“El Domingo de la Ascensión vieron a la derecha un río poderoso, cuya entrada era tan grande que formaba tres islas… Había muchas y grandes poblaciones, y tierra linda y fructífera”. Así relataba el dominico Gaspar de Carvajal, compañero de Orellana en la expedición del Amazonas de 1539, tras avistar la desembocadura del río Purús desaguando en el Amazonas.
Cien años más tarde, el jesuita Cristóbal de Acuña, cronista del explorador portugués Pedro Teixeira, subiendo el Amazonas, describía el Purús como “un famoso río que los indios llamaban Cuchiguará, navegable, aunque en alguna parte tiene piedras. Hay mucho pescado, tortugas, abundancia de maíz y mandioca y todo lo necesario para facilitar su entrada. El río está poblado por varias naciones…”
En 1689, el padre jesuita alemán Samuel Fritz entró en el rio Cuxiuara (Purús) y escribía: “Vinieron de sus aldeas muchos indios Cuxiuara con sus hijos, ocupando aquellas casas desiertas. Mientras estuve allí y durante ocho días me atendieron con mucha prontitud y amor, más que si fuesen cristianos, trayéndome pescado y tortugas… y mostrándome deseo de que me quedase con ellos”.
Pocas noticias se tienen de expediciones dentro del río Purús. Aparecía en los mapas como una pequeña línea paralela al río Madeira y siendo un río sin importancia. Era un río despreciado, escasamente penetrado y explorado. Durante el siglo XIX hubo algunos intentos de colonias-misión que fracasaron y alguna expedición de reconocimiento.
El caucho
De la sequía al imperio del agua, del desierto a la selva. El descubrimiento del caucho fué la chispa que desencadenó la invasión y colonización del río Purús por firmas colonizadoras y compañías de navegación, con apoyo del gobierno brasileño, a partir de mediados del siglo XIX.
El coronel Antonio Rodrigues Pereira Labre, fundador de Lábrea en 1873, fue uno de los pioneros y uno de los pocos nordestinos que hicieron fortuna con el caucho. Llegó a proyectar una vía de ferrocarril desde Lábrea hasta Bolivia -en medio de la selva enmarañada- para facilitar el comercio, el transporte de ganado y bajar el precio de los alimentos. Lábrea se convertiría así en centro de comercio internacional, con aduana y despachos para importación y exportación.
Los pueblos indígenas estaban acostumbrados a vivir en armonía con la naturaleza: recolectaban solamente lo que necesitaban; en una tierra pródiga y generosa no necesitaban almacenar y no comerciaban. Era imposible para los colonizadores reducir a los indios a un trabajo esclavo y obligarles a recolectar el caucho. Ante la fuerza y las armas de los colonizadores la selva era un escondite impenetrable.
En esa época Lábrea producía la tercera parte del caucho de Amazonas.. La brutal sequía del Nordeste brasileño de 1877-1878 -en la que solamente en el Estado de Ceará murieron 119.000 personas- fue la ocasión para estimular el traslado de miles de hombres y transformarlos de agricultores en caucheros. Esperaban enriquecerse rápidamente, regresar ricos a su tierra y volver con su familia. No fue así. Arrojados en las orillas del Purús, en una selva desconocida, inhóspita e insana, muchos sucumbieron a las enfermedades y otros sufrieron crueles enfrentamientos con los indios. Los más fuertes sobrevivieron. Con ellos había llegado Francisco Leite Barbosa, sacerdote diocesano, recién ordenado, también del Nordeste de Brasil. En esa época Lábrea producía la tercera parte del caucho de Amazonas.
Primer misionero
El 6 de septiembre de 1878, con la presencia en Lábrea del obispo de Pará y Amazonas, fue creada la parroquia Nuestra Señora de Nazaret. Como no había iglesia, el obispo celebró la misa en el barco “Andirá”. Una nave en la que había viajado desde Belém do Pará, en la desembocadura del Amazonas, después de muchas semanas de viaje. Manaus, una naciente ciudad, aún no tenía obispo. Dos días más tarde, el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María, el padre Francisco Leite Barbosa tomaba posesión como primer párroco de Lábrea. Atendía desde Perú y Bolivia hasta la desembocadura del Purús en el Amazonas: 400.000 km2 de extensión, 3.000 kilómetros sinuosos de río Purus, y miles de kilómetros de afluentes.
La canoa y el remo eran el único medio de transporte del padre Leite. Meses y meses de cauchería en cauchería visitando las familias, “procurando con gentileza y afabilidad conducirlos a las buenas costumbres y a la moralidad, no siendo muy dificil conseguir unir todos los que se hallaban desunidos a los lazos matrimoniales”, escribía el misionero en su diario. Los emigrantes que llegaron del Nordeste traían consigo su fe, sus devociones a San Francisco de Asís, a San Sebastián, a San Raimundo Nonato y a Nuestra Señora de Nazaret. Ellos fueron los catequistas y evangelizadores. En unos ríos en los que, como mucho, veían al sacerdote una vez al año, las devociones mantuvieron firme la fe.
Párroco y concejal
Durante treinta años, Leite fue el párroco de Lábrea y casi siempre el único sacerdote. Construyó una fábrica de ladrillos, una carpintería, organizó el pueblo, fue concejal del primer consistorio y en su casa se celebró la primera reunión del ayuntamiento en la que los concejales juraron delante de los Santos Evangelios “sustentar la felicidad pública”. Durante treinta años, el padre Leite bautizó a más de veintitresmil niños (más de cinco mil calificados de “ilegítimos” por haber nacido fuera del matrimonio o de padres “ajuntados”) y casó a más de cuatro mil parejas.
