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Cinco historias de la visita del Prior general a Centroamérica

Del 8 de mayo al 30 de junio, el Prior general, fray Miguel Ángel Hernández, ha viajado por Centroamérica, conociendo los ministerios de la Orden en Panamá, Cuba, Guatemala, República Dominicana y Costa Rica. En estas semanas ha mantenido encuentros con religiosos, religiosas, jóvenes y laicos en los que ha escuchado historias que revelan la realidad ante la que se enfrentan y en la que realizan su labor evangelizadora los Agustinos Recoletos. Estas son cinco historias que el Prior general ha vivido y conocido.

 

Dios es cosa de hombres

En la aldea indígena de Santa Catalina, las cosas importantes son para los hombres. Es algo propio de las culturas indígenas como la Ngäbe, una de las etnias de Bocas del Toro, en el norte de Panamá. Aquí se vive la fe de forma sencilla y humilde, porque así es su gente: sencilla y humilde. Es un lugar paradisiaco, con playas vírgenes y casas de madera.

No es fácil moverse entre una aldea y otra. Largas travesías andando por caminos embarrados, en carro, en lancha a través del mar o empujando la propia lancha. Pero realizar esta aventura, en el mayor de los casos, tiene sentido.

Al Prior general le mereció la pena. Al llegar a Santa Catalina encontró una gente feliz, cariñosa, cercana y agradecida de su presencia. Con ellos celebró la primera comunión de 45 niños y niñas. Ellos también habían hecho un largo viaje. Cuando se presentaban, decían su nombre, su comunidad de pertenencia y las horas que había durado el viaje desde su casa hasta Santa Catalina. Lo normal eran entre 8 y 10 horas. En algunos casos, la distancia era de un día.

Aquí no hay grandes vestidos, ni grandes celebraciones. Las primeras comuniones en Santa Catalina son sobrias, pero llenas de fe. Los chicos y chicas van vestidos con un alba, que en algunos casos llega hasta la rodilla y en otros arrastra. Es vivencia pura del Evangelio: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25).

En la aldea indígena de Santa Catalina, las cosas importantes son para los hombres. Por eso, los catequistas son hombres. Y es que en este poblado, donde escasea lo material, lo más importante es Dios.

 

El grito de todo un pueblo

El Prior general celebró Pentecostés en una de las parroquias que atiende la misión de Cuba. No es fácil ir desde la comunidad de Banes hasta esta parroquia, pues la gasolina está racionada y muchas veces no es suficiente para ir. Sin embargo, fray Kenneth Pahamutang intenta hacerse presente varias veces en semana para celebrar los sacramentos y acompañar a los fieles.

Al concluir la eucaristía, un joven de 30 años tuvo la oportunidad de dirigirse al Prior general. Fray Miguel Ángel Hernández contó su historia en su carta tras visitar Cuba. El muchacho formuló una petición concisa, como quien se dirige a su jefe para pedirle mejores condiciones: por favor, que el sacerdote pueda pasar varios días durante la semana con nosotros.

El Prior general entendió su demanda pero le explicó que la forma de vida de los frailes es en comunidad, que trabajan en equipo y que rezan juntos, por lo que no era posible lo que pedía.

Ningún problema. El joven aceptó. “Nos conformamos con que ustedes sigan viniendo a atender la parroquia, pero, por favor, no nos abandonen”. Estas tres últimas palabras se quedaron clavadas como una flecha en el alma del Prior general.

“No nos abandonen” es el grito de la misión de los Agustinos Recoletos en Cuba. El joven que tuvo el coraje de formular su petición solo expresó el deseo de todo un pueblo: no sentirse abandonado por aquellos que siempre han estado junto a ellos. La Iglesia es la esperanza de un pueblo que camina afrontando diariamente las dificultades de una vida que, especialmente para ellos, es dura.

Toda misión de la Iglesia es necesaria, pero en Cuba es imprescindible. La Orden de Agustinos Recoletos, como pudo constatar su Prior general, es esencial en este lugar.

“No nos abandonen” sigue hoy resonando en la mente del Prior general.

 

Una fe tangible

La fe sencilla de la gente indígena de Totonicapán (Guatemala) es grande. La vida gira alrededor de Dios en un pueblo disgregado en la montaña, pero unido en torno a la fe. Es el motor de sus vidas.

En Totonicapán, la fe está a flor de piel. Es tangible porque se percibe, se nota, se toca. Es un pueblo de fe que, con sus pocos recursos, ha sido capaz de construir una capilla en cada uno de los poblados de la montaña para que nunca, en ningún sitio, falte la presencia de Dios y un espacio donde encontrarse con Él. Capillas que son del tamaño de la parroquia, algunas incluso con estacionamiento subterráneo.

En la parroquia de San Miguel Arcángel, la primera misa es a las 6.30 de la mañana y no hay ningún hueco libre en ningún banco. La iglesia está llena en cualquier eucaristía y los copones, que salen llenos del altar, regresan siempre vacíos al concluir la comunión.

