Una palabra amiga

Un domingo de iglesias cerradas

En este artículo, el agustino recoleto Antonio Carrón reflexiona sobre la medida de cerrar iglesias como medida ante el contagio del coronavirus en Italia.

Las medidas para frenar el avance del coronavirus en Italia han ido alcanzando en los últimos días a colegios, universidades, empresas, fábricas, juzgados, actos públicos (incluidos los del Papa) y, en este domingo, también a las iglesias. No es que haya prohibición de ir a misa, pero sí se han tomado medidas para evitar grandes concentraciones de personas en espacios pequeños que pudieran facilitar contagios. Además, por lo general, muchas de las personas que asisten a misa son de edad avanzada, por lo que los factores de riesgo se amplían. Lo cierto es que el cartel que nos podemos encontrar hoy a la entrada de muchas iglesias no deja de ser algo significativo que hará que recordemos durante mucho tiempo esta Cuaresma del 2020.

En la liturgia de los días pasados se leían los pasajes sobre las plagas de Egipto y otras muchas lecturas del tiempo de Cuaresma que invitan a la conversión y penitencia. No creo que hacer comparaciones con el coronavirus sea justo ni razonable, pero estas circunstancias pueden suponer una oportunidad para reflexionar sobre tres temas que, también, están de fondo en estos días: los ancianos, la enfermedad y la solidaridad.

En primer lugar, estamos viendo cómo los más vulnerables ante este virus son las personas ancianas. ¿Somos conscientes de la cantidad de personas de avanzada edad que viven en soledad en nuestros barrios, pueblos o ciudades? ¿No será una oportunidad para interesarnos por ellos? Siempre es triste acordarnos de alguien cuando ya no está junto a nosotros y con la cercanía a nuestros mayores tenemos la oportunidad de devolverles algo de lo mucho que ellos nos han regalado.

En segundo lugar, seguramente habremos escuchado muchas veces que una de las cosas que iguala a todos los seres humanos es la enfermedad, pues todos pasamos por ella. Y en estos días es algo que se constata en unos y otros lugares del mundo. Las grandes potencias internacionales se están viendo azotadas por igual por algo minúsculo como es un virus, pero que hace que toda aparente seguridad se tambalee. ¿No será una oportunidad para replantearnos qué es lo verdaderamente importante en nuestras vidas? ¿En qué, en quiénes tenemos puesta nuestra confianza, nuestra esperanza?

Por último, todavía no tenemos elementos de juicio suficientes para valorar si todas estas medidas para evitar la expansión del virus son exageradas o justas. Será algo que sólo podremos constatar con el paso de las semanas, aunque sí llama la atención la doble vara de medir que va desde un alarmismo extremo a una pasividad inquietante. Lo que sí se constata -o al menos es mi impresión desde la ciudad de Roma en la que vivo- que situaciones como ésta hacen aflorar lo mejor del ser humano. No son pocas las personas que se han interesado por los ancianos cercanos para preguntarles si necesitan algo; no son pocas las personas que se han ofrecido para atender a los hijos -estos días sin clase- de padres que trabajan; y no son pocos los sanitarios y miembros de fuerzas de seguridad que estos días refuerzan horarios y se empeñan en su labor no sólo por cumplir con su profesión sino desde una verdadera vocación de servicio.

Hoy muchas iglesias están cerradas y hasta el Papa Francisco ha rezado el Angelus desde la biblioteca, retransmitido via streaming, para evitar grandes concentraciones en la Plaza de San Pedro. Él mismo ha dicho que “es una situación un poco rara”. Que estas circunstancias no impidan seguir viviendo la Cuaresma con profundidad y tomando los momentos que vivimos como oportunidades de hacer presente a Dios en medio de los que nos rodean.

Antonio Carrón OAR

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