En medio de un mundo convulsionado, la Iglesia está llamada a ser catalizadora de esperanza. En este artículo, Wilmer Moyetones reflexiona, a la luz del Jubileo y del pontificado del Papa Francisco, sobre el papel de cada creyente en la transformación de la Iglesia y la sociedad.
Un mundo que clama por esperanza
Vivimos un año jubilar a nivel eclesial bajo el lema “Peregrinos de la esperanza”, pero el contexto global no podría ser más desafiante: guerras, enfrentamientos, injusticia social, corrupción, violencia, hambre, economía informal y el deterioro ecológico hacen que la esperanza parezca ausente. Sabemos que la esperanza no defrauda, pero para que eso se cumpla, hacen falta hombres y mujeres que la encarnen.
¿Qué significa ser catalizadores?
Frente a este mundo convulsionado, necesitamos un catalizador, o mejor, muchos catalizadores. ¿Cuál es su función? En un vehículo, un catalizador reduce las emisiones contaminantes al transformar los gases nocivos resultantes de la combustión interna (CO, NOx…) en otros menos dañinos para la salud. Este proceso se llama catálisis; en definitiva, es un componente del motor que contribuye al control y la reducción de los gases tóxicos.
Aplicando esta imagen, nosotros, como peregrinos de esperanza, estamos llamados a cumplir la misma función: reducir la negatividad del entorno y generar esperanza. En tiempos de cambio, que son también tiempos de oportunidad, debemos actuar como catalizadores tanto desde la Iglesia como a nivel personal.
El impulso del Papa Francisco
El pontificado del Papa Francisco ha proclamado una nueva misión para la Iglesia: una forma renovada de ser creyentes en el mundo y de actuar en la sociedad, construyendo puentes y acercándonos como hermanos. Con nuestra esperanza, podemos neutralizar actitudes nocivas para la convivencia y contribuir a construir una Iglesia más alegre y esperanzada.
Para lograrlo, es necesario cultivar actitudes de escucha, diálogo y servicio. Si, por el contrario, nuestras actitudes son oídos tapados, imposición y sed de poder, no avanzaremos. Repetiremos los mismos errores, sin importar quién esté al frente de la Iglesia. Si no actuamos como catalizadores, nos contaminaremos, y el sueño de Jesús, junto con el deseo del Papa, no se harán realidad.
Una conversión pastoral en marcha
Estamos transitando una etapa en la que la Iglesia ha empezado a explorar nuevos caminos espirituales. Debemos recorrerlos sin miedo, incorporando nuevos métodos, técnicas y formas pastorales. La renovación de la Iglesia depende de cada uno de nosotros; por eso se necesita una conversión personal y pastoral real.
El documento final del Sínodo de la Sinodalidad –que significa “caminar juntos”– nos ha recordado la importancia de escucharnos mutuamente, dejando a un lado prejuicios, esquemas mentales y comodidades. Ahora es el momento de poner en práctica esas orientaciones para que se conviertan en catalizadores de esperanza para la Iglesia y para la sociedad. De lo contrario, se quedarán en papel, archivadas en nuestras bibliotecas.
Hacia una Iglesia transformadora y fraterna
La Iglesia nació también en un contexto de “gases tóxicos” –conflictos y persecuciones–, y creció entre divisiones y tensiones. Su historia es testimonio de avances y retrocesos. La tentación del poder puede cegar incluso a los más piadosos, pero hay esperanza allí donde hay personas dispuestas a estar con los que sufren y con los más vulnerables, en esos lugares donde nadie quiere estar.
El Papa Francisco ha soñado siempre con una Iglesia que deje de mirarse a sí misma y coloque en el centro a Jesucristo y su Evangelio. Solo así podremos ser referencia para creyentes y no creyentes: una Iglesia de todos y para todos, donde cada uno pueda sentirse hermano, como el Padre y el Hijo son uno.
Wilmer Moyetones
Lima, 2025