En la secretaría de la parroquia hay habitualmente una cola inmensa para anotar las intenciones para la misa. Por eso, 20 minutos antes de cada eucaristía se empiezan a leer las intenciones, que normalmente superan las diez páginas. En la fiesta de San Miguel, las intenciones de la misa de las 7 de la mañana se comienzan a leer a las 2 de la mañana.

Durante su visita, el Prior general pudo mantener un encuentro con los equipos coordinadores de las capillas de Totonicapán. Más de 300 personas acudieron y escucharon a fray Miguel Ángel hablar de la Orden y el carisma agustino recoleto.

Ser sacerdote en este lugar es entregarse al pueblo. Su labor es imprescindible las 24 horas de los siete días de la semana. No dan abasto y, aunque la vida comunitaria pueda resentirse, aquí el sacerdote se siente sacerdote.

Lo sencillo es grande. En Totonicapán, la fe es tangible.

 

Esperanza

La visita del Prior general a República Dominicana fue una de las más intensas. Se había preparado una agenda repleta de encuentros y celebraciones con religiosos, con religiosas, con fieles, con jóvenes, con voluntarios, con las fraternidades seglares de todo el país (incluso de lugares donde ya no hay presencia agustina recoleta).

En Bajos de Haina pudo conocer a fondo el dispensario médico San Agustín, uno de los proyectos con más alcance de la Red Solidaria Internacional ARCORES. El Prior general conoció los departamentos, las personas que allí trabajan y las áreas de trabajo en las que está enfrascado actualmente.

Lo que no estaba previsto era un encuentro con las hermanas Oblatas del Santísimo Redentor. Las religiosas invitaron espontáneamente al General a visitar su casa. No había espacio en la agenda y el cansancio hacía ya mella. A priori parecía un simple encuentro institucional, uno más. Sin embargo, fray Miguel Ángel accedió –animado por los religiosos de la comunidad de Haina– sin ser consciente de que allí encontraría una historia verdadera de fe, caridad y, sobre todo, mucha esperanza.

Las hermanas Oblatas trabajan en Haina con prostitutas. Van a los prostíbulos, al puerto, a las calles, rescatando a las mujeres que allí se encuentran y llevándolas al Centro que las mismas rescatadas han bautizado ‘Nuestra Esperanza’.

Y es que verdaderamente es la esperanza para mujeres de la calle en manos de mafias y víctimas de la trata. En condiciones denigrantes, se ven obligadas a vender su cuerpo, realizando diariamente entre 10 y 15 trabajos. Frente a esto, la Fundación Centro Nuestra Esperanza ofrece cursos de formación profesional en manicura, cocina, peluquería, cuidado de personas mayores… Todo ello, para encontrar dignidad en el presente y el futuro.

El Prior general paseó por ese edificio acompañado de la religiosa responsable de esta labor social. Es una mujer feliz, que explica con alegría la dureza de lo que encuentran y la satisfacción de lo que consiguen. Las hermanas Oblatas luchan por la liberación de estas mujeres sin horizontes.

Fray Miguel Ángel Hernández dio gracias a Dios por haber estado allí, porque pudo conocer las historias de esperanza de una Iglesia que llega más allá de donde se puede imaginar.

 

El orgullo de la familia

En la Ciudad de los Niños, en Cartago (Costa Rica), hay más de 450 niños a los que la vida no les ha sonreído… o quizás les ha sonreído de otra forma. Todos ellos pertenecen a familias con pocos recursos y en este proyecto, gestionado por los Agustinos Recoletos desde hace más de 50 años, han encontrado otra familia que les ayuda a formarse y conseguir una vida digna.

Nadie puede sentirse solo en la Ciudad de los Niños. Todos, los más pequeños y los más mayores, tienen siempre a alguien al lado que les apoya, les ayuda, les abraza y los anima.

En los albergues, donde viven entre 10 y 15 niños de los primeros cursos, tienen una segunda madre que les hace la comida, les lava la rompa, les cuida cuando están enfermos y los lleva al médico si es necesario.

Cuando son mayores, viven en residencias para 50 jóvenes, pero tampoco están solos. Allí tienen a sus “dones” y sus “donas”, un matrimonio que cuida de los chicos y les ayuda en todo lo que sea necesario. No pretenden, ni es el objetivo, sustituir el papel de sus padres. Solo ofrecen el calor familiar mientras se encuentran lejos de sus casas, luchando por un futuro mejor en este lugar.

En su visita, el Prior general pudo conocer a los alumnos de la Ciudad, así como exalumnos que hoy han encontrado un lugar en el mundo y dan testimonio de cómo les ha cambiado la vida. Sin su paso por allí no serían lo que son hoy. Con ellos, son muchos lo que dan gracias porque la Ciudad de los Niños ha hecho de ellos personas íntegras.

Los que aquí trabajan hablan con pasión de su labor que, más allá de un trabajo, es su vida y su mundo. Sobresale la satisfacción del Prior general: “Hay que sentirse orgullosos de que nuestra familia tenga proyectos de la envergadura de la Ciudad de los Niños”.

 

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