangelio nos enseña que el Señor puede estar frente a nosotros sin que lo reconozcamos… hasta que la fe y el amor lo revelan.
El desconocido en la orilla: Jesús resucitado se manifiesta
Acabamos de escuchar un pasaje evangélico largo, que narra dos episodios distintos: la pesca milagrosa junto al lago de Tiberíades y la profesión de fe y amor de Pedro a Jesús, junto con el anuncio de su futuro martirio.
El primer episodio contiene un detalle que merece atención. Los discípulos han salido a pescar, trabajo que se hace de noche. Esa noche la faena fue infructuosa. Ya al clarear, escuchan la voz de un hombre desde la orilla. Para ellos es un desconocido. El evangelista aclara que se trata de Jesús, pero los discípulos no lo reconocen.
Jesús resucitado se aparece bajo otra figura. Esto es clave para nosotros: también puede estar frente a nosotros y no darnos cuenta. Pero sus palabras, su autoridad, su gesto, transforman el fracaso en abundancia. Es el discípulo amado quien intuye con el corazón: “Es el Señor”.
Reconocerlo en el fuego, el pan y la red llena
Pedro se lanza al agua y corre hacia el Señor. El desconocido —ahora anfitrión— tiene pan y pescado sobre las brasas. Invita a comer. El evangelista comenta: “Ninguno se atrevía a preguntarle: ¿quién eres?, porque sabían que era el Señor”.
Jesús no se impone. Su presencia transforma. No lo ven con los ojos, pero la fe les permite reconocerlo. La esperanza nace donde había fracaso.
Emaús: otra aparición bajo otra figura
El relato recuerda también a los discípulos de Emaús. Otro forastero que camina con ellos, les habla, les devuelve la fe. En la fracción del pan lo reconocen. No fue la mirada física, sino la del corazón. Jesús se manifiesta en la palabra, en la liturgia, en la caridad que conmueve y transforma.
Hoy sigue haciéndolo así: en una “casualidad” que enciende la esperanza, en una palabra que toca el alma, en una imagen o en una liturgia vivida con fe. Su presencia es latente, no patente.
El verdadero testimonio transforma la vida
El encuentro con Jesús resucitado empuja a dar testimonio. Los apóstoles predican a pesar de persecuciones. Frente a las órdenes de callar, Pedro responde: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Cuando la autoridad humana se opone a la ley de Dios, el cristiano debe ser fiel al Evangelio, aun si ello implica persecución. La conciencia iluminada por la fe es guía segura. Los apóstoles se retiran felices de haber padecido por el nombre de Jesús.
Alabanza al Cordero glorificado
El texto concluye elevando la voz junto a los ángeles:
“Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.”