Tenaz, profundamente humana y sin miedo. Así recuerda la Hna. Graciela Molina, ARCJ, a la beata María de San José, fundadora de las Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús. Su testimonio de vida —marcado por la adoración eucarística, el servicio a los más pobres y una espiritualidad audaz— sigue siendo una brújula luminosa para la Iglesia de hoy. Su clamor, “Señor, rompe, rasga mi corazón”, aún resuena como una oración para los que anhelan ser solo de Dios.
Una mujer de Dios en tierra venezolana
María de San José nació y vivió en un contexto de pobreza, analfabetismo y escasez en Venezuela. Lejos de rendirse, supo leer la historia con los ojos de Dios y responder con una creatividad y audacia que asombran. Fundó 38 obras sociales y educativas en condiciones casi imposibles. Lo hizo movida por su amor a Cristo, por las horas ante el Santísimo y por una pasión ardiente por aliviar el sufrimiento humano.
“Sabía ponerse en el lugar del otro”, afirma la Hna. Graciela, “y responder desde Dios. Eso podemos hacerlo todos, también hoy”.
Fundadora sin doblez
María de San José no solo dejó una obra. Dejó un modo de ser. Su vida fue una coherencia entre fe y acción, mística y caridad. Fue una mujer sincera, enemiga de la hipocresía, y valiente hasta el final. “Yo no le temo a nada, solo al pecado”, decía.
Esa sinceridad radical se refleja en sus escritos y en su forma de vida: cercana, compasiva, sin miedo a mancharse con la realidad, sin distancia entre su oración y su acción. Fue, como diría el Papa Francisco, una santa de la puerta de al lado, pero con alma de gigante.
Una espiritualidad que sigue interpelando
Uno de los pensamientos más conmovedores de María de San José, recogido por la Hna. Graciela, es este:
“¡Oh Hostia divina! Rompe, rasga mi corazón y hazme tuya, solo tuya. Que tu sangre divina derrámese sobre mi pobre alma, purificándola de todos sus pecados, que nada quede en mí que no sea tuyo.”
Este clamor, que brota del corazón herido pero esperanzado, se convierte en oración compartida para todos los creyentes que reconocen su fragilidad y desean entregarse por entero a Dios. No es solo una expresión mística: es el retrato de un alma que supo vivir la conversión diaria, sin concesiones ni excusas.
María de San José, hoy
Desde su beatificación en 1995 por san Juan Pablo II, María de San José ha sido faro y consuelo para muchas mujeres consagradas, laicos comprometidos y personas que buscan a Dios en medio del dolor del mundo. Su legado no está en los archivos, sino en la vida concreta de quienes siguen entregándose como ella: con dulzura, decisión y fidelidad.
Una mujer para nuestro tiempo
La beata María de San José no fue una heroína de museo. Fue una mujer real, capaz de abrazar el dolor de su pueblo con manos unidas a la Eucaristía, de ver a Cristo en los pobres y de ser fuerte sin perder la ternura.
Hoy, su vida es una invitación a levantarnos, a servir, a amar con obras y a repetir —como ella—:
“Hazme tuya, solo tuya… que nada quede en mí que no sea tuyo.”