En su reflexión sobre la Palabra de Dios de este Domingo V de Pascua, Mons. Mario Molina profundiza en la parábola de la vid y los sarmientos con una reflexión sobre la naturaleza de la existencia cristiana.
El corazón de la existencia cristiana es la íntima comunión que se establece entre el creyente y Cristo gracias al don del Espíritu Santo que el creyente recibe en el bautismo y la confirmación. Ese es el tema que desarrollan el evangelio y la segunda lectura de hoy. Utilizamos con frecuencia frases como “imitar a Cristo”, “seguir a Cristo” para expresar nuestro vínculo con él. Pero esas frases se quedan cortas, son insuficientes. Ciertamente nosotros “imitamos” a Cristo en el sentido de que lo tomamos como modelo de referencia en su humildad hasta confundirse con los pecadores, en su obediencia a Dios en todos los actos de su vida, en su amor total por nosotros hasta dar la vida para nuestra salvación. Nosotros también “seguimos” a Cristo en el sentido de que nos esforzamos por ajustar nuestra conducta a sus mandamientos, nuestro pensamiento a su doctrina, nuestras actitudes a las suyas. Cuando imitamos o seguimos a Jesucristo, él es un referente externo a nosotros. Pero nuestra relación con él tiene también una dimensión interior. Nosotros “vivimos en Cristo y Cristo en nosotros”. San Pablo pudo escribir en ese sentido la famosa frase de Gálatas 2,19-20: Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora en mi vida mortal vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí. Y el mismo Jesucristo, en el evangelio según san Juan, en otro pasaje distinto del que hemos leído hoy dice que el que me ama se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él (Jn 14,23).
La existencia cristiana consiste en una íntima comunión de vida entre el creyente y Jesucristo, de modo que se puede decir que el creyente vive en Cristo y también de otro modo que Cristo vive en el creyente. Esta comunión de vida es tan importante, que, si falla, no hay participación en la salvación. Es lo que dice el pasaje evangélico que hemos escuchado hoy. Jesús dijo a sus discípulos: Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante.
Este texto nos plantea dos preguntas: ¿qué debemos hacer para permanecer en Cristo y que Cristo permanezca en nosotros? ¿Cuáles son los frutos que producimos como resultado de esa estrecha unión con Cristo?
La comunión de vida entre Cristo y cada uno de nosotros los creyentes se genera a partir de los elementos que construyen nuestra identidad cristiana. Todos estos cuatro elementos que estructuran la vida cristiana son posibles gracias al don del Espíritu Santo en nosotros. Él es el mediador que hace posible que Cristo viva en nosotros y nosotros en él. El primer elemento es la fe. Creer en Cristo significa acoger su propuesta de vida y perdón, entender el sentido de nuestra vida a la luz del amor de Dios por nosotros que se manifestó en la muerte y resurrección de Cristo, vivir nuestra existencia con la mirada puesta en la plenitud que esperamos recibir de Dios al final de nuestro paso por este mundo.
El segundo elemento que construye nuestra identidad cristiana es la recepción de los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía. Esos sacramentos nos unen con Cristo, nos hacen una sola cosa con él, especialmente el sacramento de la eucaristía. En ese sacramento comemos el Cuerpo de Cristo nos transformamos en el Cuerpo de Cristo, él vive en nosotros y nosotros en él. El tercer elemento que construye nuestra identidad cristiana es la rectitud moral de nuestra conducta. La segunda lectura de hoy lo resume de este modo: Este es su mandamiento: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al precepto que nos dio. Amarnos unos a otros consiste no solo en servir y hacer lo que beneficia al prójimo, sino de forma muy concreta, tomar como guía de nuestra conducta los criterios éticos que se fundan en los Diez Mandamientos de la Ley de Dios. El cuarto elemento que estructura nuestra existencia cristiana es la oración. Por oración entiendo la relación personal con Dios por medio del diálogo con él, por medio de la confianza para rendirle cuentas cada día de nuestra conducta, por la voluntad de participar en la oración de la Iglesia. Estos cuatro elementos nos introducen en el ámbito de Dios y hacen posible que Cristo viva en nosotros y nosotros en Cristo. Y ese es el corazón, el núcleo, la médula de la existencia cristiana.
La segunda pregunta que nos planteábamos es cuáles son los frutos que producimos como resultado de esa estrecha unión con Cristo. Al final de este evangelio de hoy Jesús dice esta frase: La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y así se manifiesten como discípulos míos. Pienso que el primer fruto de la unión con Cristo consiste en la santidad que será el sello del verdadero discípulo de Jesús. La santidad del hombre es la gloria de Dios. La santidad consiste pertenecer a Dios, en estar imbuido de Dios y de transparentar en nuestra vida la presencia de Dios en nosotros. El segundo fruto de la unión con Cristo consistirá en la participación en la vida eterna de Dios desde ahora y para siempre, por lo tanto, el fruto de nuestra propia resurrección. El tercer fruto será la victoria sobre el pecado, la mentira, la violencia. Como dice hoy el apóstol san Juan: Si nuestra conciencia no nos remuerde, entonces, hermanos míos, nuestra confianza en Dios es total. En consecuencia, un cuarto fruto será el testimonio evangélico en nuestro mundo que dimana de la conducta de los cristianos. Decía la primera lectura de hoy: En aquellos días, las comunidades cristianas gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria, con lo cual se iban consolidando, progresaban en la fidelidad a Dios y se multiplicaban, animadas por el Espíritu Santo.
¡Ánimo, creyentes en Cristo, que han recibido los sacramentos, que se esfuerzan por vivir santamente y que hacen frecuente oración a Dios! Cristo vive en ustedes y ustedes en él. Que Cristo sea siempre la referencia en sus vidas. Conózcanlo profundamente, ámenlo de todo corazón, vivan como discípulos suyos y tendrán vida eterna.
Mons. Mario Alberto Molina, OAR