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Las Cosas Pequeñas en la Enfermería

¿Qué queda cuando la fuerza se apaga y los títulos ya no importan? Fr. Rafa Castillo, OAR, nos comparte una reflexión profunda y entrañable sobre las pequeñas cosas que llenan de sentido la vida de los frailes mayores: gestos silenciosos, cuidados discretos y una fe que se fortalece en lo sencillo.

Las cosas grandes comienzan —y terminan— en lo pequeño

Al considerar el lema de este año —“Si aspiras a cosas grandes, comienza por las pequeñas”— pienso en los hermanos mayores o enfermos de mi comunidad. Y se me ocurren palabras que podrían completar esa frase:

“…y aquellas cosas grandes que lograste en la vida permanecerán en ti como el recuerdo que te llenará de gran satisfacción, mientras te enfrentas a nuevas cosas pequeñas, sencillas, pero no menos importantes”.lo pequeño en la enfermeria

Ser uno mismo ante Dios

Una de esas nuevas “cosas pequeñas” que nuestros frailes mayores aprenden a considerar es simplemente ser ellos mismos ante Dios, dejando atrás los roles de párrocos, profesores, directores o superiores. Qué cosa más sencilla, pero tan liberadora: presentarse ante el Dios que me creó, me conoce, me ha llamado, me ama, me acompaña… y me espera.

Y qué mejor que vivir esta etapa en comunidad, en un ambiente que promueva la libertad de los hijos de Dios, donde se cumplen los deberes religiosos hasta donde las fuerzas lo permiten, sin las exigencias propias de la juventud y la buena salud.

El milagro cotidiano

Otra “cosa pequeña” en las casas de frailes mayores es el milagro de cada nuevo día. A veces, durante los rezos, notamos que falta ese hermano que siempre llega primero a la capilla. Entonces, el responsable se empieza a inquietar, incapaz de concentrarse… hasta que se oye el arrastre lento de sus alpargatas. Ese sonido se convierte en motivo de alivio, alegría y gratitud a Dios.

Cuidar con ternura y humor

Los hermanos cuidadores también tienen sus gestos de amor escondido. Por ejemplo, preparan con antelación los breviarios para los que tienen problemas de memoria, colocando los listones en las páginas correctas. Luego, durante la oración, les susurran discretamente: “Amarillo… verde… azul… de vuelta al verde”. Nada tan gratificante como evitar a un hermano un momento de frustración por no encontrar su lugar.

Y cuando logras ganarte la confianza de un fraile mayor, se vuelve tu “cómplice”, sobre todo para no seguir al pie de la letra las indicaciones médicas. Como me decía uno:

“Los médicos quieren que vivamos para siempre. No entienden que los frailes existimos para el pueblo de Dios. Y cuando ya no podemos servir al pueblo, somos solo para Dios, en quien deseamos descansar”.

Por eso, en esta casa no hay inspectores de sopas ni sabuesos del azúcar. Aquí también celebramos la vida con un vasito de vino o un postre bien dulce. Porque eso también es cuidar con humanidad.

Paciencia cariñosa

Otra de nuestras tareas como cuidadores es cultivar la paciencia en la comunidad. Es fácil engancharse con los ruidos de fulano o los gestos de mengano. Pero la impaciencia no cambia la realidad. La santidad se alcanza con pequeñas cosas: dejar ser al otro, aceptar que ya no es el mismo que fue, y practicar la “paciencia cariñosa” con los hermanos mayores.

Admiración agradecida

Una actitud fundamental en estas comunidades es la capacidad de admirar con gratitud. Yo entré a la Orden cuando todo ya estaba construido. ¿Cómo no voy a admirar a estos hermanos que lo dieron todo? Qué menos que mostrar respeto con paciencia, cuidado y afecto. Animarles a seguir presidiendo la misa, incluso si necesitan que alguien les cambie las páginas del misal o les señale el lugar con el dedo. No, no puede ganarnos la desesperación.

La última “cosa pequeña”

Para terminar, no puedo dejar de mencionar la última “cosa pequeña” que hacemos los frailes para alcanzar lo eterno: morir.

Tan sencillo, humilde y silencioso es ese momento en el que entregamos el alma a nuestro Creador. Lo que tanto temíamos cuando teníamos grandes aspiraciones se convierte en el paso final hacia el abrazo eterno del Padre, quien se revela como la más grande y valiosa aspiración.

Fr. Rafa Castillo, OAR

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