En la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, Mons. Mario Alberto Molina., nos recuerda que el martirio de estos dos grandes apóstoles dio a la Iglesia de Roma su carácter primado. Más allá de su diversidad de misión y personalidad, Pedro y Pablo representan juntos la unidad y la apostolicidad de la Iglesia.
Dos apóstoles, una sola Iglesia
Esta solemnidad conmemora el martirio de los dos apóstoles más conocidos y que dieron a Roma la calidad de iglesia primada entre todas las del mundo, pues ambos ejercieron allí su ministerio apostólico y derramaron su sangre por Cristo en la ciudad. Cada uno fue sacrificado en fecha distinta y por medios diferentes. Sin embargo, su martirio se celebra el mismo día para significar que ambos representan la unidad de la Iglesia, pues al decir de Pablo, Pedro fue reconocido como el evangelizador de los judíos y él, como el de los gentiles (Ga 2,6-10). Ambos están enterrados en Roma, en lugares distintos. Sobre sus respectivas tumbas se elevaron las basílicas de san Pedro y de san Pablo. Pablo como ciudadano romano, por haber nacido en Tarso de Cilicia, fue ejecutado por decapitación, un método reservado a ciudadanos romanos por ser fulminante. Pedro en cambio, como judío, extranjero y sin derechos fue sometido a la forma más ignominiosa, cruel y degradante de ejecución que tenían los romanos: la crucifixión. Según la tradición transmitida, Pedro hizo su ejecución todavía más terrible negándose a ser crucificado con la cabeza en alto, como Jesús. Pidió que lo crucificaran de cabeza.
Pedro: roca de fe y pastor reconciliado
Pedro fue distinguido por Jesús con el primado. En las listas de los apóstoles de Jesús que encontramos en los evangelios aparece siempre en primer lugar. Jesús le cambió el nombre de Simón a Cefas en arameo, un nombre insólito, que se traduce como “roca”, “piedra”. Con ese nombre lo constituyó piedra fundamental de la Iglesia, en el sentido de que la fe que Simón acababa de profesar, por la que reconoció a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, es la que da fortaleza y consistencia a la Iglesia.
No tenemos mucha información sobre su vida y ministerio. Lo que sabemos son las pocas noticias que nos transmitió san Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles y algunos comentarios de Pablo en sus cartas. En los evangelios Simón Pedro destaca como aquel que reconoció a Jesús como el Mesías. Los testimonios sobre las apariciones de Jesús resucitado indican que primero se apareció a Pedro, aunque no se nos ha transmitido ninguna narración de esa aparición.
Pedro también tuvo sus debilidades grandes. Negó conocer a Jesús mientras se desarrollaba el juicio en casa de Caifás para evitar verse implicado y arrastrado a morir con Jesús. El Señor le había predicho que lo negaría, pero también le dijo que cuando se recuperara de su caída fortaleciera en la fe a sus hermanos. Por eso reparó el daño de sus negaciones cuando el Resucitado le preguntó si lo amaba más que los demás y confesó tres veces que sí. En esa ocasión, por tres veces Jesús le encargó cuidar, apacentar y guiar sus ovejas, a su Iglesia. Pedro selló su amor por Cristo y su fe en él en su martirio. Dos cartas breves del Nuevo Testamento llevan su nombre.
Pablo: evangelizador de los gentiles y testigo de la gracia
Es muy probable que Pablo no tratara a Jesús durante su ministerio antes de morir; quizá solo oyó hablar de él. Pero dos o tres años después de la muerte y resurrección de Jesús, Pablo, que se había dedicado como líder de la secta de los fariseos a perseguir a los cristianos, tuvo un encuentro con Jesús resucitado mientras se dirigía a Damasco a apresar a los judíos que se hubieran convertido al camino del evangelio.
Al cabo de otros pocos años, mientras Bernabé organizaba la comunidad cristiana en Antioquía de Siria, reclutó a Pablo para que lo ayudara, y allí comenzó el apostolado de este gran hombre. Si bien no fue el fundador de la Iglesia de Antioquía de Siria, colaboró en su organización. Su mayor contribución fue extender el evangelio entre los gentiles y fundar iglesias en Asia Menor y Grecia, notables en la antigüedad, las de Corinto, Éfeso, Tesalónica y Filipo.
Escribió numerosas cartas, catorce se le atribuyen en el Nuevo Testamento, lo que significa que una cuarta parte del texto del Nuevo Testamento se lo debemos a él. Le debemos también haber explicado claramente que el mensaje de Jesús era el evangelio de la gracia, de favor de Dios, según el cual la salvación no es logro de las buenas obras nuestras, sino de la muerte de Cristo en la cruz que nos habilitó para recibir gratuitamente de Dios la reconciliación.
La Iglesia de Roma: fundada sobre el testimonio de los mártires
La comunidad cristiana de Roma ya existía cuando uno y otro llegaron a la ciudad, pero ambos le dieron a esa Iglesia fundamento apostólico hasta el punto de que, por ese motivo ya en el siglo II fue la Iglesia de referencia. San Ignacio de Antioquía llamó a Roma la Iglesia que preside a todas en la caridad y san Ireneo, en la segunda mitad de ese mismo siglo, la tomó como referencia para conocer la verdadera doctrina de la fe frente a los desvaríos de los gnósticos en la interpretación de la Escritura. A partir de esos inicios se desarrolló el papado como institución imprescindible de la Iglesia católica.
La Iglesia, edificada sobre la piedra y la Tradición
La metáfora de la roca y de la piedra como fundamentos de la Iglesia se emplea en diversos contextos. En primer lugar, se dice de Cristo que él es la piedra angular sobre la cual se edifica la Iglesia. Lo dice san Pablo en 1 Corintios 3,11. Jesucristo a su vez, llamó a Simón, la roca sobre la que se edificaría su Iglesia en Mateo 16,18. Y en el Apocalipsis 21,14, la muralla que protege a la Jerusalén celestial se levanta sobre doce sillares que llevan los nombres de los apóstoles del Cordero (cf. Ef 2,20). Pedro y Pablo, junto con los otros apóstoles de Jesús son el fundamento de la Iglesia. Por eso la Iglesia es apostólica.
Apostolicidad: sucesión, comunión y fidelidad
Esta cualidad de la Iglesia se expresa de muy diversas maneras:
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En la sucesión de obispos, desde aquellos apóstoles hasta hoy a través del sacramento del orden, por el cual una generación de obispos transmite a la otra el ministerio de enseñar, santificar y gobernar por el don del Espíritu Santo. El principal obispo es el de Roma, el papa, sucesor de san Pedro, con quien todos los demás obispos deben estar en comunión. Ellos forman el colegio episcopal.
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En la Tradición viva de la Iglesia, que transmite la Escritura y su interpretación, la doctrina de la fe, los sacramentos, la vida moral y espiritual de los fieles, y las estructuras que le dan consistencia histórica a la Iglesia.
En Pedro y Pablo celebramos hoy nuestras raíces pasadas, nuestra autenticidad presente y nuestra confianza para el futuro. Oremos por el papa, los obispos y también por los presbíteros, colaboradores de los obispos, para que la Iglesia se mantenga fiel a Cristo en la fe, en la caridad y en la esperanza.