Actualidad | Una palabra amiga

Memento: recordar lo que permanece

Fray Alfonso J. Dávila Lomelí nos comparte una meditación íntima desde el altar: cómo la Eucaristía, más que rito o palabra, es memoria viva de un amor que no se va. Recordar —volver a pasar por el corazón— se convierte así en camino de comunión, gratitud y presencia.

Memento Estoy viviendo mi tercer año de sacerdocio, y el otro día, justo antes de celebrar la Eucaristía, me vino un pensamiento sencillo, pero profundo. Algo que aprendí en teología —sí—, pero que quizás no me había detenido a saborear del todo.

La Eucaristía es memorial. Es memento. Es recuerdo.

Es traer de nuevo al corazón algo tan maravilloso, un regalo tan inmenso, que no se agota nunca.

También en teología descubrí que recordar no es simplemente pensar en algo que pasó. Viene del latín re-cordis, y significa, en el fondo, “volver a pasar por el corazón”.

Qué bonito, ¿no? Volver a pasar las cosas por el corazón. Porque es ahí, en el corazón, donde se tamizan los recuerdos, donde se filtran los afectos, donde se decanta lo que de verdad importa. Y es ahí donde se aloja el amor.

La Eucaristía es eso: el recuerdo vivo de un amor tan grande que no se va nunca. Que permanece. Que se hace presencia. En ella aprendemos, una y otra vez, lo que vale la pena guardar, lo que realmente sostiene la vida.

Recuerdo que un fraile solía repetir:

Cada misa es un regalo, una gracia tras otra, el don más grande: Dios mismo que se nos da.

Y me lo repito también yo. Porque sí, la Eucaristía es presencia real. Es Dios con nosotros, aquí y ahora.

Y pienso también que en cada misa hacemos memoria de tantos rostros. De tantas intenciones. De tantas personas que llevamos clavadas en el alma.

La Eucaristía es comunión, claro, pero también es comunicación. Es ese momento en el que nos abrimos al amor de Dios y nos dejamos tocar por su ternura.

En cada Eucaristía, yo recuerdo. Recuerdo a los frailes que me han marcado el camino, a mi familia que me sostiene, a los amigos que la vida me ha regalado.

Recuerdo a los que están lejos, a los que ya no están, a los que esperan nuestras oraciones. En la Eucaristía, recordamos lo que de verdad importa.

Y hay algo más. En la Eucaristía somos tal cual somos delante de Cristo. Sin máscaras. Sin adornos.

Como me enseñó otro fraile:

Sé un buen fraile a los ojos de Dios; no te preocupes por cómo te miran los demás.

Ojalá pudiéramos reconocernos primero en la Eucaristía, y luego vivir eso que celebramos en nuestra vida cotidiana. Porque lo que pasa en el altar no termina ahí: comienza ahí.

Y tú… ¿a quién recuerdas en la Eucaristía?

Fray Alfonso J. Dávila Lomelí

Madrid, 2025

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