¿Qué significa vivir desde el centro? Luciano Audisio nos invita, a la luz del Evangelio de Marta y María, a redescubrir el valor de la escucha, la comunión y el silencio frente al activismo agitado que tantas veces nos fragmenta.
El camino como símbolo espiritual
El Evangelio de este domingo nos invita a detenernos para reflexionar sobre algo fundamental: el modo en que acogemos al Señor en nuestra vida. A través del conocido episodio de Marta y María, san Lucas nos ofrece una escena aparentemente doméstica, sencilla, pero cargada de profundidad espiritual.
Jesús está de camino. Y Lucas, con esa expresión tan suya —«mientras iban de camino» (ἐν τῷ πορεύεσθαι)— nos recuerda que toda su narración está estructurada como un viaje hacia Jerusalén, símbolo de la consumación de su misión y, también, del recorrido espiritual de cada uno de nosotros.
Marta y María: dos maneras de acoger
En ese camino, Jesús entra en una aldea, que bien podemos interpretar como el espacio simbólico del corazón humano. Allí es recibido por dos mujeres: Marta y María.
Estas dos figuras no representan una oposición entre “hacer todo” o “no hacer nada”. Tampoco se trata simplemente de una contraposición entre vida activa y vida contemplativa. Más bien, el evangelio nos invita a preguntarnos cómo vivimos lo que hacemos, cuál es nuestra actitud interior, y sobre todo, si en medio de nuestras tareas sabemos escuchar al Señor.
Marta: la fatiga del activismo
Marta ha hecho una elección generosa: ha recibido a Jesús en su casa, en su vida. Y sin embargo, el texto nos deja entrever una inquietud que la habita: «Marta estaba atareada en muchos quehaceres».
El término griego περισπάω (perispáō) significa “estar arrastrada”, “distraída”, “tironeada” en varias direcciones. Marta gira sin centro, agotada en un activismo que la vacía. Su problema no es el trabajo en sí, sino hacerlo desde la desconexión y la soledad.
Su queja es reveladora: «¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola?». Esa soledad interior la empuja a hacer más, creyendo que el hacer llenará su vacío. Pero cuanto más hace, más sola se siente.
Jesús: una llamada a la interioridad
Jesús, con ternura, no desprecia su esfuerzo, pero le muestra el camino: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas, pero una sola cosa es necesaria».
Esa única cosa es estar con Él. Escucharlo. Volver al centro.
María: la escucha fecunda
María lo ha comprendido: «sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra». Jesús afirma que ha escogido “la mejor parte”. Pero esto no significa pasividad. María no es símbolo de inactividad, sino de una vida centrada en la relación, en la escucha, en la interioridad. Solo desde ahí, nuestras acciones dejan de ser agitadas y se vuelven fecundas.
Marta pide ayuda: deseo de comunión
La súplica de Marta es también conmovedora: «Dile, pues, que me ayude». El verbo griego συναντιλάβηται(synantilábētai) expresa algo más que ayuda práctica: quiere colaboración, comunión, vínculo. No busca solo apoyo; desea compartir la carga.
Aquí está el corazón del evangelio: Jesús no quiere solo nuestras tareas. Quiere darnos su presencia. Anhela que nuestras acciones broten de la relación con Él.
Escucha y acción: claves para la vida espiritual
Cuando nuestras obras nacen de esa comunión, dejamos de ser esclavos de las urgencias y recuperamos la unidad interior. Este texto, además, tiene resonancia litúrgica: la escucha y el servicio corresponden a la Liturgia de la Palabra y a la fracción del Pan. Solo quien escucha de verdad puede partir el Pan con sentido.
Una fe desde el corazón, no desde la prisa
Marta y María nos enseñan que no basta hacer mucho: es necesario hacerlo con sentido. Jesús no pide productividad, sino presencia. No desea que lo sirvamos desde lejos, sino que lo acojamos desde cerca.
Es momento de preguntarnos:
¿Desde dónde hacemos lo que hacemos?
¿Escuchamos al Señor en nuestro ritmo diario?
¿O vivimos agitadamente, sin tiempo ni interioridad?
Una oración final
Pidamos la gracia de unir en nuestra vida la escucha y la acción. Como María y Marta. Pero siempre desde un corazón centrado en Jesús. Que Él sea nuestro centro, nuestra “única cosa necesaria”.