Llegaron a publicarse, sucesivamente, cuatro periódicos en Lábrea. A finales del siglo XIX, con la asesoría del ingeniero español Emilio Canizo, el padre Leite comenzó la construcción de la catedral de Lábrea: las tejas vinieron de Marsella, la torre de hierro de Hamburgo, los bancos de Belém do Pará (Brasil) y los albañiles del Nordeste de Brasil. La catedral fue bendecida e inaugurada en 1911. Hacía tres años que Leite, enfermo, después de treinta años en Lábrea, había regresado a su tierra natal. El pueblo de Lábrea, la sede, tenía “ochenta famílias y ciento veinte casas”.
Agustinos Recoletos
En 1926 fue encomendada la recién creada Prelatura de Lábrea a los Agustinos Recoletos. El gobernador de Amazonas le ofreció al primer recoleto, Marcelo Calvo, ser el alcalde de Lábrea. No aceptó. Al anuncio del Evangelio y a la administración de sacramentos, los misioneros acompañaban siempre un deseo de progreso cultural y social del pueblo.
Al año de su llegada se estrenó la orquesta “Archifilarmónica Labrense”, dirigida por el religioso Benvindo Beamonte, así como el coro de cantores. Los misioneros construyeron barcos y el faro del puerto. Con generadores eléctricos iluminaron las calles; crearon escuelas y organizaron la educación; incentivaron las artes y el teatro; construyeron pozos de agua; eran médicos de almas y cuerpos; construyeron el hospital, iglesias, centros sociales; roturaron campos para agricultura; incentivaron la organización social y los sindicatos; llevaron a cabo la construcción del campos de aterrizaje y pasaban meses enteros por las caucherías de los ríos.
La hermana Cleusa, misionera agustina recoleta, fue brutalmente asesinada cuando viajaba para pacificar los mortales conflictos entre indios y madereros en el río Passiá. Mártires del Amazonas
Y fué en el Purús donde tres recoletos, Ignacio Martinez, muerto de fiebre en una desobriga, Jesús Pardo, fallecido después de salvar la vida de tres niños en el Purús, y Mario Sabino, desaparecido en las aguas del Purús en un choque de barcos, dieron su vida por la misión. La hermana Cleusa, misionera agustina recoleta, fue brutalmente asesinada cuando viajaba para pacificar los mortales conflictos entre indios y madereros en el río Passiá.
Lábrea hoy
El caucho fracasó. Las familias huyeron de la miseria de las caucherías, para caer en las garras de la miseria de ciudades invadidas desordenadamente. La misión de Lábrea, sin embargo, conserva el entusiasmo misionero de los primeros tiempos: la evangelización de todos y el progreso de los más pobres; el anuncio de la Palabra de Dios y la construcción de iglesias, escuelas, centros comunitarios, casas; la catequesis y la educación; meses de desobrigas por los ríos y administración de sacramentos; formación de comunidades y asociaciones; pueblos indígenas y agricultores.
Hoy el rostro de la misión de Lábrea está caracterizado por dos marcas brillantes:
– La participación comprometida de los laicos en la evangelización.
– La participación de la Iglesia, por medio de las diferentes pastorales, en todos los momentos y ámbitos de la vida humana, especialmente donde están los excluidos.
Está en marcha una lucha sin cuartel para prevenir y acabar con males enquistados como la miseria, el analfabetismo, la injusticia, el hambre, el alcoholismo, la muerte prematura, y para afrontar las nuevas plagas como la droga, la violencia, la prostitución infantil, la existencia de los “meninos de rua”, las “niñas madres”; trabajos en vista de un futuro mejor como la organización de los pueblos indígenas y los agricultores, la defensa de la ecología, la recuperación de dependientes químicos, el trabajo preventivo con adolescentes, la atención a los jóvenes, a los matrimonios y a los ancianos.
Codo a codo con el obispo Jesús Moraza, trabajan los Agustinos Recoletos y las Misioneras Agustinas Recoletas, los Maristas, las Oblatas de la Asunción, las Misioneras Marianas, los laicos consagrados de la Comunidad Epifanía y cientos de seglares que desinteresadamente asumen compromisos en las diversas pastorales. Desde la evangelización clara y explícita hasta los trabajos sociales de vanguardia.
Actualmente el reto de la Iglesia en Lábrea es la formación del clero autóctono.
DATOS DE LA MISIÓN
– Nueve tribus indígenas: apurinás, paumarís, jamamadís, jarawara, banauá-yafí, dení, yuma, suruahá, katauxí.
-Cuatro parroquias: Lábrea (68.508 km²/38.451 habitantes); Canutama (29.946 km²/11.844 habitantes); Pauiní (43.447 km²/18.938 habitantes); Tapauá (89.966 km²/19.996 habitantes) según las estadísticas oficiales.
-Algunos datos pastorales: 1 obispo; 4 parroquias; 3 sacerdotes encardinados; 10 religiosos; 10 religiosas; 215 comunidades eclesiales de base; 3.000 catequizandos y 266 catequistas; 4.286 niños de 0-5 años atendidos y 124 madres embarazadas acompañadas por 327 líderes de las pastoral de los niños; tres escuelas con 4.100 alumnos; 600 adolescentes en los talleres profesionales de los Centros Esperanza; 80 ministros extraordinarios de la comunión y 697 miembros de la Legión de María.