Mons. Mario Alberto Molina, O.A.R., arzobispo emérito de la Arquidiócesis de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán, nos invita en este V Domingo de Pascua a contemplar nuestra vida cristiana como un camino de fe sostenida en medio de las tribulaciones, animada por la esperanza pascual y guiada por el amor que identifica a los discípulos de Cristo.
Tiempo de Pascua: celebrar nuestra vida en Cristo
Hemos pasado la mitad del tiempo pascual. Han transcurrido ya cuatro semanas desde la Pascua; nos quedan tres hasta Pentecostés. En este tiempo, la Iglesia nos propone reflexionar sobre diversos aspectos de la vida cristiana. Pascua no es solo conmemoración de la resurrección de Cristo, sino también celebración de nuestra existencia nueva en Cristo y en la Iglesia.
Tribulaciones que fortalecen la fe
La primera lectura narra el final del primer viaje misionero de san Pablo y san Bernabé, y su regreso por las ciudades evangelizadas. En cada comunidad, animaban a los creyentes con esta frase clara y valiente: “Hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”.
Esa exhortación sigue vigente. La fe cristiana no se basa en promesas de bienestar inmediato, sino en la verdad. Para fortalecer nuestra fe, Mons. Molina señala tres prácticas esenciales:
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Conocer la fe: leer el catecismo y profundizar en la doctrina.
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Vivir los sacramentos: participar en la misa dominical, la confesión y la oración constante.
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Actuar con rectitud moral: formar la conciencia para obrar con amor y justicia.
Iglesia con rostro visible: ministros al servicio del Evangelio
Desde los orígenes, las comunidades cristianas contaron con presbíteros designados por los apóstoles, no elegidos por asambleas. Así se fue desarrollando el ministerio ordenado: obispos, presbíteros y diáconos que instruyen, santifican y gobiernan con caridad.
La Iglesia, estructurada y guiada por estos ministros, es instrumento vivo del Evangelio en la historia, acompañada también por laicos comprometidos.
Un cielo nuevo y una tierra nueva: esperanza desde el Apocalipsis
La segunda lectura, tomada del Apocalipsis, ofrece una visión consoladora: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”. Esta imagen revela que el mundo, gracias a la redención de Cristo, no está condenado al fracaso, sino abierto a la plenitud en Dios.
La Iglesia es esa nueva Jerusalén que desciende del cielo como “la morada de Dios con los hombres”. En ella comienza ya la convivencia con Dios, que enjuga nuestras lágrimas y transforma todo en santidad.
El mandamiento nuevo: amor como signo de gloria
En el Evangelio, Jesús anuncia su glorificación por medio de su pasión y resurrección. Y como reflejo de esa gloria, da a sus discípulos un mandamiento nuevo:
“Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
Ese amor fraterno es el distintivo del discípulo. No es una novedad cronológica, sino existencial: una vida nueva brota del amor pascual de Cristo, presente en los sacramentos.
Gloria, caridad y sentido pascual de la vida
El mandamiento del amor, vivido en comunidad, refleja la gloria de Cristo. La Pascua no es solo victoria sobre la muerte, sino transformación del corazón humano.
Así lo resume el propio texto: todo esto nos habla de esperanza y gratitud, de sentido de vida y plenitud esperada. Demos gracias a Dios que así nos ha amado.