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Fuego y agua: elegir desde el corazón de Dios

En este comentario al Evangelio, Fray Luciano Audisio reflexiona sobre cómo la fe nos llama a elegir con autenticidad, aunque implique conflicto. A través de los símbolos del fuego y el agua, Jesús nos invita a dejar que su amor purifique y renueve nuestra vida.

El conflicto como camino de discernimiento

El Evangelio de hoy nos habla de algo que nos incomoda: el conflicto. A veces, la fe no nos lleva a estar de acuerdo con lo que “todo el mundo” considera correcto; a veces, nos distancia y nos obliga a tomar una posición distinta. En el fondo, todo el Evangelio es un camino que nos entrena para elegir, discernir y decidir desde el corazón de Dios.

Jesús, el gran Maestro, nos introduce en este arte usando símbolos profundamente humanos que encontramos en muchas culturas y religiones: arquetipos que atraviesan los siglos.

El fuego: símbolo de transformación

El primer símbolo es el fuego. Elegir es como atravesarlo: nos purifica y nos transforma. Jesús no enseña nada separado de sí mismo; Él es el fuego que enciende otros fuegos, que ilumina y que transforma la vida.

En la mitología griega, Prometeo roba el fuego de los dioses para entregarlo a los hombres, no solo como herramienta, sino como elemento de sacrificio. Desde siempre, el fuego ha sido símbolo del paso a lo sagrado: purifica como el crisol que refina el metal hasta convertirlo en una obra de arte.

Por eso, cuando Jesús dice: «He venido a arrojar fuego sobre la tierra» (Πῦρ ἦλθον βαλεῖν ἐπὶ τὴν γῆν), está hablando del fuego que es Él mismo, el único capaz de llevarnos a la comunión plena con el Padre.

El agua del bautismo: morir y renacer

El segundo símbolo es el agua, signo del bautismo. Aunque fuego y agua parecen opuestos, se complementan: ambos representan la muerte y la transformación.

En griego, βάπτισμα (báptisma) significaba no solo “lavar”, sino también “morir por inmersión”. San Pablo asocia esta imagen a la Pascua de Cristo: morir y resucitar con Él.

Cada elección que hacemos en la vida de fe es, de algún modo, una pequeña Pascua: morir a lo que no nos deja vivir en plenitud y renacer en Jesús.

Elegir nuestra identidad

La segunda parte del Evangelio habla de identidad. Para ser nosotros mismos no debemos temer elegir, aunque duela o nos separe de otros. La fidelidad a la llamada de Jesús pasa por decisiones que nos transforman y que, muchas veces, nos ponen en tensión con lo establecido.

La naturaleza y la psicología nos recuerdan que crecemos a través de la diferencia. Sin embargo, vivimos en una sociedad que teme la verdadera diversidad y busca uniformarlo todo, incluso en el pensamiento y en la fe.

La valentía de ser distintos

Este Evangelio es un mensaje de esperanza y valentía. Jesús cita a Miqueas: «tres contra dos y dos contra tres» (τρεῖς ἐπὶ δυσὶν καὶ δύο ἐπὶ τρισίν), evocando el regreso del exilio, cuando no todos querían volver a la libertad que Dios ofrecía.

Hoy también sucede: no todos desean la libertad de Cristo, pues implica salir de las seguridades y atreverse a vivir distinto.

La invitación de Jesús

La invitación es clara: volver del exilio de la uniformidad, del consenso impuesto, del miedo a defender lo que creemos. Encender en nosotros el fuego de Cristo y dejarnos renovar por el agua de su Pascua.

Cada decisión, por pequeña que sea, puede convertirse en un paso hacia la libertad verdadera, esa que solo nace de elegir con Él y por Él.